Rodrigo Taramona (Lima, 1979) no ha tenido una vida sencilla. Hijo de inmigrantes de Colombia y Perú, fue dando bandazos de un lugar a otro hasta asentarse definitivamente en Madrid. Para él, la famosa frase de Giuseppe Manzzini “La familia es la patria del corazón” tuvo que materializarse irremediablemente. Y aun así, las circunstancias también le expatriaron parcialmente de esta nación, ya que su padre murió cuando él era pequeño, dejando a su madre al frente de la familia.
“Mami, te llamo luego, estoy en medio de una entrevista”. No le cuelga, como haríamos la mayoría. Sus prioridades están claras y centradas en los afectos, algo que intenta transmitir cuando divulga sobre el impacto de la tecnología en nuestra sociedad actual. A sus 46 años, sigue enamorado de su mujer, con la que lleva 16 años de relación y ha tenido dos hijas. “Mi motor, mi impulso, nunca ha residido en la ambición o el dinero, sino en mi familia, en el amor a mi familia. Lo demás son efectos colaterales”.
Hablamos con Taramona de cómo su historia le ha llevado especializarse en la comunicación tecnológica y a trasladar su ojo crítico, humanista, a cada esfera de este ámbito. Y, cómo no, del tema que monopoliza el sector desde que Sam Altman diera su puñetazo sobre la mesa: la IA y su amplio horizonte de acción.
Tengo entendido que no has recibido una formación al uso. ¿Cómo llegas a especializarte en la divulgación tecnológica?
No, la verdad es que no tengo formación como tal. Cuando era pequeño, mi familia fue deportada a Roma. Como mis hermanos son de padre italiano, mi madre se las ingenió para no tener que volver a Perú, donde nací. Entonces, mis estudios se interrumpieron. Al volver a España, por alguna razón mi madre nos metió en colegios privados sin tener dinero para pagarlos. Y al final, con 14 o 15 años, me metí en una academia para sacarme el graduado escolar, cuando todavía era EGB. Ese es mi nivel de estudios: octavo de EGB. Así que he llegado a este momento de mi vida por otros cauces.
Imagino una historia que se sale, como diría el dibujante Zerocalcare, de la línea de puntos.
Podría decirse que sí. Desde muy joven trabajé como actor. Me gustaba, aunque no era mi pasión. También me gustaba mucho la música e hice mis pinitos como DJ. Algo que siempre quise de pequeño, y tuve la suerte de poder hacerlo. Además, siempre me he sentido culturalmente muy anglosajón. En literatura, medios, música, cine… siempre he consumido mucho contenido americano e inglés.
En 2010 ya intentaba sacar conversaciones con mis amigos sobre algo que me parecía inminente: la inteligencia artificial
Ser capaz de consultar fuentes internacionales no estaba al alcance de cualquiera en los albores de Internet.
Eso es. Viví la democratización de la información desde el principio y, hacia 2010, escribía un blog en Glamour y colaboraba con GQ. Veía que avecinaba una gran ola: el impacto de la tecnología a nivel transversal. En ese momento el tema central seguía siendo la crisis económica iniciada en 2008, pero yo intentaba sacar conversaciones con mis amigos sobre algo que me parecía inminente: la inteligencia artificial. Y, a partir de 2012, o quizá más adelante, lo que estaba pasando con las criptomonedas. Mi pareja de toda la vida, actualmente mi mujer, y yo nos dimos cuenta de que la conversación más importante del futuro inminente no se estaba teniendo en español. Así que decidimos montar nuestra propia revista.
¿Cuál?
Revisor, que creció en la época de Facebook. También hacíamos consultoría con empresas: trabajamos para Zara, Mahou, Marriott… En 2020, con la COVID, se nos cayeron todos los clientes, nos arruinamos y, además, estábamos esperando una hija.
Vaya vértigo.
Te puedes imaginar. Dos años después, con un móvil viejo —un Google Pixel— empecé a grabar vídeos. Pensé que iban a crecer en YouTube, pero crecieron en Instagram y, sobre todo, en TikTok cuando permitió vídeos de 10 minutos, porque mi contenido siempre ha sido largo. Empezaron a explotar y ahora me dedico a crear contenido y, sobre todo, a dar conferencias y charlas sobre el impacto de la tecnología a todos los niveles. No solo soy “el de la inteligencia artificial”, aunque paso mucho tiempo hablando de ello; hablo también de blockchain, cripto, redes sociales… Me interesa todo el impacto de la tecnología en la sociedad.
Entonces, se podría decir que toda tu formación se ha ido fraguando en torno a 30 años de investigación y trabajo autodidacta.
Absolutamente. Siempre digo que he tenido tres bendiciones. La primera, el inglés como segunda lengua. Eso me abrió la posibilidad de acceder a mucho contenido, y nunca me dio pereza leer en inglés, al contrario. Era el lenguaje de internet. En segundo lugar, una curiosidad insaciable. Hay una frase en Blood Meridian, de Cormac McCarthy, por parte de un personaje que dice: “Todo lo que existe sin mi conocimiento existe sin mi consentimiento”. Yo lo siento así: todo lo que existe sin que yo lo conozca me genera ganas de saberlo. Por último, he sabido elegir bien mis fuentes y mis modelos a seguir. Si no, quizá habría acabado terraplanista (risas).
Muchos te siguen para entender el impacto de la tecnología en nuestros días. ¿Qué responsabilidad sientes frente a la desinformación y el sensacionalismo digital?
Mucha. Creo que los creadores con un alto impacto debemos asumir también las responsabilidades de los medios de comunicación clásicos. Los medios tienen unas normas de buenas praxis y códigos deontológicos, y nosotros también deberíamos seguir reglas del juego. He hablado mucho de misinformation, esa información equivocada que no es deliberadamente mala pero que confunde. Todos caemos en eso. Alguna vez he dicho cosas mal y he hecho fe de erratas, incluso he borrado vídeos con mucho alcance si a posteriori he considerado que eran desafortunados. No se trata solo de recoger frutos, sino también de ser responsables de lo que sembramos.
Con la inteligencia artificial debemos tener cuidado de no cometer los mismos errores que con internet y las redes sociales
En un vídeo dices que la IA puede volvernos más tontos o más listos según si la usamos como proyector o como linterna. ¿Puedes sintetizar un poco esta reflexión?
Con la inteligencia artificial debemos tener cuidado de no cometer los mismos errores que con internet y las redes sociales. Tanto las oportunidades como los peligros se multiplican exponencialmente. Internet se presentaba como la Biblioteca de Alejandría digital, pero la hemos convertido en un centro comercial con multicines donde hay pequeñas librerías escondidas entre la fanfarria. La IA puede ser una linterna: un profesor accesible 24/7 que nos ayuda a arrojar luz en la oscuridad donde ponemos el foco. Como he dicho, yo no estudié más allá de octavo de EGB. El otro día leí un libro con fórmulas por encima de mi nivel. Hice una foto, se la pasé a un modelo y le pedí que me explicara lo que me faltaba y me diera ejercicios. Esa noche, mientras mi familia dormía, yo estudiaba. Eso es algo empoderante.
¿Y cuándo es un proyector?
Mal usada, la IA es un proyector de imágenes constantes, fácil, pero que deteriora la atención. Tú no estás iluminando la realidad como con la linterna, sino que recibes una representación sesgada de la misma. La última frontera eres tú. Por eso creo en construir comunidad: todos tenemos las mismas preguntas, nadie tiene todas las respuestas, ni Sam Altman ni Demis Hassabis. Discord, Reddit, Skool,… son lugares donde todos aportan conocimiento. La alfabetización digital debe ser cultural para entender los medios, las redes sociales y cómo se relacionan con nuestro cerebro.
¿Crees que tu historia personal influye en cómo propones usar internet y la IA, más como lugar de acogida que de conquista?
Probablemente. Internet me dio casi gratis lo que no pude tener. Y mi historia familiar está llena de secretos y mentiras: eso me empuja a no conformarme. Sí, al final creo que todo lo que te apasiona suele tener que ver con tu historia personal.
Internet creó un espacio digital que cambió dinámicas económicas, pero no transformó cómo se construyen ciudades. La IA sí lo hará
Sueles decir que la IA no será una revolución como Internet, sino como la electricidad. ¿Por qué?
Porque Internet creó un espacio digital que cambió dinámicas económicas, pero no transformó cómo se construyen ciudades. La IA sí lo hará. Tiene un consumo energético brutal, necesita servidores, algoritmos, bases de datos, GPUs. Se están levantando infraestructuras enormes en China, Estados Unidos, etc. Alrededor de esas instalaciones nacerán ciudades. La electricidad trajo consigo horarios fabriles que se expandieron a toda la sociedad. La IA va a tener ese efecto. En el triángulo capital–tierra–trabajo, lo primero que caerá es el trabajo mental; después cambiará nuestra relación con el dinero. El impacto será difícil de concebir. Explicarlo hoy es como tratar de contarle a un campesino medieval quién es Ibai.
¿La conversación pública sobre inteligencia está demasiado polarizada?
Sí. Como cualquier otro debate, se ha empobrecido. Muchas veces eliges equipo y adoptas opiniones de políticos o celebridades. Para paliar esto, yo recomiendo ir a las fuentes que ostentan el poder al respecto: Demis Hassabis, Dario Amodei, Sam Altman, Elon Musk, Geoff Hinton, Yann LeCun… y también a periodistas y filósofos críticos con ellos. La ciencia y la ingeniería ya no son suficientes: hay que devolverle su importancia a la filosofía y la espiritualidad. En un mundo acelerado necesitamos preguntarnos “¿quién soy?”.
¿Qué hay en lo humano de inimitable para la IA?
Hay algo intrínsecamente humano que no sabemos explicar. Las máquinas ya dominan el cálculo, pero nosotros debemos volver al amor: por qué se te eriza la piel al mirar a quien quieres, por qué cuidas a tu hija solo porque te sonríe. Esa conexión es exclusiva. Creo que llegaremos a un punto en el que habrá una superinteligencia que vea cosas que no podrá explicarnos. Pero también sucederá al revés: habrá cosas humanas que la IA no comprenderá. Ojalá logremos concebir un espacio de cooperación con ella en lugar de tratarla como un rival.
¿Crees que estamos cayendo continuamente en errores del lenguaje, en fallos en las definiciones con respecto a la IA?
¿En qué sentido?
En que, por ejemplo, confundimos “inteligencia” con “voluntad” o “conciencia”.
Absolutamente. Atribuimos a la IA cualidades humanas porque nos comunicamos con ella en lenguaje humano. Eso nos inquieta y nos asusta, pero también la divinizamos. Me preocupa que no seamos capaces de ponernos de acuerdo 8.000 millones de personas sobre qué es la IA y cómo tratarla.
Rodrigo Taramona, experto en tecnología.
Diste una charla ante 300 CEOs hablando de un término que me resulta sugerente: “el gran desacoplamiento”. ¿Qué significa exactamente?
Es un concepto de The Second Machine Age, un libro de Erik Brynjolfsson. Las tecnologías de propósito general como la electricidad aumentaban productividad, capital y empleo porque descualificaban tareas. Con las TIC ocurre algo distinto: crece la productividad y el capital, pero cada vez con menos gente. Hoy las empresas valen más y producen más, pero necesitan menos empleados. Eso devalúa el trabajo porque lo hacen las máquinas. Entonces surge la pregunta: ¿qué hacemos cuando el trabajo ya no sea necesario? Y luego, ¿qué pasará con el dinero?
¿No hay un lado positivo?
Sí, que potencialmente puede liberar 8.000 millones de cerebros para que puedan dedicarse a la creatividad, los cuidados y la imaginación. Los riesgos, los de siempre: desigualdad, lucha por el poder. Por eso digo que necesitamos una revolución tecnológica acompañada de una revolución de conciencia.
Nokia pensaba que la gente quería móviles más pequeños y de colores, pero no entendió internet. Apple hoy hace móviles más finos y bonitos, pero no está entendiendo la IA
En tus redes has hablado del concepto de un posible principio del fin de Apple. ¿Podrías ilustrarnos al respecto?
Creo que Apple está como Nokia en su día. Nokia pensaba que la gente quería móviles más pequeños y de colores, pero no entendió internet. Apple hoy hace móviles más finos y bonitos, pero no está entendiendo la IA en un momento en la que los usuarios la quieren en todo. Apple sigue anclado en su pasado, en que sus productos sean considerados un fetiche, pero estamos entrando en un mundo de dispositivos que entienden el contexto, transcriben, resumen, hacen mapas mentales. En el coche tendré IA a la que le pido que me hable de la Revolución Industrial mientras llevo a mi hija al cole. Con gafas que escuchan sin aislarme podré conversar con un modelo. Mientras tanto, Apple sigue centrada en su marca y su cadena de suministro. Hoy apostaría en corto a Apple.
Sigamos apostando. ¿Será el Metaverso el recuerdo de una moda pasajera o una infraestructura básica dentro de 20 años?
El Metaverso fracasó por una mala concepción de entrada. Se pensó como meter un mundo 3D en una pantalla rectangular, y eso ya lo tenemos en los videojuegos. Lo importante es distribuir internet en el espacio físico con dispositivos de audio y visión que no te aíslen: realidad mixta, mapas proyectados en el coche, información en el espacio real. Nadie quiere vivir encerrado en unas gafas de realidad virtual. El futuro pasa por integrar lo digital en lo real. De una manera no invasiva, claro.
Vamos cerrando. Si tuvieras que diseñar una asignatura que estudiara el impacto social de la tecnología para los colegios, ¿qué incluirías como tema esencial a tratar?
Higiene digital: cuándo la tecnología es útil y cuándo no. No todo puede ser pedir comida desde una app. Y entender la tecnología desde los cimientos: qué es una Raspberry, entender la electrónica básica antes de llegar a la pantalla…
¿Y si pudieras insertar un “bug filosófico” en la mente de todos, ¿cuál sería?
Suena cursi, pero sería preguntarse por qué es el amor. Mi motor vital no han sido ni la ambición ni el dinero, sino amar con diferentes medidas al mayor número posible de personas: familia, comunidad, culturas… Hago contenido con amor, porque cuando nadie hablaba de tecnología en español, yo quería que nuestra cultura estuviera en esa conversación. La gente tiene que volver a preguntarse qué es el amor.



