Vivimos en la época del tecnomaximalismo. La mentalidad que gobierna es la de querer dispositivos mejores, más grandes, más potentes, con mejores pantallas y más funcionalidades. Queremos más aparatos electrónicos, aplicaciones y sitios web que se adapten a todas nuestras necesidades. Pero hay, también, cada vez más personas que buscan un descanso del nivel de atención y el tiempo que exigen todas estas modernidades.
De ahí nace el “minimalismo digital”, una filosofía que busca no demonizar la tecnología, sino evaluar cuidadosamente lo que nos aporta, el tiempo o la atención que nos requiere, y la manera en la que nos relacionamos con ella.
El concepto se popularizó en el año 2019, después de la publicación de la obra Minimalismo digital: En defensa de la atención en un mundo ruidoso, publicado por el profesor de informática y escritor estadounidense Cal Newport.
Newport ha dedicado gran parte de su carrera a explorar maneras de mejorar nuestra atención y realizar tareas de manera más eficiente. Conforme los smartphones y las redes sociales empezaron a ser un elemento omnipresente en la vida de la mayoría de personas, muchos de sus lectores se acercaban a él para pedirle consejos sobre cómo gestionar mejor la vida digital para evitar una dependencia excesiva del teléfono.
“Según me aclararon muchas personas, el problema no residía en una aplicación o un sitio web en concreto, sino en el impacto global de tener tantas opciones brillantes intentando atraer insistentemente su atención y manipulando su estado de ánimo.”, explica Newport en la introducción de la obra. “Pocos de nosotros queremos pasar tanto tiempo en línea, pero esas herramientas tienen la sibilina capacidad de promover adicciones conductuales”.
A mí me encantaban las redes sociales cuando empezaron, pero me acabaron deprimiendo muchísimo
Es una sensación que a muchos nos resulta familiar. En muchas ocasiones, nos descargamos una aplicación o nos registramos en una página o servicio por conveniencia, o porque buscamos alguna mejora concreta en nuestra vida, pero, un tiempo más tarde, nos damos cuenta de que también ha acarreado, sin darnos cuenta, consecuencias negativas.
“A mí me encantaban las redes sociales cuando empezaron. Me parecía genial poder estar al tanto de las vidas de mis amigos constantemente: ver fotos de sus hijos, o de sus vacaciones… Pero al final, me acabó deprimiendo muchísimo.”, se sincera Marcos F., de 43 años. “Me pasaba el día actualizando la página y pensando que todo el mundo se lo pasaba mejor que yo. Me ponía triste, pero no podía parar.”
“No quiero que mis hijos me recuerden viendo Instagram cuatro horas al día”: el minimalismo digital llega a las nuevas generaciones para combatir la fatiga mental de la hiperconexión.
Las aplicaciones: mecanismos de adicción ocultos
A pesar de que, en general, los expertos en psicología no opinan que la sociedad debería rechazar las nuevas tecnologías por completo, sí que alertan de los riesgos asociados a utilizarlas: la mayoría de redes sociales o servicios on-line están pensados, de una manera u otra, para generar adicción.
De media, las personas adultas en Europa utilizan su teléfono móvil alrededor de 3’5 horas al día y las cifras son incluso más alarmantes en los jóvenes: según datos de 2022, el 37% de los adolescentes pasa más de seis horas al día con el móvil. El abuso de aplicaciones tiene síntomas tangibles en las personas que lo sufren, que puede generar alteraciones del comportamiento, cansancio y problemas en la concentración.
Si me despertaba por la noche al baño o a beber agua, necesitaba mirar mis notificaciones. Si no, era incapaz de volver a dormirme
A Jorge C. G., de 42 años, la situación se le estaba yendo de las manos: “si me despertaba por la noche al baño o a beber agua, necesitaba mirar mis notificaciones. Si no, era incapaz de volver a dormirme. Ahí me di cuenta de que tenía un problema, y desinstalé las redes sociales y aplicaciones de mensajería. Me dio miedo”. Un estudio reciente de la Universidad Complutense de Madrid apunta a que una de cada 20 personas de nuestro país sufre adicción al móvil: un 3’5% de la población española.
Frente a esto, el minimalismo digital aplica la convicción de que, a la hora de relacionarnos con las tecnologías, menos puede ser más. “Las aplicaciones, en general, han conseguido ir mucho más allá de las funciones menores por las que las elegimos originalmente. Y el problema no es la utilidad, sino la autonomía que nos quitan”, asegura Newport en su obra al respecto.
“Los minimalistas digitales pasan mucho menos tiempo conectados que sus amigos, y por eso es fácil pensar que se trata de un estilo de vida extremo”, continúa. “Pero para ellos, la percepción es justamente al revés: lo extremo es la cantidad de tiempo que dedican a las pantallas todos los demás”.
No es complicado caer en este error. En un panorama tecnológico en el que las innovaciones suceden de manera tan rápida y hay tantas empresas compitiendo por nuestra atención, muchos tendemos a pensar en las herramientas digitales solo por lo que nos aportan. Nos hacemos cuenta en Instagram para estar al día con nuestros amigos o en Reddit, para hacer consultas sobre nuestro hobby. Y, para cuando nos damos cuenta, estamos comprobándolas obsesivamente.
Si tengo que instalarme un programa para pagar una factura o dejar el coche en un parking, me enfado
Si cada aplicación, cada dispositivo, nos añade un valor, eso quiere decir que tener muchos nos aportará más valor colectivo. “Cuando me compraron mi primer smartphone me encantaba buscar apps nuevas para cada cosa. Llevaba las cuentas de casa en una, apuntaba los deberes del cole en otra…”, reconoce María S., de 27 años. “Ahora, si tengo que instalarme un programa para pagar una factura o dejar el coche en un parking, me enfado. ¿Para qué tengo que tener un chisme más que no hace más que mandar notificaciones?”.
Es por eso que la tendencia minimalista apuesta por limitar cuáles de estas aplicaciones, cuáles de estas tecnologías dejamos entrar en nuestra vida. Así, habla de utilizar nuestro tiempo en línea en “una pequeña cantidad de actividades cuidadosamente elegidas y optimizadas que apoyan sólidamente las cosas que más valoras mientras te olvidas, encantado, de todas las demás.” Si una nueva tecnología ofrece solo diversión trivial, o distracción, los minimalistas decidirán eliminarla.
Niña embobada en el móvil.
Cómo desintoxicarse del exceso de tecnología
El mayor problema de la adicción a los teléfonos y las redes sociales es que el usuario siente, en casi todas las ocasiones, que no tiene verdadera agencia sobre si quiere o no usarlas. El uso de algunas de ellas —como WhatsApp y otras aplicaciones de mensajería— están ya profundamente implementados en el día a día de la mayoría. Por eso, la presión de grupo y las circunstancias sociales dificultan el, simplemente, abandonarlas.
En Minimalismo digital, Newport ofrece una guía de “desintoxicación digital” para quienes deseen cambiar la manera en la que se relacionan con la tecnología. Se trata de un proceso de tres pasos y treinta días de duración que, en su experiencia, “obliga a la persona a acabar con los ciclos de adicción”. El informático lo perfeccionó en el año 2018, cuando 1.600 personas accedieron a probar su método.
Los pasos son los siguientes. En primer lugar, el usuario debe reservar un período de un mes para descansar de todas las tecnologías que sean opcionales en su vida. Es decir: no se pueden dejar de usar, por ejemplo, las aplicaciones que utilicemos para nuestros estudios y trabajo, o que sean vitales para la comunicación con la familia, pero sí todo aquello que suponga puro entretenimiento o comodidad. Aplicaciones como Netflix, X, TikTok, o incluso las que nos permiten navegar los catálogos online de tiendas físicas, como las tiendas de ropa, deberían desaparecer por completo.
Durante esos treinta días, la persona debería aprovechar para llenar el tiempo que solían ocupar esas aplicaciones con otras cosas. “Explora y redescubre actividades y conductas que te resulten satisfactorias y significativas.” Se sugiere pasear, retomar un hobby, charlar con los compañeros.
Desde que me desinstalé las aplicaciones, y solo las consulto en el ordenador, me genera muchísima menos ansiedad, pero me divierte y me mantiene informada igualmente
El cambio no es para siempre: pasados esos treinta días, el sujeto debería reintegrar en su vida, una por una, las aplicaciones o servicios que haya echado en falta o que quiera volver a utilizar. Pero no de forma acrítica: empezando en ese lienzo en blanco, se debería evaluar con cuidado qué valor nos aporta cada tecnología, y también qué factores negativos nos conlleva. Así, adaptaremos el uso de las aplicaciones a nuestra vida y nuestras metas, en lugar de adaptar nuestra vida al uso de aplicaciones.
Una de las conclusiones más comunes a las que se llega cuando se efectúa este proceso es que no es necesario tener aplicaciones de correo electrónico o de redes sociales en el teléfono: consultarlas desde un ordenador en momentos concretos del día, o sólo los fines de semana, nos sirve para conectar con nuestro círculo de igual manera, pero sin la adicción que conlleva.
Sobresaturación de apps.
“Yo pensaba que era adicto a Twitter. Pero creía que tampoco podía dejarlo, porque eso me aislaría: no me enteraría de las últimas noticias, de las cosas que les interesan a mis amigos…”, asegura Sandra P., de 31 años. “Desde que me desinstalé las aplicaciones, y solo las consulto en el ordenador, me genera muchísima menos ansiedad, pero me divierte y me mantiene informada igualmente.”
Aún con todo, el método no es infalible. Muchos de los usuarios que aceptaron originalmente el reto de Newport acabaron abandonando, “no por falta de fuerza de voluntad, sino por las dificultades de navegar el día a día sin tecnología.” La omnipresencia de las apps y los servicios en nuestro día a día puede hacer que, en casos concretos, pasar sin ellas nos resulte muy dificultoso.
Incluso así, hay buenas lecciones que aprender en este minimalismo digital que se propone. La más importante de todas, quizás, es la voluntad de limitar el tiempo que nos consumen las aplicaciones de nuestro teléfono para poder reinvertirlo en otras cosas. Es el motivo que, precisamente, llevó a José F. A tratar de cambiar su perspectiva al respecto: “Recuerdo ver, cuando era niño, a mi madre haciendo crucigramas, y a mi padre haciendo deporte, o cuidando las plantas… No quiero que mis hijos me recuerden a mí viendo Instagram cuatro horas al día”.




