J. C. R. Licklider, el informático precursor del robot Optimus de Elon Musk, en 1960: “El objetivo es pensar juntos, no por separado”

Tesla

La visión simbiótica de J. C. R. Licklider empieza a hacerse realidad en los laboratorios de Tesla, donde la inteligencia artificial aprende a pensar junto al ser humano

John Dewey, filósofo, en 1927: “La democracia consiste en sacar los conflictos a la luz, donde las demandas específicas puedan ser vistas y evaluadas, donde puedan ser discutidas y juzgadas”

J. C. R. Licklider, informático.

J. C. R. Licklider, informático.

Diseño propio

Hoy en día ya hemos visto robots capaces de caminar, manipular objetos o reconocer gestos humanos con una fluidez que, hace apenas una década, parecía imposible. Optimus, el humanoide desarrollado por Tesla, se ha convertido en el paradigma de lo que podemos conseguir en los próximos años.

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Elon Musk lo describe como un “robot de propósito general” destinado a realizar tareas peligrosas, repetitivas o tediosas, y ha llegado a afirmar que su valor futuro podría superar al del negocio automotriz y energético de la empresa. En los vídeos más recientes, Optimus ya aparece caminando de forma autónoma, ordenando objetos y manteniendo el equilibrio ante empujones, un progreso técnico notable si se compara con sus primeras versiones.

Sin embargo, detrás del espectáculo tecnológico hay una búsqueda más profunda: la aspiración de crear una auténtica relación simbiótica entre humanos y máquinas. Musk sostiene que Optimus no será solo un asistente mecánico, sino una extensión del sistema de inteligencia artificial de Tesla, capaz de aprender observando y adaptarse a su entorno. 

Robot Optimus de Tesla en una imagen promocional.

Robot Optimus de Tesla en una imagen promocional.

Terceros

El proyecto, que forma parte del mismo ecosistema tecnológico que alimenta los algoritmos de conducción autónoma, pretende que la IA no se limite al software, sino que se encarne en un cuerpo físico capaz de percibir, decidir y actuar en el mundo real.

Pero aunque Musk suele presentar Optimus como un paso natural hacia la automatización generalizada, su trasfondo intelectual se remonta a más de medio siglo atrás. En 1960, el psicólogo e ingeniero estadounidense J. C. R. Licklider publicó su ensayo Man-Computer Symbiosis, en el que formulaba una idea que hoy resulta sorprendentemente actual: “El objetivo es pensar juntos, no por separado”. 

El salto de la computación analógica a la IA, unido a la miniaturización de los sensores y a la potencia de las redes neuronales, ha hecho que esa idea cobre nueva vida

Licklider no imaginaba máquinas que reemplazaran a las personas, sino sistemas capaces de cooperar con ellas. En su propuesta, los humanos fijarían las metas y las máquinas asumirían el trabajo analítico y repetitivo, en una colaboración que aumentara las capacidades de ambos.

En aquel tiempo, la visión de Licklider era puramente teórica. Los primeros ordenadores funcionaban mediante tarjetas perforadas y carecían de interfaces directas. Pero el salto de la computación analógica a la IA, unido a la miniaturización de los sensores y a la potencia de las redes neuronales, ha hecho que esa idea cobre nueva vida. 

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Hoy convivimos con algoritmos que asisten en el diagnóstico médico, recomiendan decisiones financieras o completan procesos creativos; formas tempranas de una “simbiosis” entre mente humana y sistema automatizado.

Visto desde esa perspectiva, Optimus puede entenderse como la encarnación moderna del ideal de Licklider. Donde antes había modelos matemáticos y pantallas, ahora hay brazos articulados y cámaras de visión estereoscópica. Pero la esencia sigue siendo la misma: diseñar una cooperación estrecha entre inteligencia humana y artificial.

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