El final de 'El juego del calamar' nos deja una preciada lección: “Incluso si nos rendimos, es nuestra responsabilidad esforzarnos para que las generaciones venideras puedan tratar de construir un mundo mejor”

Netflix

La tercera temporada de 'El Juego del Calamar' ha llegado a Netflix para concluir con el mayor éxito de la plataforma de streaming

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Lee Jung-jae.

Lee Jung-jae.

Netflix

El pasado viernes se estrenó, en Netflix, la tercera temporada de El Juego del Calamar, la popular serie distópica coreana que debutó en el año 2021 y acabó convirtiéndose en un fenómeno masivo e internacional. Aunque técnicamente, lo que hemos podido ver ahora es la segunda mitad de la segunda temporada: ambas se rodaron simultáneamente y están pensadas como una misma historia que sucede en apenas unos seis días dentro de su universo.

La popularidad de la serie entre adolescentes y adultos de todas las edades —más de 142 millones de espectadores en su primera temporada— contrasta, en ocasiones, con la crudeza de sus imágenes, y con el explícito mensaje de crítica social que exhibe desde su primer capítulo. El Juego del Calamar nos plantea un universo parecido al nuestro en el que una misteriosa organización celebra, una vez al año, unos juegos mortales en los que se permite participar a personas de escaso nivel económico, generalmente asolados por las deudas. 

El juego está financiado por sus espectadores, unos VIPs, millonarios y poderosos, que lo observan como si se tratase de una serie de ficción y apuestan a quién será el ganador. La propuesta es simple: si son el último jugador en quedar vivo, ganarán una estratosférica cantidad de dinero que les permitirá solventar todos sus problemas. 

Cuantos más jugadores mueran en los juegos, más dinero podrán ganar 

El protagonista de El Juego del Calamar es Gi-hun, que en el inicio de la serie participa en un juego mortal para tratar de librarse de las múltiples deudas que le han llevado, en última instancia, a perder el contacto con su hija. En la segunda temporada veíamos cómo Gi-hun ha sido incapaz de retomar su vida normal después de salir victorioso del primer juego: vive consumido por la culpa y el trauma de todas las personas a las que ha visto morir.

Su fe en el sistema y en la humanidad está también absolutamente socavada: ha sentido en sus carnes la injusticia del capitalismo y de una sociedad donde los más ricos pueden jugar con las vidas del resto sin repercusiones. Así, trata de usar el dinero del premio para tratar de acabar con El Juego del Calamar por completo.

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No obstante, durante meses, sus intentos son en vano, y la única manera que encuentra de luchar contra ello es tratar de dinamitarlo desde dentro. Por ello accede a participar en los juegos una segunda vez. La segunda temporada introduce una dinámica nueva en el juego: después de cada prueba, los participantes que sobrevivan podrán votar en mayoría si quieren continuar jugando o terminar la violencia y volver a sus casas, repartiendo el premio equitativamente entre todos.

Durante sus seis capítulos, vimos como Gi-hun trataba, en vano, de convencer a los otros participantes de que votasen a favor de abandonar el juego. Incluso si sus argumentos eran convincentes, e incluso si todos los concursantes tenían miedo a la muerte, fracasaba una y otra vez: el miedo a la deuda y a la cruda realidad del mundo exterior hacía que, al final, la mayoría siempre decidiese quedarse.

El final de 'El juego del calamar' nos deja una preciada lección.

El final de 'El juego del calamar' nos deja una preciada lección.

No Ju-han/Netflix

En la tercera temporada, Gi-hun ha perdido toda esperanza. Tras un intento de rebelión contra los guardias que sale mal, ha visto a la mayoría de sus aliados morir, y la realidad comienza a ser demasiado evidente para ignorarla: no se puede combatir contra el sistema, contra el capitalismo, contra los poderosos en términos de igualdad. Los ricos siempre ganan.

Los otros personajes centrales a la temporada, aquellos que se habían unido a las filas del protagonista en intentar parar el juego, llegan poco a poco a la misma conclusión. Los primeros capítulos son brutales y quirúrgicos en su precisión a la hora de machacar cualquier posible esperanza de sobrevivir o mejorar que alberguen los jugadores. Los juegos son cada vez más crueles, y obligan a padres e hijos, a amigos, a parejas a enfrentarse unos con otros. 

Los jugadores que participan en 'El Juego del Calamar' llevan demasiado tiempo formando parte de una sociedad que les ha presionado y les ha empujado a querer y necesitar el dinero por encima de todo

Las hostilidades entre los distintos grupos también ha aumentado: quienes están determinados a ganar han perdido, cada vez más, la perspectiva sobre el valor de una vida humana. Asesinan incluso sin necesidad, solo para ver aumentar el premio. Han sido contaminados por el sistema, y solo buscan ganar más y más dinero.

Queda claro, entonces, que Gi-hun y el resto han fracasado en su propósito. Los jugadores que participan en El Juego del Calamar no quieren cambiar de idea. O más bien, no pueden cambiar de idea: llevan demasiado tiempo formando parte de una sociedad que les ha presionado y les ha empujado a querer y necesitar el dinero por encima de todo. Incluso por encima de las vidas humanas.

Un bebé lo cambia todo en el final de 'El juego del calamar'.

Un bebé lo cambia todo en el final de 'El juego del calamar'.

Netflix

Y quizás el propio Gi-hun es, de hecho, parte del problema. Después de que el intento de rebelión de la segunda temporada fracase, en la tercera le vemos siendo un hombre distinto. Uno violento y apático, que apenas expresa tristeza cuando ve cómo las vidas humanas van apagándose a su alrededor, y que busca venganza explícita contra el Jugador 388, a quien considera responsable del fracaso de la revuelta. 

Pero hay algo que todavía le mueve.

Y es que la Jugadora 222, que entró a los juegos estando embarazada, ha tenido un bebé. El parto tiene lugar en medio de una de las pruebas, y tras finalizarla, los captores hacen que la niña, de apenas unas horas de edad, se mantenga dentro del juego como un jugador más. En ese momento, varios de los personajes, que habían perdido ya, por completo, la fe en el mundo y la humanidad, encuentran un nuevo propósito: proteger a la niña, cueste lo que cueste. Incluso si eso significa dar su propia vida a cambio de la supervivencia de ésta. 

No sé si he acabado aquí, con la edad que tengo, porque he vivido de forma incorrecta, o por culpa de esa gente que hay ahí arriba… Pero ese bebé es inocente

Jugadora 149'El juego del calamar'

Tras asesinar a su propio hijo para proteger a la Jugadora 222 y a su bebé, la anciana Jugadora 149 le explica a Gi-hun: “No sé si he acabado aquí, con la edad que tengo, porque he vivido de forma incorrecta, o por culpa de esa gente que hay ahí arriba… Pero ese bebé es inocente.”

Desde sus cómodos asientos, los VIPs que observan el juego son incapaces de entender estos comportamientos. Se ríen y se burlan ante la idea de que alguien pudiera anteponer su propio beneficio, su propia vida, a la de un niño con el que ni siquiera tienen lazos de sangre.

Lo que no entienden es que el bebé de la jugadora 222 significa, para ellos, algo más grande que la propia vida para los jugadores. Significa esperanza. Que las cosas pueden ser distintas.

Un bebé lo cambia todo en el final de 'El juego del calamar'.

Un bebé lo cambia todo en el final de 'El juego del calamar'.

Netflix

En el otro lado del juego, en el lado de los captores, hay un personaje que sufre un viaje emocional similar. El Soldado 11, Kang No-eul es una joven ex-soldado que acepta trabajar como parte de la organización de los juegos para tratar de encontrar a su hija, a quien le perdió la pista tras desertar en Corea del Norte, asesinando a su superior, que trató de abusar de ella. Durante los primeros compases del juego, No-eul se muestra fría y clínica a la hora de ejecutar a los jugadores que son incapaces de superar cada prueba. Incluso cuando suplican por su vida, ella no siente absolutamente nada cuando acaba con sus vidas.

No obstante, acaba por sentir gran empatía hacia el Jugador 246, que forma parte de los juegos para tratar de obtener dinero para el tratamiento de su hija, que apenas tiene cuatro años y está en una fase avanzada de leucemia. En la tercera temporada, el Soldado 11 rompe las reglas y se rebela contra la organización para tratar de salvar al Jugador 246 y permitir que este se reúna con la niña.

Final de 'El juego del calamar'.

Final de 'El juego del calamar'.

Diseño: Selu Manzano

Al final, No-eul consigue que el Jugador 246 pueda salir de la isla en la que se celebran los juegos y reunirse con su hija; simultáneamente, en el último capítulo de la temporada (y de la serie) el protagonista concluye la última prueba del juego lanzándose al vacío para permitir que el bebé, técnicamente el último jugador en pie, gane el premio y pueda salir de allí.

Ambos personajes comparten un sentimiento, a través de palabras, pero sobre todo de acciones, de que la generación actual ya no puede cambiar las cosas. De que es demasiado tarde para los adultos, que ya hemos sufrido las consecuencias del sistema, para empezar de cero. 

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Incluso los mecanismos que tradicionalmente consideramos justos —como la democracia y el voto de la mayoría — están permanentemente viciadas por los contextos socioeconómicos y políticos en los que hemos nacido y crecido. Pero incluso si nos rendimos, es nuestra responsabilidad esforzarnos para que las generaciones venideras, todavía inocentes y ajenas a esa realidad, puedan tratar de construir un mundo.

Quizás no consigan arreglarlo. Quizás los males del sistema les afecten como a nosotros. Quizás la sociedad vaya, de hecho, a peor.

Pero El Juego del Calamar, una serie cruda y nihilista en la mayoría de su desarrollo, ha decidido cerrar con un mensaje claro: que se merecen la oportunidad de intentarlo.

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