La irrupción de la tecnología en la educación ha sido tan veloz como inevitable. Para algunos, un salvavidas pedagógico; para otros, el caballo de Troya que ha desestructurado la enseñanza tradicional. En medio de este debate, la voz del profesor Manuel Fernández, de la Universidad de Málaga, intenta tener un punto de vista objetivo: “Muchas veces los comportamientos que vemos en redes sociales se dan ahí porque ya están en la sociedad”, advierte.
Fernández no culpa a las pantallas, ni a los móviles, ni al algoritmo. En su opinión, el conflicto no radica únicamente en la tecnología, sino en cómo la escuela ha sido concebida desde una lógica absolutamente reproductiva. “A mí me parece que estamos en un momento de crisis, aunque esta cultura escolar parece llevar permanentemente en crisis”, afirma. La crisis, por tanto, no sería nueva, pero sí más visible en un contexto donde los cambios sociales se aceleran al ritmo de los avances digitales.
El profesor malagueño hace énfasis en que la escuela, en su concepción más tradicional, no siempre ha sabido adaptarse a los tiempos. “La manera en que la tecnología afecta al aula está relacionada con una escuela que no ha repensado su sentido”, sostiene. Esta falta de reflexión afecta tanto al alumnado como al profesorado, que en ocasiones ven cómo las herramientas digitales se integran sin una estrategia clara.
En esta misma línea, el investigador Daniel Losada, de la Universidad del País Vasco, alerta de que “la literatura científica no ha aceptado la hipótesis de que a más tecnología en el aula se produzcan mejores resultados académicos”. La idea de que “más pantallas igual a mejor educación” es, en sus palabras, errónea y simplista.
La clave, coinciden ambos expertos, no está en demonizar ni glorificar la tecnología, sino en diseñar prácticas pedagógicas ajustadas a los objetivos reales de aprendizaje. Porque un móvil o una tablet pueden ser distracciones, sí, pero también herramientas útiles si se integran dentro de una estrategia educativa más amplia y consciente.
El reto, según Fernández, no es sólo técnico, sino profundamente social. “No sólo educa el colegio o el instituto, sino que es la sociedad entera la que educa”, reflexiona. Lo que ocurre en el aula no puede desligarse de lo que pasa en la calle, en casa o en TikTok. Por eso, insiste en que es necesario “repensar el sentido del trabajo que hacemos dentro de la escuela”.
Ambos profesores coinciden en que el debate debe cambiar: no se trata de cuestionar si se debe usar o no tecnología, sino de cómo se emplea. Hay que tener claro que la tecnología es como un cuchillo, puede valer para pelar una naranja o para hacer daño a alguien, la cuestión es con qué intención se utiliza esa herramienta. Extrapolándolo a la educación, si se transmiten un pensamiento crítico y ciudadanía, los comportamientos en redes no serán un reflejo distorsionado de la sociedad.


