Silicon Valley cuenta con una filosofía empresarial muy concreta que, si bien ha demostrado ser funcional, ha dejado a muchas víctimas por el camino a lo largo de las décadas. Esta filosofía se basa en el esfuerzo constante, en poner el foco en tu objetivo sin importar las consecuencias (y aunque eso te cueste el sueño) y en darlo todo por una idea “superior a ti”.
Si hay alguien que haya representado esta filosofía a lo largo de los años, esa persona es, sin duda alguna, Steve Jobs. El fallecido fundador de Apple representó desde los años ochenta y hasta su muerte en los 2000 una cultura empresarial concreta de camino hacia el éxito. Se convirtió en el mayor gurú de la historia de la tecnología... y, a su vez, fue una persona muy polémica de la que muchos han hablado largo y tendido.
Una de las personas que mejor han conocido el lado más áspero de Steve Jobs es Andrea “Andy” Cunningham. Experta en marketing, pieza clave en el lanzamiento del Macintosh de 1984 y hoy fundadora de Cunningham Collective, ha contado en varias ocasiones que Jobs la despidió en hasta cinco ocasiones. Sin embargo, nunca se lo ha tomado mal “Afortunadamente para mí, fui de las que empujó para ser mejor y le estoy eternamente agradecida”, cuenta.
El primer despido llegó en una sala de reuniones, con Jobs sentado frente a ella y acompañado de su directora financiera. Cunningham aún recuerda la frialdad con la que se lo comunicó: “Voy a cancelar tu contrato. Creo que el trabajo que estás haciendo es terrible y vamos a detenerlo ahora mismo. Estás despedida”, le dijo sin más.
Andrea “Andy” Cunningham, despedida 5 veces por Steve Jobs.
La joven, que por entonces estaba levantando su propia consultora, apenas tuvo margen para reaccionar. Intentó al menos cerrar cuentas pendientes. “Bueno, me debéis 35.000 dólares y organizaré cómo lo pagáis”, replicó. Jobs, sin pestañear, le contestó: “No voy a pagarte porque tu trabajo no lo vale”.
Cunningham salió de la sala descolocada. “Estaba en shock, al borde de las lágrimas”, recuerda. Pero tuvo el reflejo de llamar a su mentor, Regis McKenna, uno de los nombres de referencia en el marketing tecnológico del Silicon Valley de los años ochenta. McKenna fue claro: si quería cobrar, debía jugar la única carta que Jobs no podía ignorar: su relación con la prensa. “Me dijo: ‘Si quieres que Steve Jobs te pague, necesitas tener algo sobre él’. Y lo que tenía eran mis relaciones con los periodistas”.
Soy mucho mejor en lo que hago de lo que habría sido sin él
Pronto, Cunningham consiguió una nueva reunión con Jobs. Esta vez entró con un guion claro. “Steve, me debes 35.000 dólares. Tengo una empresa nueva, necesito pagar nóminas y quiero que me des un cheque”, le dijo sin rodeos. Jobs volvió a negarse: “¿Por qué tendría que hacerlo?”. Fue entonces cuando ella jugó su carta decisiva: “Porque recibo unas 30 o 40 llamadas a la semana de la prensa de negocios con la que he trabajado estos años, y me preguntan qué clase de persona eres para trabajar. Hasta ahora les digo cosas muy agradables”.
El efecto fue inmediato. “Escribió el cheque en ese mismo momento y luego me volvió a contratar”, relata Cunningham. Aquel episodio marcó el inicio de una relación de contrastes: rupturas abruptas seguidas de recontrataciones casi inevitables.
Steve Jobs.
Trabajar con Jobs no era fácil. Cunningham lo resume así: “Se enfadaba con todos. Era muy impaciente. Si no lo hacías lo suficientemente rápido o bien, se enfadaba”. Su estilo no se limitaba a la presión verbal: “Lanzaba cosas a la gente, nada pesado, pero tiraba fajos de papel. Insultaba, criticaba tu ropa. Hizo todas esas cosas”.
Y ese clima laboral tuvo efectos muy distintos según la persona. “Lo que hizo a ciertas personas fue obligarnos a que nos esforzásemos aún más y tratásemos de ser aún mejores, pero a algunas las destruyó”. Ella se considera dentro del primer grupo. “Afortunadamente para mí, fui de las que empujó para ser mejor y le estoy eternamente agradecida”.
Sin embargo, Cunningham cree que haberse enfrentado a él en tantas ocasiones y de esa forma le hizo confiar más en sí misma. Algo que, por desgracia, no fue así con todos. “Soy mucho mejor en lo que hago de lo que habría sido sin él”, sentencia.

