La primera vez que jugué a Donkey Kong Bananza, durante la presentación de Nintendo Switch 2, no acabé demasiado convencido del giro que le habían dado a esta célebre franquicia. La dinámica de juego dejaba de estar ligada a la velocidad y a los saltos para centrarse en la destrucción del escenario. En un éxtasis de demolición caótico, los brazos fortachones del gorila con corbata derribaban muros de piedra de los que brotaban oro y bananas, pero no parecía haber un objetivo claro. No acabé de verle la gracia a aquella demo. Unos meses después, y tras las veinticinco horas que me ha llevado llegar al final de su nueva aventura, mi opinión ha cambiado de forma sustancial.
Donkey Kong Bananza es el regreso por todo lo alto de uno de los personajes más legendarios y queridos de la compañía de Kioto —antes incluso de Super Mario fue su primer gran estrella con nombre y apellidos—. Es también un regreso que tiene algo de simbólico, y es que hacía más de veinte años, desde los tiempos de Donkey Kong Jungle Beat para GameCube, que Nintendo no desarrollaba internamente una nueva iteración de la saga. Se trata, pues, de una gran apuesta y esto es algo que queda patente desde el principio, cuando uno empieza a moverse por un mundo virtual que presenta los mimbres de una gran superproducción.
Donkey Kong Bananza es el regreso por todo lo alto de uno de los personajes más legendarios y queridos de Nintendo
En esta nueva aventura, DK debe viajar hasta el centro del planeta para encontrar las bananas que han sido robadas por una banda de simios con muy malas pulgas y peores intenciones. Pero no está solo, le acompaña Pauline, la misma damisela en apuros que completaba el triángulo de personajes de la primera recreativa de Donkey Kong (1981), y que aquí —por suerte— se presenta como una adolescente risueña que quiere convertirse en cantante, pero que no cree en sí misma. DK y Pauline son unos compañeros de aventuras fantásticos: mientras él se abre camino con sus puños, ella le marca el camino a seguir con su voz. Es muy llamativo el rediseño al que han sometido ambos personajes, ya que ahora se presentan como una dupla muy expresiva y adorable. Ambos no dejan de replicar un motivo que se ha repetido mucho en el cine de animación de los últimos años, el del personaje fortachón y la niña avispada y despierta. El mismo que puede verse en películas como Rompe Ralph (Rich Moore, 201), por mencionar una que mantiene un vínculo muy especial con el presente videojuego.
Tras este punto de partida se presenta lo que en apariencia es un juego de plataformas en 3D, pero que en realidad podría definirse como un juego de destrucción en 3D. El equipo de desarrollo liderado por el productor Kenta Motokura, quien ya fue el director de Super Mario Odyssey, ha decidido dotar a Donkey Kong de una jugabilidad distinta de la del fontanero y, lo cierto es que no tan solo lo han conseguido, sino que es una decisión muy acertada. Como decía, la destrucción es la reina en este nuevo título y es algo que queda patente desde el momento en que cuatro de los botones del mando de Switch 2 están dedicados a ese propósito: destruir, golpear, machacar, arrancar, lanzar… Si Super Mario sorteaba los obstáculos saltando, esta nueva versión del gorila lo hace abriéndose paso a través de niveles que están construidos mediante tecnología de vóxeles y con los que el usuario puede interactuar hasta sus últimas consecuencias.
Imagen del videojuego 'Donkey Kong Bananza'
El juego replica un motivo que se ha repetido mucho en el cine de animación de los últimos años, el del personaje fortachón y la niña avispada y despierta
No es el primer videojuego que utiliza esta tecnología, pero sí uno de los que han sacado más provecho de estos píxeles tridimensionales. El resultado es un tipo de interacción completamente basada en el momento a momento, en la capacidad de experimentar y, por qué no decirlo, en el placer de destruir cosas. Sus creadores así lo atestiguaron en la entrevista que hace unos pocos días concedieron a este diario: la capacidad de destruir los escenarios es el núcleo jugable de Donkey Kong Bananza. Esta forma de relacionarse con el entorno puede ser tremendamente divertida y está muy bien que desde Nintendo hayan decidido poner el foco en esta dinámica, ya que es algo que le aporta una personalidad especial a este juego. En ocasiones, esta destrucción puede llevar a ligeras bajadas de rendimiento, pero en ningún momento resulta en una mala experiencia, ya que el objetivo es favorecer la diversión y esa sensación siempre táctil que transmite el juego.
Para dar algo de variedad a tanta destrucción, otro de los elementos principales de Donkey Kong Bananza son las distintas transformaciones que experimenta el protagonista a lo largo de su aventura. Por ejemplo, puede convertirse en un gorila mucho más poderoso, en una cebra capaz de moverse a gran velocidad o en un avestruz que puede cubrir pequeñas distancias planeando, entre otras mutaciones. Es una habilidad agradecida, ya que dota a la jugabilidad de bastante más profundidad y posibilidades, tanto a la hora de enfrentarse a grandes jefes finales como de recorrer sus niveles destruibles.
Imagen del videojuego 'Donkey Kong Bananza'
Las transformaciones dotan a la jugabilidad de más profundidad y posibilidades
Y es que su viaje hacia el centro del mundo Nintendero, DK y Pauline deben atravesar diferentes capas que se presentan como escenarios diferenciados y altamente destruibles. Quizá ese es uno de los puntos que percibo más mejorables, porque a pesar de sus variadas temáticas, da la sensación que no todos los niveles detentan la misma calidad. Algunos niveles tienen un diseño y una presentación más inspirada que otros, y eso le pasa un poco de factura a un título cuyo bucle jugable es tan bueno como repetitivo. Pero eso no es todo, también en cuestiones de estructura general, el juego es una repetición constante de las mismas actividades, algo que por otro lado es muy de la Nintendo de los últimos años. En cualquier caso, estos niveles que quizá no están tan trabajados no dejan de ser divertidos de explorar y, esto sí que es común para todos, ofrecen muchos secretos escondidos.
En Donkey Kong Bananza hay infinidad de plátanos por recolectar y, a pesar de que es posible llegar a los créditos finales en alrededor de veinte horas, es mucho más el contenido que aguarda al jugador al final de la partida. Como decía, se nota la ambición con la que Nintendo ha querido recuperar su veterano personaje. También en la parte narrativa, que se centra de la amistad entre DK y Pauline y que busca llegar a un espectro de público amplio —también a los más pequeños, a quienes ya os avanzo quedarán absolutamente alucinados con las posibilidades de destrucción—. Quizá, en lo relativo a la narrativa se podría haber dado un poco más peso a algunos personajes muy queridos de la saga Donkey Kong, que aquí regresan, pero que lo hacen de forma muy discreta y disimulada; sin demasiada celebración.
Imagen del videojuego 'Donkey Kong Bananza'
Algunos niveles tienen un diseño y una estructura más inspirada que otros, y eso le pasa poco de factura a un título cuyo bucle jugable es tan bueno como repetitivo
Donkey Kong Bananza es gran retorno para uno de los personajes más icónicos de la historia del videojuego. Su nueva aventura arriesga proponiendo una dinámica de juego basada en la destrucción y el resultado de ello es un título original y que se distancia con acierto de otros juegos de plataformas. Quizá no llega al nivel de brillantez de otros grandes juegos de Nintendo, pero se queda muy cerca.

