“No quiero que mi hijo crezca pensando que comer es apretar un botón y recibir algo sin alma”: Los robots chefs que triunfan en Corea del Sur amenazan con acabar con la hostelería
Robots
Entre brazos robóticos y mesas inteligentes, la restauración surcoreana está redefiniendo el arte de cocinar, pero a su vez deja miles de puestos vacíos
Adiós a las tareas del hogar: así es el nuevo robot hecho con Inteligencia Artificial que barrerá o doblará la ropa por ti
Los robots chefs triunfan en Corea del Sur.
La primera vez que uno entra en un restaurante automatizado en Corea del Sur no sabe si ha pedido un bibimbap o si se ha metido de lleno en una distopía de animación japonesa. La comida llega flotando sobre una bandeja transportada por un carrito con ojos LED, la cocina apenas emite sonidos y, a lo lejos, una pantalla sonríe con voz sintética: “¡Buen provecho!” Lo que en otro contexto podría parecer adorable, aquí se vuelve inquietante. Porque no hay manos humanas detrás de esos platos, ni historias que contar más allá de las líneas de código.
En el restaurante Munmak, en la provincia de Gangwon, Park Jeong-eun solía hervir ramyeon para camioneros durante veinte años. En febrero de 2024, el restaurante instaló tres robots chefs que despachan platos a 150 por hora—el doble que ella—y los camioneros habituales comenzaron a “malhumorarse, gritar e irse” ante la frialdad de ser atendidos por un conjunto de chips y acero. Park, resignada, terminó fregando platos y escuchando cómo los clientes repetían: “sabía mucho mejor el que hacíamos nosotros”.
En Corea del Sur, la robotización de la hostelería no es un experimento, sino un modelo. Hay más de 1.000 robots industriales por cada 10.000 trabajadores, según datos del IFR, y el gobierno subvenciona hasta un 70 % del coste de estas máquinas. En muchos locales, las tabletas sustituyen a los camareros, los brazos mecánicos reemplazan a los cocineros, y los algoritmos deciden si un pedido se entrega antes o después según el nivel de tráfico de datos. La eficiencia es irresistible. Pero la soledad también.
Aglio Kim es el ejemplo más citado: un robot camarero de 1,25 metros de altura, desarrollado por KT Corporation, que transporta hasta 30 kilos de comida a cuatro mesas distintas sin rozar a nadie. Tiene sensores SLAM, pantalla LCD, voz programada en coreano e inglés. Y claro, nunca llama para decir que está enfermo. “Los clientes lo encuentran único”, explica el gerente de un Mad for Garlic en Seúl, “y además, no hay errores en los pedidos”.
Esa frase —”no hay errores”— esconde más de lo que dice. Porque cuando un plato no tiene alma, ¿cuenta como error?
Robot Optimus de Tesla en una imagen promocional.
En muchas escuelas públicas coreanas, los robots ya han reducido en un 50 % el personal de cocina. Y en la Universidad de Hanyang han instalado 14 mesas inteligentes donde los pedidos llegan sin interacción humana. “La gente mayor no sabe cómo usarlas”, comentaba Kim Ji-yeon, de 89 años, que aún prefiere el trato humano. Pero no es solo una cuestión generacional, sino una cuestión estructural.
Un estudio publicado en Vietnam News alertaba de que la tendencia se está extendiendo rápidamente también a otros países del sudeste asiático. Empresas surcoreanas están exportando estos modelos a restaurantes en Hanói o Ciudad Ho Chi Minh con la promesa de eficiencia y bajo coste. Pero en países con alta densidad de población joven y pocos derechos laborales, esa eficiencia podría significar desempleo masivo.
Robot chef.
Renán Vega Cantor, historiador y docente colombiano, lo explica sin rodeos: “Los robots en bares y cafeterías no son un progreso, son una aberración laboral del capitalismo”. Para él, la lógica del capital se mantiene intacta: sustituir a personas por máquinas no para mejorar vidas, sino para reducir costes y aumentar beneficios. Y lo más perverso, escribe, es que “la máquina perfecta” se convierte en ideal porque no protesta, no se organiza, no exige. “Servidumbre técnica bajo apariencia de innovación”.
Mientras tanto, en México, un restaurante experimenta con un robot con inteligencia artificial que atiende a los clientes, memoriza sus preferencias y cuenta chistes programados. Reuters lo presentó como una curiosidad simpática, pero hay algo escalofriante en esa escena: un humano riendo solo frente a una máquina que ha sido entrenada para imitar el humor. No compartirlo. Imi‑tar‑lo.
La palabra robot, por cierto, viene del checo “robota”. Significa servidumbre.
La palabra robot, por cierto, viene del checo “robota”. Significa servidumbre.
No es que el trabajo en restauración fuera siempre digno o justo. Muchos de quienes hoy son desplazados por algoritmos llevaban años en condiciones precarias. Pero lo que está ocurriendo no es un salto hacia adelante, sino una desaparición paulatina de los cuerpos que hacían posible esa cultura. La cultura del plato bien servido. Del “hoy me ha salido mejor”. De la imperfección como afecto.
En una reciente encuesta de la Korea Foodservice Industry Association, el 61 % de los clientes afirmaban preferir comida hecha por humanos. “Es más lenta, sí, pero tiene sentido”, decía una madre en un restaurante automatizado en Daegu. “No quiero que mi hijo crezca pensando que comer es esto: apretar un botón y recibir algo sin alma”.
Cadena de comida robotizada.
El profesor Koo Kyo-jun, de la Universidad de Corea, lo explica con cautela: “La robotización puede ayudar en un contexto de envejecimiento poblacional, pero sin políticas laborales que acompañen este proceso, lo que tendremos es exclusión masiva”. Porque no todo el mundo puede reprogramarse. Porque no todo el mundo quiere hacerlo.
No se trata de rechazar la tecnología. Se trata de preguntarnos para qué la usamos. En algunos locales de Haidilao en China, los robots cocinan y sirven, pero los humanos permanecen en sala, como anfitriones, como cuentacuentos. Porque una comida no se recuerda solo por su sabor, sino por cómo nos la contaron. Por cómo nos miraron al traerla. Por ese “que aproveche” dicho con voz de verdad.
Quizá lo más preocupante no es que el robot cocine mejor, más rápido o más limpio. Es que nadie le cuente a ese robot que hoy es el cumpleaños de una abuela, o que ese kimchi jigae te recuerda a tu madre. Porque ese tipo de información no se archiva en servidores ni se procesa con redes neuronales. Ese tipo de conocimiento —el que sabe que comer también es estar juntos— todavía sigue siendo humano.