Vivimos hiperconectados, con notificaciones que no descansan y redes sociales que nos interrumpen incluso en momentos de intimidad. La línea de lo laboral y lo personal se ha desdibujado por completo, y la media de horas que pasamos mirando el móvil en España ya supera las seis horas diarias. En este contexto, están comenzando a surgir iniciativas que proponen algo tan simple —y a la vez tan revolucionario—como apagar el teléfono y recuperar tiempo y espacio para uno mismo y para los demás.
Una de las más populares es The Offline Club, movimiento que organiza eventos donde se encierran los móviles bajo llave y se prioriza la conexión humana. El proyecto reivindica un uso más consciente de lo digital. La desconexión no como rechazo a la conexión, sino como lo contrario. Como una forma de volver a conectar: con uno mismo, con el entorno y con las personas que nos rodean.
Monica SC Golay es la responsable de The Offline Club en Barcelona, donde lleva trabajando desde octubre del año pasado en busca de fomentar la desconexión digital. Pero, además, y hasta hace unos días, también era representante de desarrollo empresarial en CrowdStrike, una de las empresas de ciberseguridad más importantes del planeta. Hablamos con ella sobre cómo combina una vida tan activa en el mundo digital con actividades que invitan, precisamente, a lo contrario.
¿Qué es The Offline Club?
The Offline Club nació como una iniciativa para promover los beneficios de estar desconectados. La misión va más allá de simplemente “desconectar”: queremos convertirlo en un movimiento y en una comunidad que apuesta por nuevas formas de conexión entre personas, y también por una relación diferente con la tecnología. Los tres fundadores pusieron en marcha el proyecto con esa intención: mostrar que otra forma de relación con lo digital es posible. Aspiramos a redefinir la manera en la que interactuamos entre nosotros y con la tecnología. No se trata de demonizarla, sino de usarla con más conciencia.

Monica SG Golay, responsable de 'The Offline Club' en Barcelona.
Y en la práctica, ¿cómo funciona The Offline Club?
Organizamos eventos en distintas ciudades, normalmente de forma semanal o bisemanal. Suelen ser entre tres y cuatro encuentros al mes, en distintos espacios y con distintas duraciones. El objetivo es crear contextos donde no haya pantallas ni distracciones digitales. De hecho, literalmente encerramos los teléfonos móviles de las personas que participan en una caja bajo llave, para que ni siquiera exista la tentación.
¿Qué tipo de actividades organizáis?
Dividimos la experiencia en dos partes. La primera se enfoca en la conexión con uno mismo: son actividades individuales, en un entorno de silencio. Luego viene una segunda parte centrada en la conexión con los demás, con propuestas como juegos de mesa o conversaciones guiadas. La idea es recuperar formas de relación más humanas, sin intermediación digital.
¿Cuánto tiempo lleváis con la iniciativa?
El proyecto global arrancó en Ámsterdam el año pasado, en febrero. En Barcelona comenzamos un poco más tarde, a finales de septiembre.

Una de las actividades de 'The Offline Club'.
¿Y cómo responden los asistentes?
Pues mira, es bastante curioso. Al final es un concepto muy sencillo, porque no hacemos nada especialmente complejo. La única norma es quitar los teléfonos, y eso sigue siendo algo que sorprende y hasta incomoda un poco. Además, empezamos los eventos en silencio, simplemente acompañándonos sin hablar. Hemos visto que esos dos elementos tienen un impacto muy fuerte entre la gente. Después de un evento, muchas personas nos dicen que se sienten más calmadas, con menos ruido interno, y que han logrado conectar con los demás de una manera mucho más genuina y directa.
¿Algún ejemplo de actividades que hayáis llevado a cabo?
En los encuentros offline tipo After Work o por las mañanas, que suelen durar entre dos y tres horas, llevamos libros, cuadernos, propuestas de journaling… así que si alguien viene sin nada, puede igualmente entretenerse con esas herramientas. En la segunda parte solemos sacar juegos de mesa, juegos de cartas conversacionales que ayudan a romper el hielo y a conectar con los demás. A veces también hay música en vivo. O viene alguien que sabe dibujar y se pone a enseñar a quien quiera aprender. Es todo bastante orgánico, fluye con lo que surge entre las personas. Además, lo importante es que todo lo que proponemos es siempre opcional.
Es algo que nos falta mucho hoy como sociedad: espacios donde compartir, conectar, estar presentes
A nivel personal, ¿qué te llevó a liderar The Offline Club en Barcelona?
Antes de cruzarme con la iniciativa yo ya estaba explorando ideas y formatos de proyectos que impulsaran la creación de comunidades. Creo que es algo que nos falta mucho hoy como sociedad: espacios donde compartir, conectar, estar presentes. Además, el tema de estar offline ya lo practicaba de forma intencional. Solía pasar días, o fines de semana incluso, sin teléfono. Me daba esos descansos para reconectar conmigo misma. Así que cuando descubrí The Offline Club me pareció el proyecto perfecto para poner en marcha.
Entonces, fue una cosa que prácticamente salió de ti.
Sí, sí, totalmente. Les conocí por casualidad en Instagram, porque se hicieron virales a los pocos días. Y mira, gracias al algoritmo descubrí la iniciativa. Les contacté, fui a verles en persona ese mismo verano, y así fue como acordamos trabajar juntos.

Una de las actividades de 'The Offline Club'.
¿Cómo se puede participar en estos eventos?
Utilizamos una plataforma de ticketing para la gestión de entradas, que se venden a través de ahí. También tenemos una página web donde se puede acceder al calendario de eventos, un perfil de Instagram desde el que compartimos las novedades, y por supuesto una comunidad propia. A quienes forman parte de ella les enviamos una newsletter mensual con todos los eventos del próximo mes. En Ámsterdam han empezado con un modelo de suscripción, porque allí tienen una comunidad mucho más grande y más consolidada en el tiempo. Incluso han organizado retiros, así que pueden ofrecer una serie de beneficios a quienes asisten con más frecuencia. Pero en Barcelona todavía no hemos llegado a eso. Por ahora, todo va por evento.
¿Cuántas personas suelen asistir a cada encuentro?
Depende mucho del tipo de evento. Por ejemplo, el pasado miércoles hicimos uno centrado en la lectura y éramos unas quince personas. Pero este domingo tenemos un evento de todo un día sin teléfonos y ya se han apuntado unas setenta. Depende también del lugar y del formato.

Una de las actividades de 'The Offline Club'.
Diría que el rango de edad más común está entre los 25 y los 40 años, aunque también se acerca algún que otro Gen Z
¿Hay un perfil común entre los asistentes?
Hay un poco de todo. Lo que suele activar esa necesidad de venir a un evento de The Offline Club es precisamente el deseo de desconectar del mundo digital y tomarse una pausa. Vienen personas que trabajan frente al ordenador todo el día, de nueve a cinco, y que necesitan parar. Otras que acaban de mudarse a la ciudad y lo ven como una buena forma de conocer gente, pero sin la presión del networking o de tener una cita. También viene mucha gente creativa, con hobbies muy analógicos, que encuentran aquí un entorno ideal, sin distracciones, para practicarlos. Diría que el rango de edad más común está entre los 25 y los 40 años.
Millennials, vamos.
Sí, total. Aunque también se acerca algún que otro Gen Z.
¿También hay nativos digitales que se apuntan a estas iniciativas?
Totalmente. Porque, de una forma u otra, estamos todos en una relación casi de codependencia con la tecnología. Solo hay que recordar lo que pasó el día del apagón.

Monica SG Golay, experta en desconexión digital.
¿Cómo lo viviste tú? ¿Crees que fue un ejemplo de lo que puede ser una desconexión real?
Tuve la suerte de que justo ese día estaba viajando, no tenía nada urgente pendiente, así que pude disfrutarlo como una pausa real. Aquí en Gràcia, en Barcelona, estuvimos unas diez horas sin luz, sin internet. Me fui a una plaza y vi cómo, poco a poco, los vecinos empezaban a reunirse en la Plaça de la Vila de Gràcia, aunque pasó lo mismo en muchas otras plazas. Parecía un festival, hacia las siete de la tarde. Empezaron a llegar músicos, gente bailando… fue muy bonito, una experiencia realmente especial.
Algunos hacen o la comparación inversa con la pandemia. Al final, la pandemia nos conectó mucho más con la tecnología, nos llevó a encerrarnos en casa… y el apagón fue justo lo contrario.
Sí. Durante el apagón nos desconectamos de golpe. Todo lo que normalmente hacemos con tecnología dejó de estar disponible, y eso nos forzó a volver a conectar con lo que teníamos alrededor. Una de las cosas que más me conmovió fue ver a la gente hablándose por la calle. Ya no resultaba extraño que alguien se te acercara a preguntarte algo. Era como si se hubiese desbloqueado una parte dormida de lo social. El contacto puro y simple.
No hace falta irse a una montaña ni tirar el móvil al mar, basta con encontrar espacios dentro de la ciudad donde puedas apagar el ruido digital
¿Cuándo crees que se marcó la diferencia entre usar la tecnología como una utilidad y empezar a depender de ella?
Creo que el cambio empezó con la llegada de las redes sociales. Ahí fue cuando dejamos de usar el móvil solo para lo necesario y empezamos a pasar tiempo en él por inercia. Y me incluyo, ¿eh? Soy millennial, así que recuerdo bien cómo era antes y después. Pasamos de hacer cosas por necesidad, por trabajo, a entrar por hábito, por entretenimiento. Y ahí es donde empieza la codependencia. Porque ya no hablamos de utilidad, hablamos de dopamina. Y eso es algo que el cerebro no puede evitar. Diría que todo comenzó con esa hiperconexión que vino de la mano de las redes sociales.
¿Cuál fue tu primer contacto con el concepto de desintoxicación digital?
Creo que al principio no entendía realmente la necesidad. Lo veía más bien como un lujo, algo que no podías permitirte si trabajabas con el ordenador o si tenías seres queridos con los que solo podías contactar por teléfono. Desconectar me parecía algo casi inalcanzable. Pero con el tiempo, y sobre todo a medida que fui comprendiendo mejor la relación entre la tecnología y la salud mental, empecé a verlo como una necesidad real. Algo que no es opcional, sino urgente.

Una de las actividades de 'The Offline Club'.
Y para todos, además.
Sí, sí, totalmente. Porque hemos normalizado cosas que no deberían ser normales: estar siempre disponibles, sentir la obligación de responder al momento cualquier mensaje o llamada, vivir con esa sensación constante de tener que hacer más, producir más, estar en todo. Eso es lo que nos acaba llevando a decir, en algún momento: “necesito parar. Necesito una pausa mental para poder recuperar la claridad y la calma”.
¿Cómo influye en las personas tan sobresaturadas de pantallas una desconexión digital?
Lo que más nos comparten las personas que vienen a los eventos es precisamente eso: una sensación de calma. Y lo bonito es que no hace falta irse a una montaña ni tirar el móvil al mar. Basta con encontrar espacios dentro de la ciudad donde puedas apagar el ruido digital. Donde simplemente puedas estar, sin tener que hacer nada, sin tener que pensar en nada más allá del presente. Esa simplicidad tiene un impacto enorme. En todas las personas que participan. Y, por supuesto, también en mí.
Con las redes sociales dejamos de usar el móvil solo para lo necesario y empezamos a pasar tiempo en él por inercia. Ya no hablamos de utilidad, hablamos de dopamina
¿Hay alguna experiencia personal que te motivó especialmente a promover la desconexión digital?
A mí ya me pasaba que sentía la necesidad de salir de la ciudad para encontrar silencio. Para estar en un entorno tranquilo, sin tantos estímulos. Yo ya lo practicaba: buscaba desconectar, aunque fuese a mi modo. Pero nunca me había planteado la posibilidad de crear esos espacios dentro del día a día, sin tener que irte lejos. Era más una cuestión de valores, de intereses, de forma de ser. Yo ya estaba en esa búsqueda de calma y silencio antes de formar parte de The Offline Club. Y eso fue lo que me impulsó a querer promoverlo, sobre todo en entornos urbanos, donde más lo necesitamos.
¿Y cómo ves el movimiento de desconexión digital en los próximos años? Porque es algo que ya está empezando a hacerse visible, pero da la sensación de que puede crecer mucho más.
Creo que va a seguir creciendo. Estamos todos inmersos en una sobrecarga digital muy grande: en el trabajo, en el ocio, en la manera en que nos comunicamos. También empiezan a implicarse empresas, incluso instituciones públicas, que están empezando a preguntarse cómo nos afecta esta hiperconexión. Así que sí, de ser algo que antes se veía como un lujo —eso de irte una semana sin móvil o salir de la ciudad— está empezando a convertirse en una necesidad. Y lo estamos viendo en muchos frentes: desde los viajes temáticos offline hasta propuestas educativas basadas en una relación más consciente con lo digital. Incluso hay apps diseñadas para ayudarte a usar menos apps, lo cual es un poco paradójico, pero demuestra que muchas veces necesitamos que algo externo nos ayude a poner límites. Creo que este movimiento se está expandiendo de forma muy orgánica, pero también inevitable. Porque todos, de alguna manera, estamos despertando a esta necesidad.
Más allá de los eventos, ¿qué estrategias recomendarías para reducir la dependencia del móvil y de la tecnología en el día a día?
Más allá de prácticas puntuales como un día offline —como fue el caso del apagón— o fines de semana sin teléfono, que son más fáciles porque no hay tantas obligaciones, en el día a día hay varias cosas que se pueden hacer. Por ejemplo, algo tan simple como poner el móvil en blanco y negro. Puede parecer una tontería, pero tiene un gran impacto. Al eliminar los colores, deja de resultar tan atractivo visualmente, y se reduce el estímulo.

Desconectar ha pasado a ser una necesidad.
Es un buen tip.
También ayuda mucho establecer horarios. En mi caso, intento no mirar el teléfono nada más despertarme. Me doy una o dos horas antes de empezar a usarlo, si puedo. Y lo mismo al final del día: evitarlo antes de dormir. Además, durante un tiempo hice la prueba de pasar una semana completamente desconectada. Fue interesante ver cómo los primeros días seguía cogiendo el móvil casi por inercia, por puro hábito. Pero poco a poco, al ir reemplazando esos automatismos digitales por alternativas analógicas, el móvil fue perdiendo protagonismo. Lo dejaba en la cocina, lo miraba solo si necesitaba algo, y nada más.
¿Crees que sería interesante proponer que todo el mundo hiciera una semana de prueba así alguna vez?
Sí, y de hecho espero poder organizar pronto algunos retiros, de fin de semana o incluso de una semana completa, donde podamos practicar justo eso. Ese sería el siguiente paso.
Poner el móvil en blanco y negro puede parecer una tontería, pero tiene un gran impacto. Al eliminar los colores, deja de resultar tan atractivo visualmente, y se reduce el estímulo
Muchos de los grandes magnates de las Big Tech, incluso multimillonarios del sector tecnológico, están recurriendo cada vez más a retiros de desconexión. En Estados Unidos se han puesto muy de moda. Incluso hay algunos donde se practica la ceguera, es decir, pasar un día entero a oscuras contigo mismo.
Quienes han creado estas apps o trabajan más directamente con estas dinámicas son también los primeros en experimentar la sobrecarga digital. Saben de lo que hablan. Y al final, pueden permitirse aplicar soluciones, aunque no sea tan fácil para todos.
Hay algo que me llama especialmente la atención de tu perfil: hasta hace poco trabajabas en CrowdStrike, una empresa de ciberseguridad. ¿Cómo gestionabas estos dos mundos, que parecen tan antónimos?
Es que son dos mundos paralelos. Uno te muestra todo lo que puede hacer la tecnología para protegernos, para crear entornos seguros en la nube, en el mundo digital. Y el otro —The Offline Club— pone el foco en cómo nos afecta esa misma tecnología en nuestro día a día, en nuestra salud mental. The Offline Club no está en contra de la tecnología. Lo que promueve es la consciencia: usarla para lo que realmente necesites, para hacer tu vida más eficiente si hace falta, pero luego no olvidarte de buscar también otras cosas. Las del mundo real. Las que solo se encuentran fuera de la pantalla.
Me da la sensación de que ahora estamos en un momento muy incipiente tras el boom de los smartphones y ahora el auge de la inteligencia artificial. Pero creo que dentro de un par de décadas seremos más capaces de tomar distancia. De gestionar mejor esta dependencia. ¿Tú también crees que vamos hacia ahí, hacia una relación más sana y consciente?
Sí, estoy contigo. Creo que todo esto nos ha llegado de golpe y demasiado deprisa. Especialmente a los millennials, que crecimos en un mundo analógico y de pronto nos vimos inmersos en una digitalización acelerada, sin tiempo para procesar el cambio. Pero también a la generación Z le ha tocado una carga muy pesada. Son los primeros que han crecido con pantallas desde que tienen memoria, expuestos desde la infancia a redes sociales y demás. Quizás por eso, precisamente, estas generaciones también están empezando a ser las primeras en reaccionar. En desarrollar una conciencia crítica sobre el uso de la tecnología. Porque han vivido el problema desde dentro, no desde fuera. Y esa experiencia directa les da una sensibilidad especial para buscar soluciones.