María Jesús Otero: “Soy una superviviente de la rotura de la presa de Ribadelago”
La desmemoria de la historia hidráulica de España
El colapso de la presa de la Vega del Tera, en Zamora, causó 144 muertes en 1959, pero es un episodio prácticamente olvidado

María J. Otero Puente ha recuperado sus recuerdos en dos libros: “El bramido del Tera” y “Tráeme una estrella”

“Soy una superviviente”, sentencia María Jesús Otero Puente, una de las víctimas que sobrevivieron a la rotura de la presa de Vega del Tera, en Ribadelago, en Zamora, el 9 de enero de 1959. La catástrofe causó tres veces y media más muertes que la rotura de la presa de Tous, en Valencia, en 1982. Pero ha permanecido oculta, en el olvido. Es una víctima de la desmemoria de la historia hidráulica de España.
Ella cree reunir todas las características de una superviviente de una tragedia. Tiene a veces una sensación de irrealidad; durante años sentía que vivía en un mundo hostil y por eso decidió guardar silencio de todo aquello; y aunque pasan los años, su memoria ha retenido “el horror de la tragedia”. Tenía 10 años en aquel momento, pero todo se le ha quedado grabado como quien ha esculpido una piedra.
No le importa confesar que el trauma por la rotura de la presa ha marcado su vida; pero para ella lo más importante es que ha podido sobreponerse, pues está convencida de que lo importante es convertir la experiencia negativa en algo constructivo.
Un pueblo tranquilo sacudido por el espanto
El cauce del río Tera forma una especie de cañón que apunta a las casas
Aquel era un pueblo tranquilo (540 habitantes) que vivía -eso sí- con zozobra la construcción de la presa (300 metros de largo y 33 metros de altura) 7 kilómetros aguas arriba del pueblo, donde el Tera forma una especie de cañón que apunta a las casas.
En los días anteriores a la rotura, en el pueblo se comentaba que la presa estaba filtrando agua. Era algo que oía comentar con voz baja a su padre. “Como niña oía que la presa perdía agua, pero no podía interpretar de manera clara que eso podría significar una tragedia”, nos explica.
Incluso, aquella misma tarde un trabajador, de regreso al pueblo, también volvió a repetirlo.
Aquella noche estaban todos el casa. Estaban durmiendo. “Nos despertaron los gritos de los vecinos más próximos. Fui a avisarle a mi padre y a decirle: ‘¡papá, está gritando la gente!’ Y él dijo: ‘¡la presa!’.
Cuando salieron a la calle todo estaba lleno de agua. Por todas partes se oían “voces desgarradas en plena noche oscura”. Todo eran “gritos, llantos, gente llamándose unos a otros…”.
El agua entró hasta la planta baja de la casa, pero el espanto se vivía en la calle. “Algunos vecinos se despertaron mientras eran arrastrados por el agua. La mayor parte de las casas del pueblo fueron arrasadas”.
La madrugada fue “larga y densa”. Y, a la mañana siguiente, vio algunos cadáveres, aunque prefiere no entrar en describir “detalles escabrosos”.

Discurso
“No había alarmas, pero la presa nos había dado muchos avisos”, les dijo a los ingenieros en un acto sobre seguridad de las presas
Ya no había calle. El suelo era una sucesión de socavones, piedras y lagunas, “un caos apocalíptico de destrucción y muerte”, dijo recientemente en una jornada organizada por la Asociación Caminos para debatir sobres la seguridad de las presas.
“No había alarmas, pero la presa nos había dado muchos avisos”, les dijo a los ingenieros.
“No sabías dónde estaba la vida y dónde comienza la muerte, como le ocurre al protagonista de la novela Pedro Páramo, el libro de Juan Rulfo”, continuó su relato esta mujer culta que ha enseñado a leer y a escribir a varias generaciones.
El suceso ocurrió cuando ya el pueblo descansaba. Algunos dormían y otros seguían al calor de la lumbre, mientras algunas mujeres aún hilaban o tejían. Y fueron los hombres rezagados de la cantina, de vuelta a casa, los primeros que, entre otros, oyeron la furia del agua, que se precipitaba cañón abajo desgarrando “peñas, árboles y caminos”.
Y quiso dar voz a esos testigos mudos que oyeron “los terroríficos resquebrajamientos y las rasgaduras del avance del agua”, pero no lo pudieron explicar.
El cauce del río Tera quedó como “si lo hubiera fregado con miles de litros de lejía, no quedó ni mota de vida de aquellos ecosistemas irrepetibles”, dijo.

Hubo quien perdió a 12 personas de su familia
Un balance de 144 víctimas mortales, de las cuales 52 eran niños
Entre la devastación, los familiares buscaron a sus seres queridos, hasta que se completó un balance de 144 víctimas mortales, de las cuales 52 eran niños. Solo aparecieron los restos de 28 cadáveres, mientras que “los demás están sepultados en el fondo de nuestro lago”.
Hubo quienes perdieron todos sus familiares. “Hijos que se quedan sin padres, padres que se quedaron sin hijos. Una vecina, Teresa Seoane, perdió a 12 personas de su familia más directa”, explica. Cuando el dolor es tan grande se supera porque produce anestesia, le dijo Teresa Seoane.
Los supervivientes fueron evacuados a Benavente y Zamora, pero muchos de ellos no pudieron acudir al entierro colectivo organizado. “Ha habido madres que han estado llorando toda la vida por el hijo que el agua le arrebató de las manos”, rememora.
Fue triste saber que “los forasteros comenzaron a adueñarse de los bienes y saquearon las casas que quedaron abiertas”.
También hubo solidaridad, movilización de la sociedad española. Guyana Guardian informó que una niña de Barcelona, impresionada al ver a una chiquilla deambular en mitad de los estragos, pidió a sus padres que enviaran 100 pesetas, aunque al pueblo no le llegó esa ayuda, según ha reconstruido. “En general, la mala gestión de las entregas y la corrupción impidieron que esta ayuda llegara como era debido”.
Lo mejor fueron las dotaciones de ayuda de Estados Unidos desde la base de Rota, que dejaron alimentos en latas de conserva.


Tras los fallos constructivos
Años de plomo: aquel cataclismo dio paso a “una supervivencia durísima”
“No hicieron caso a los partes que se enviaban a Madrid donde se alertaba de que la situación de presa era insostenible”, nos explicó Otero tras su disertación ante los ingenieros
Aquel cataclismo dio paso a “una supervivencia durísima” mientras los obreros y demás operarios que estuvieron en la obra empezaron a hablar “sin tapujos” de los fallos constructivos en la presa; falta de vigilancia, malas prácticas, desidia de los jefes, prisas...
Aquello dio lugar a “la campaña de acoso para acallar las protestas” de los damnificados, mientras que las supervivientes, bajo fuertes presiones, debieron aceptar unas “compensaciones miserables” de la empresa bajo la amenaza de que, si no las aceptaban, se quedarían sin nada.
Los jueces sentenciaron en 1963 unas indemnizaciones más generosas que las apalabradas, pero la empresa quedó eximida de aportar la diferencia al haberse adelantad en el pago pactado. Todavía recuerda a su padre llorar por “la amargura, la impotencia y la tristeza” que le produjo toda aquella “vejación humillante”.

Más tarde llegó la triste noticia de que los hombres que habían trabajado en la construcción de los túneles sufrían silicosis (“se les quemaron los pulmones”). “Las viudas, con aquellas pagas nimias, muchos sacrificios y el peso del pasado, tuvieron que sacar adelante a su familias como pudieron”.
El pueblo se desintegró en gran medida. Ella se fue, estudió Magisterio en Salamanca y luego filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. La mayor parte de supervivientes se fueron porque ya no había “ni bienes ni animales a los que cuidar”, dice.
En dos libros
Visto que casi nadie en España conocía el suceso, decidió que debía explicarlo
Cada superviviente gestionó el drama como pudo. Ella, de pequeña, en la escuela, siempre sintió que lo que vivió no podía ser entendido, de manera que escondió en su memoria “el miedo, el sentimiento de castigo y las pesadillas, que siempre nos persiguen”.
Guardó silencio. Durante 50 años calló, hasta que al cumplirse el 50 aniversario de la tragedia sintió que, visto que casi nadie en España conocía el suceso, debía explicarlo.
Escribió dos libros para recuperar la memoria histórica (El bramido del Tera y Tráeme una estrella, de la editorial Hontanar). Todavía son testigos de lo que ocurrió los restos de la presa rota, las ruinas intactas del viejo pueblo y la central eléctrica, que funciona aún para producir la electricidad con agua de otras cinco presas de la zona.

Muchos convecinos desplazados no volvieron nunca al pueblo; algunos intentaron hacer ese viaje de regreso, pero no lo consiguieron y debieron renunciar más pisar el suelo del pueblo presos de la angustia. Otros le colgaron el teléfono cuando ella quería que le ayudaran a reconstruir esa memoria en sus libros. Pero muchos no querían saber nada de aquello. No habían superado el trauma.

