¿Cuánto contamina una ópera? ¿Cuántas emisiones deja un festival de música? ¿De dónde sale el C02, del transporte, los decorados o los vestuarios? Con estas dudas y preguntas de fondo, el Ministerio de Cultura de Francia ha medido la huella de carbono de su arte en vivo -conciertos, festivales, óperas, galerías-, para, por primera vez, tener una radiografía del impacto medioambiental de un pujante sector que emplea al 2,6 % de la población activa y contribuye con el 2,3 % del PIB. El estudio ha dejado “cifras significativas”, según la evaluación del gobierno galo: las emisiones representan el 1,3% del total, el doble que las del transporte área nacional.
En total, las creaciones artísticas en directo emiten 8,5 millones de toneladas de CO2 al año (1,3%). A modo de comparación, la cuota del transporte aéreo nacional es del 0,7 %, la de la tecnología digital del 4,4 % y la del turismo del 15 %. En el desglose, los festivales de música son los que tienen mayor peso en esta recopilación: 420 mil toneladas. Le siguen las artes escénicas y visuales (400 mil toneladas) y las galerías de arte (254 mil toneladas). “Esto es enorme para un sector cuyo peso económico sigue siendo modesto”, han coincidido los expertos que estudian cómo descarbonizar la economía francesa.
Al poner la lupa en cómo se desplazan los espectadores, los artistas, los escenarios, los decorados, etc., las emisiones se disparan
El Teatro Nacional de Francia, la Ópera Garnier (Palais Garnier)
El estudio también proporciona información sobre las principales fuentes de emisiones. La movilidad de los espectadores se lleva el porcentaje más alto, un 38%, aunque “por debajo de lo esperado”, según aclara el informe. Las compras constituyen el segundo escalón: decorados, vestuario y accesorios representan un 25%, mientras que las “compras amortizables” (vehículos, edificios, máquinas y equipos) un 10%.
“Este estudio nos ayudará a perfeccionar las políticas públicas a favor de la transformación ecológica de la creación artística y optimizar todas las palancas para reducir las emisiones de GEI”, explica el Gobierno galo, que se aferra al “margen de maniobra” que tiene el sector de la cultura para lograr esta ambiciosa meta. El informe brinda algunos ejemplos de medidas exitosas que ya se están adoptando.
Por ejemplo, el Teatro del Châtelet, el Festival de Aix-en-Provence, la Ópera de París, la Ópera de Lyon y el Teatro de la Monnaie trabajan en conjunto para “estandarizar los bastidores de los decorados” y evitar así su transporte durante las giras. Este año, el Festival de Aviñón transportará todos sus decorados en tren -150 contenedores- y no en avión.
Para Elisa Peñalvo López, profesora de la Universidad Politécnica de Valencia y coordinadora del proyecto climático europeo DivAirCity, enfocado en la descarbonización de las ciudades, el “talón de Aquiles” de las emisiones del arte y la cultura es la movilidad. “Las cifras no sorprenden. Estamos hablando de un sector muy ligado al transporte. Al poner la lupa en cómo se desplazan los espectadores, los artistas, los escenarios, los decorados, etc., las emisiones se disparan”, explica esta experta. Y agrega: “A lo mejor, dentro de unos años, con el avance de la movilidad eléctrica, esta huella se reduce. Hoy es díficil”.
Peñalvo celebra la elaboración de este informe, más teniendo en cuenta que ha sido elaborado por el propio gobierno de Francia. Pero, para no “estigmatizar a la cultura”, pide replicarlo en más sectores. Se hace una pregunta: ¿Cuántas emisiones dejará el Mundial de Clubes, un certamen con equipos de todos los continentes y con varias sedes en Estados Unidos?.
A su juicio, es “clave visibilizar” los impactos, muchas veces “invisibilizados y naturalizados”, que cada persona tiene por sus actividades, ya sean recreativas o personales. “Sin un diagnóstico claro, es difícil cambiar hábitos”, subraya. Conociendo estas cifras, agrega, un ciudadano francés amante del arte puede dejar su coche aparcado e ir a una galería en transporte público o en bicicleta.
La radiografía en España
Concierto de Sabrina Carpenter en el Primavera Sound 2025
Alfons Martinell Sempere es experto en gestión y políticas culturales, director de la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS) y autor de una guía práctica, respaldada por el Ministerio de Cultura y Deporte, para integrar la Agenda 2030 en el sector cultural. Confirma que en España no hay ningún informe oficial de este estilo. Su estimación es que, de realizarse un relevamiento similar, “las cifras serían bastante similares”, debido a que se trata de dos países con mucha inversión pública y privada en este ámbito.
En su opinión, el estudio es valioso porque entrega una “pantallazo” de una parte del impacto ecológico de las expresiones artísticas, pero “limitado” porque sólo se centra en la huella de carbono, sin entrar “en otras dimensiones del desarrollo sostenible”.
“La cultura es movimiento, necesita gente de otros lugares. En la actualidad, no tener huella de carbono es matar al sector. No puedes hacer un festival en México y pretender que solamente vaya gente de la ciudad en la que se organiza. Es decir, plantear hoy la emisión cero es crear una pobreza cultural enorme”, reflexiona.
A su entender, las principales apuestas de sostenibilidad tienen que apuntar a reducir energía o compensar energía con fuentes renovables, como en España ya están haciendo muchos museos y teatros. Este año, el Teatro Real estrenó su cubierta fotovoltaica, lo que le ha permitido convertirse en autosuficiente. “El Teatro Real es el teatro más sostenible de España”, ha recalcado el día de la inauguración su director general, Ignacio García-Belenguer.
“Hace 10 años nadie hablaba de esto. Tenemos avances que hay que valorar. Y hay un cambio de mentalidad muy importante.Pero lo que no pueden obviar este tipo de informes son los aportes intangibles de la cultura, que exceden a los rendimientos económicos”, asegura.
El impacto de los grandes festivales de música
Tanto Peñalvo como Martinell coinciden que en España los mayores impactos ambientales provienen de los macro festivales, por movilidad, escenografía, consumo de energía y residuos. Y si bien las empresas están tomando algunas medidas para reducir su huella de carbono, están aún lejos de ser “verdes”, como parte de la industria se intenta mostrar.
En la península, se celebran alrededor de 800 festivales de música al año. Según los datos de la Asociación de Festivales de Música (FMA), los eventos musicales del territorio generaron aproximadamente 680 toneladas de residuos en 2019, cifra que se ha ido reduciendo en los últimos años.
Un avance clave ha sido la prohibición, por ley, de los vasos de un solo uso. Ahora, todos los festivales están obligados a ofrecer vasos reutilizables. “Por esta medida un festival no se convierte en verde. Es un avance, pero ojo con vender que estamos ante festivales ecológicos”, explica Peñalvo.
Esta industria resalta también logros en la reducción de emisiones. En 2024, gracias a una alianza estratégica entre seis de las promotoras musicales más relevantes del país, los festivales evitaron la emisión de 840 toneladas de CO2. ¿Cómo? Utilizando, por ejemplo, más de 300.000 litros de biocombustible para alimentar equipos de sonido, pantallas y camerinos.
“Un aspecto crucial de esta iniciativa ha sido el enfoque en la economía circular, que incluye la recolección de miles de litros de aceite usado de los foodtrucks en los festivales para su reutilización y conversión en combustible 100% renovable”, destacan las empresas.



