Cuando Christopher Nolan reinventó el mito cinematográfico de Batman en 2005 con Batman Begins, el mundo no pudo aplaudir más fuerte. Por fin un héroe que parecía real. Por fin una película de superhéroes —o justicieros— que se tomaba en serio a su público. Por fin una historia oscura que no trataba como tontos a los espectadores y ensalzaba el mito del héroe americano a poco menos que leyenda.
Ya se había intentado antes. Entre finales de los noventa y principios de los 2000, surgió una ola de películas de superhéroes oscuros que imitaban a los cómics de décadas anteriores. Blade y Hellboy, al igual que más tarde lo haría Nolan, hablaban a un público más maduro cansado de que se tomaran las películas de cómics a broma. También podían ser serios, sombríos y tristes... tal y como demandaba el público del momento.
Sin embargo, hoy en día, una película de estas características ya no sorprende a nadie. Como demostró Zack Snyder con su fallido Snyderverse de DC, el público terminó exhausto del tomarse demasiado en serio las historias de superhéroes. Porque, donde antes había esperanza, ahora solo quedaba tristeza y oscuridad. Y eso, en realidad, es lo último que busca alguien en un héroe.
En pleno 2025, lo último que necesita el público es realismo y tinieblas. Vestir de negro ya no es cool. A la vista está: nos encontramos en una pandemia de soledad sin precedentes. Nos es más fácil contar nuestros problemas a ChatGPT que a nuestros amigos. Y solo encontramos consuelo en la dosis continua de dopamina que nos brinda el teléfono móvil. Guerras y tragedias inimaginables nos rodean en la calle, en las noticias y en TikTok. Y la gran mayoría ni siquiera podemos permitirnos llevar una vida de clase media normal.
En este contexto, solo James Gunn parece haber entendido lo que el público necesita de las películas de superhéroes. Una vez muerto el antiguo universo de DC en cines, y mientras Marvel Studios neutraliza tanto su fórmula que ya no es capaz ni de emocionar más de unos segundos, el director de Guardianes de la Galaxia ha decidido plantar una idea loquísima en el espectador medio: que la bondad vuelve a ser cool.
Con Superman, la primera película del nuevo universo de DC Studios que lidera el propio Gunn, el cineasta ha logrado contar una historia que, en el año 2000, parecería totalmente anticuada. Pero que, en 2025, se alza como más necesaria que nunca.

Fotograma de 'Superman'.
En Superman no hay un ápice de realismo. Todo es tan inverosímil como el hecho de estar ambientado en un universo alternativo. Pero así son los cómics. Y está bien que así sean. Superman, por más que así lo creyera Zack Snyder con sus debatibles El hombre de acero, Batman V Superman y La Liga de la Justicia, no necesita vestir de colores desaturados ni fruncir mucho el ceño. Lo que necesita es sonreír mientras nadie más lo hace... y prometer al mundo que todavía hay esperanza.
En la Superman de James Gunn, Clark Kent es un hombre dulce en un mundo donde no hay espacio para la dulzura. Un inocente en un universo de culpables. Pero, donde otros dirían que el problema lo tiene él, el héroe se reivindica: no, el problema son los otros. Y, como diría el historietista Zerocalcare en su serie homónima de Netflix, “este mundo no me hará mala persona”.

Superman de cine.
Superman no es el más listo de la ciudad —eso se lo reservamos a Lex Luthor, quien encarna a la perfección a los magnates de las grandes tecnológicas que tanto daño están haciendo al mundo—. Tampoco, y esto sí que es poco habitual, es el único todopoderoso. Puede que su poder sea mayor que el del resto de héroes, pero no está solo ni quiere estarlo: tiene a sus compañeros, a su Lois Lane y, por supuestísimo, a su perro Krypto. Y es en esta compañía, en esta humanidad, donde se encuentra el factor diferencial de Superman frente al resto de héroes del cine de los últimos años. Es un soplo de aire fresco —como su propio aliento— en un universo que nos estaba dando un mensaje contrario a cómo teníamos que entender el heroísmo.
Para ser honestos, James Gunn no ha hecho nada nuevo. Lo mismo que ha retratado en su Superman es lo que logró Richard Donner en 1978 y Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938. Puede que estemos en un momento similar. Puede que esta pandemia de soledad y apatía se asemeje a las consecuencias de la crisis del Crack del 29 o al temor a la Guerra Fría y la crisis del petróleo. Puede que todo sea cíclico y cada pocas décadas necesitemos un nuevo/viejo Superman que nos vuelva a salvar. Pero, en cualquier caso, nadie lo estaba haciendo —o al menos no de esta forma— hasta que ha llegado James Gunn.
No es ni un pájaro ni un avión. Es un superhéroe que, una vez pervertido el término, surge para recordarnos cómo podemos salvarnos de un mundo oscuro que está perfilado al milímetro para corrompernos.