Greg Brockman es una de las figuras más relevantes de la inteligencia artificial. Actual presidente de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, este ingeniero pasó por Harvard y el MIT antes de incorporarse a Stripe, donde llegó a ser su primer director técnico (CTO).
En 2015, Brockman cofundó OpenAI, y hoy ocupa la presidencia de la organización, tras haber realizado también funciones técnicas clave desde los inicios de la empresa. A lo largo de su historia, el ingeniero ha visto cómo la IA ha evolucionado hacia cotas que nunca imaginaría. Y ahora lo ha resumido como una experiencia sin precedentes.
“Te das cuenta de que no puedes controlar el resultado; lo que puedes controlar son los datos que introduces (los prompts)”, cuenta Brockman en el pódcast Cheeky Pint. En la conversación, reconoce algo que pocos líderes tecnológicos admiten en público: que el desarrollo de la inteligencia artificial ha llegado a un punto donde el control ya no es absoluto. Los ingenieros pueden decidir el diseño, los parámetros y la información con la que se entrena un modelo, pero no el comportamiento que surgirá después.
Para Brockman, ese matiz marca la diferencia entre una herramienta y algo que considera como “una entidad impredecible”. Por lo tanto, según su visión, el futuro de la IA dependerá menos de la potencia de cálculo y más de la capacidad humana para comprender sus límites. “No se trata de imponer resultados, sino de aprender a convivir con sistemas que nos superan en complejidad”, señala.
Greg Brockman, presidente de OpenAI.
Esa misión, sin embargo, ha ido adoptando un tono cada vez más oscuro. Brockman ha pasado de ser un ingeniero optimista sobre el progreso técnico a un defensor de la supervisión humana constante. El programador británico Simon Willison, cercano a los debates sobre ética en IA, recoge una de sus ideas recurrentes: “La inspección manual de datos tiene probablemente la mayor relación entre valor y prestigio de cualquier actividad en aprendizaje automático”.
A diferencia de sus inicios en Stripe, donde el código era una herramienta predecible al servicio del negocio, en OpenAI el producto se comporta de formas que nadie puede anticipar. La inteligencia artificial, explica Brockman, “es el primer sistema en el que los ingenieros no solo construyen, sino que también aprenden de lo construido”. Una relación que, según él, exige humildad y transparencia.
Pese a todo, mantiene la fe en la tecnología como una fuerza transformadora. En lugar de detener el desarrollo, propone educar, auditar y compartir: “La única manera de hacer que la IA sea segura es construirla entre todos”.


