Desde la aparición de la inteligencia artificial generativa, se ha cuestionado nuestra percepción del arte, y la música no escapa de esta revolución tecnológica. La IA se cuela en nuestra vida y también en aquellos quehaceres que siempre hemos entendido como profundamente humanos. Lo que hasta hace poco parecía una curiosidad técnica, hoy protagoniza titulares, firma contratos discográficos millonarios y despierta opiniones encontradas.
Hace apenas unas semanas, un cantante que no existe firmó un contrato millonario. Xania Monet, una figura virtual creada con IA, firmó un contrato de tres millones de dólares con Hallwood Media. El proyecto lo impulsa la poeta Telisha “Nikki” Jones, quien escribe las letras, pero recurre a programas como Suno para convertirlas en canciones completas con melodía, producción y, lo más polémico, una voz sintética capaz de sonar tan real como la de un cantante profesional.
Actualmente, esta artista artificial de R&B reúne más de 529.000 oyentes mensuales en Spotify y figura en playlists virales en países como Noruega o Sudáfrica. Unos datos a envidiar por cientos de miles de artistas en todo el globo.
El fichaje de Xania Monet está respaldado por Neil Jacobson, exejecutivo de Interscope (filial de Universal Music Group). Este trato demuestra que las discográficas están dispuestas a apostar fuerte por productos virtuales creados con inteligencia artificial, pero también abre un debate legal y ético en cuanto a los derechos de autor y de explotación.
En este caso, todos los trabajos de la “artista” Xania Monet están creados por Telisha Jones y es ella la que reclama la autoría total en la composición y producción de las canciones, pero genera dudas. ¿Quién debería recibir los royalties? ¿Qué papel juegan los programadores de los softwares utilizados? ¿Los autores de las letras deben cobrar lo mismo?
Los expertos coinciden en que estamos ante un terreno resbaladizo que obligará a replantear la legislación musical. El año pasado, discográficas como Universal, Sony y Warner demandaron a servicios como Suno y Udio alegando que generan música que infringe derechos de autor al estar entrenados con obras protegidas, sin licencia.
Xania Monet, artista creada por IA que ha firmado un contrato de tres millones de dólares.
A menor implicación humana en el proceso, más difícil será defender que esa obra es merecedora de protección
En esas demandas, se reclamaban daños de hasta 150.000 dólares por cada obra infringida. Desde Sympathy for the Lawyer, despacho español especializado en derecho musical, lo explican así: “A menor implicación humana en el proceso, más difícil será defender que esa obra es merecedora de protección. Las obras creadas de manera completamente autónoma por una IA no son protegibles conforme a la legislación actual”.
En este escenario, la Unión Europea ya ha dado un paso con el Reglamento de Inteligencia Artificial (AI Act), en vigor desde agosto de 2024. La norma establece obligaciones de transparencia para los sistemas generativos (como indicar cuándo una obra ha sido creada con IA o publicar información sobre los datos de entrenamiento) y prohíbe prácticas consideradas inaceptables, como los deepfakes engañosos sin advertencia.
Yaboi Hanoi, artista que crea música con IA.
Aunque todavía existen lagunas sobre cómo proteger los derechos de autor en obras creadas con IA, el reglamento sienta las bases para un marco común en los países europeos y anticipa que el debate legal acompañará de cerca a la experimentación artística en los próximos años.
Más allá de lo legal, el contrato es un gesto que avisa de que los sellos pueden ver más rentable invertir en artistas inexistentes frente a músicos de carne y hueso, con todo lo que implica mantener giras, negociaciones, egos o crisis personales.
Nada ni nadie en la tierra podrá justificarme el uso de la inteligencia artificial para mí
El anuncio desató una tormenta de críticas en redes y medios, con voces contundentes como la de la referente del R&B contemporáneo SZA, quien rechazó la creación de imágenes o canciones hechas con IA a partir de su nombre o estilo, y cargó contra la contaminación de los centros de datos: “Por favor, no hagáis imágenes mías con la I.A. ni imitéis mi voz. Cada vez que usáis la I.A., alguien en una comunidad olvidada sufre. Con el tiempo, sus efectos nos llegarán a todos”.
La artista Kehlani también criticó la práctica: “Nada ni nadie en la tierra podrá justificarme el uso de la inteligencia artificial para mí”. Este debate toca fibras sensibles sobre justicia, sostenibilidad y dignidad artística.
El crítico cultural Frankie Pizá, una de las voces críticas con el fenómeno, apuntaba en un post de Instagram en el que desgranaba este fichaje: “El gran problema irreversible de esta situación es que la tecnología en sí no tiene nada de malo, pero su despliegue está ocurriendo sobre un proceso ilegal de expropiación creativa y alcanzando a una audiencia ya incapaz de distinguir lo real y lo verdadero. Además de la creciente pasividad, los usuarios perderán el poco vínculo biográfico que les quede, su capacidad de elección. Vaya, lo que viene siendo su autonomía cultural”.
No es nuevo el concepto de los artistas digitales. Artistas como Gorillaz o Hatsune Miku han sido durante años ejemplos de avatares digitales de cantantes reales. Así, también es el caso del boom de los vtubers, figuras animadas que llenan conciertos en Japón o Estados Unidos, firman con discográficas y hasta cantan en estadios de béisbol. La gran diferencia está en el componente híbrido y es que detrás del avatar siempre hay un intérprete humano que presta voz, movimientos y carisma… no es el caso de Xania Monet.
Hatsune Miku tiene canciones disponibles en las plataformas de streaming de música.
Nunca una tecnología ha sido tan rápida, tan inmediata, nunca se han consumido tantos recursos a la vez que ha sido tan global y tan disciplinar
Más allá de los casos concretos, el sentimiento general en la industria musical es ambivalente. Como recogía Valentina Nieto en este reportaje, la IA preocupa tanto como atrae a los músicos. “Nunca una tecnología ha sido tan rápida, tan inmediata, nunca se han consumido tantos recursos a la vez que ha sido tan global y tan disciplinar. Por eso, hay una oportunidad de movilización que no se ha visto antes, pero también hay un peligro real de que esto caiga en manos de unos pocos dentro del sistema capitalista”, explicó Verónica Casas, CEO del sello Blanco y Negro Music.
De hecho, según una encuesta de Soundplate a más de mil artistas independientes, un porcentaje notable utiliza IA en algún momento de su proceso creativo. La mayoría (75%) lo hace para tareas básicas como separar pistas o procesar audio, mientras que solo un 3% la emplea para generar canciones completas.
Por ahora, parece que la IA se usa más como herramienta que como fin, pero no podemos anticipar lo que pasará los próximos años, entendiendo también el componente económico. “Esto es más por un tema de competición. Si empiezas a sacar un millón de canciones al mes, se va a escuchar mucha más música que no sea puramente humana” explicaba Carol Pozo, directora en Barcelona del Máster en Gestión del Negocio Musical de la International Music Business School.
La IA no solo redefine cómo se hace música, sino también cómo se concibe la autoría, la creatividad y la relación entre artistas y público. La creatividad humana sigue siendo insustituible, pero la tecnología ya está jugando un papel central en su transformación que sin duda nos hará plantearnos muchos debates éticos y culturales.




