En la última década, el minimalismo lo ha tomado todo. Desde los diseños de las apps del móvil hasta los logos de las empresas más importantes del mundo —e incluso de los equipos de fútbol—, llevamos años abogando por una estética poco saturada, hecha de formas sencillas que simplifican al máximo los significados.
Sin embargo, en el último año estamos viendo un nuevo enfoque estético que deja atrás el minimalismo que ha reinado durante los años 10 y 20. Hace apenas unos meses, Google dio pistas recuperando el degradado de su logo clásico, a lo que se sumó poco después Apple con un sistema operativo basado en las formas del cristal, mucho más llamativo y recargado que el iOS de los últimos años. Y ahora, ha sido una artista quien ha confirmado el regreso del “maximalismo”: Rosalía.
En una entrevista, precisamente para Apple, con el DJ Zane Lowe, la artista habló sobre el lanzamiento del álbum Lux, que en apenas una semana ya ha logrado decenas de récords mundiales. Y, al ser preguntada por el enfoque del álbum, fue clara: “La forma de decir que no íbamos a volver a hacer Motomami fue lanzar primero Berghain. Era la forma de decir que esta era la apuesta. Motomami era minimalista y este es maximalista, brutalista, y Berghain tiene todos los elementos para demostrarlo”.
Aunque en su respuesta da pie a más conceptos —como el brutalismo, que es una estética que ya probó en RR, su EP con Rauw Alejandro—, el maximalismo es algo que todavía no había salido a la luz por su parte, y que se adhiere a la tendencia general de esta nueva era digital. Pero ¿qué significa el maximalismo en este contexto, y por qué es parte de una recuperación de la estética anterior al siglo XXI?
De la sobrecarga visual al minimalismo: un cambio cultural que llegó junto al primer iPhone
Antes de que el minimalismo tomara fuerza en la moda y otras disciplinas, la estética general solía ser mucho más recargada. Desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX, el arte estuvo definido por el exceso. El barroco, el Rococó y hasta el propio Renacimiento tenían mucho que ver con este maximalismo que se está volviendo a reivindicar. Cada detalle contaba, y la decoración por entonces no se basaba en “menos es más”, sino en algo totalmente opuesto: la opulencia como sinónimo de calidad.
Incluso la moda del siglo XX, antes de los años 2000, era rica en ornamentación. En los años 80, cuando la globalización llegó a España por obvias razones, los logotipos eran grandes, la ropa estaba muy sobrecargada y los colores eran saturados y contrastados. No se parecía en nada al estilo del siglo XIX, pero en esencia utilizaba los mismos tropos.
El Pabellón Alemán de Barcelona, diseñado por el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe.
Sin embargo, este enfoque comenzó a cambiar en los noventa, cuando en el mundo del diseño y la moda empezaron a surgir movimientos que cuestionaban la sobrecarga visual y promovían una vuelta a la simplicidad. El “menos es más”, una filosofía asociada con el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe, empezó a influir en el diseño de moda, el interiorismo y la arquitectura. En los años 90, ya se podía notar una inclinación hacia la simplicidad. Las líneas rectas y el uso de colores neutros comenzaron a predominar en muchas colecciones.
El documental The September Issue (R. J. Cutler, 2009) recoge bien este cambio, mostrando cómo la industria de la moda estaba lidiando con la creciente demanda global y los retos de producción que trajo consigo la crisis.
En el documental, Anna Wintour, la editora de Vogue, y Bart Tensky, un ejecutivo de la industria minorista, tienen una conversación clave sobre la necesidad de cambiar el enfoque en la moda para adaptarse a la economía global. Bart Tensky expone que la demanda mundial de los productos de lujo estaba superando la capacidad de oferta, y la producción no podía seguir el ritmo de la demanda. Los diseñadores no estaban entregando a tiempo, y la industria necesitaba simplificarse.
En esa conversación, Tensky enfatiza que lo que se necesitaba eran “menos florituras” y productos que pudieran producirse rápidamente, reduciendo la variedad para cumplir con la demanda masiva. Esta fue una llamada a simplificar la producción y centrarse en lo básico, lo que dio lugar a una moda más simple, menos decorada y más eficiente.
Necesitamos menos florituras
Con la influencia de Wintour, la moda adoptó este enfoque, lo que se tradujo en colecciones sobrias, con menos adornos y colores, y con más cortes limpios y siluetas básicas. La estética minimalista se hizo mainstream.
Sin embargo, su impacto en las marcas —como suele pasar— llegó algo después. A finales de los 2000, cuando pasamos de lo analógico a lo digital y nos adentramos en una nueva era global, el minimalismo pasó a ser la fuerza dominante. Uno de los momentos clave que lo evidencian fue el lanzamiento del primer iPhone: un hombre vestido de la forma más sencilla posible presentaba un aparato sencillísimo en el que, sin embargo, se integraba todo lo que podíamos necesitar.
Steve Jobs presentando el primer iPhone.
El maximalismo como respuesta: un retorno a la opulencia
Tras dos décadas de simplificarlo todo, estamos viviendo un nuevo giro hacia lo contrario: el maximalismo. Si el minimalismo se construyó sobre la premisa de reducir lo visual a lo esencial, el maximalismo ensalza la complejidad, el exceso y la riqueza de los sentidos.
¿A qué se debe este fenómeno? En primer lugar, es una respuesta clara a la saturación de lo simple. Después de volverlo todo sobrio y, ejem, aburrido, hemos llegado a un momento en el que todo parece igual y sin alma. En respuesta, colecciones de marcas como Gucci o Balenciaga han tomado otro rumbo contrario.
Y, en este sentido, quien tiene la máxima (nunca mejor dicho) es la propia Rosalía. A pesar de que su disco no se trata solo de trabajar con el maximalismo, el hecho de que lo cite como uno de los referentes a seguir es la prueba clave que necesitábamos para decir que es una tendencia que está volviendo.
La artista lo hace de manera clara: incluyendo una orquesta sinfónica (es decir, muchísimos instrumentos), 14 idiomas y estilos distintos en cada canción, que a su vez profundizan sobre un mismo tema. No es casualidad que el disco sea visto como “una ópera”; es una referencia clara a la época donde el maximalismo lo era todo.
Tanto para ella como para las otras figuras citadas, más allá de una tendencia estética, el maximalismo es una forma de resistencia cultural. La sociedad actual, cansada de la uniformidad y de la rapidez de la producción impuesta por el mercado global, está buscando dar un paso más: acercarse a la individualidad, a la creatividad y al exceso como una forma de decir “somos humanos” mientras las máquinas lo toman todo.
Además, se trata de un movimiento nostálgico. Si el minimalismo busca el orden y el futuro (que se suele imaginar blanco, limpio y crudo), esta tendencia abraza el pasado. A no olvidar lo que somos antes de que nos pille el toro de la IA y lo que esté por venir.

