“Jugar a 'Roblox' con mi hijo se ha convertido en una especie de ritual sagrado”: los videojuegos como motor de la relación de padres e hijos

Roblox

“Cuando mi hijo está en casa de su madre, me escribe un mensaje al chat con la palabra «Roblox» y entonces me sumo a su servidor, donde ponemos nuestros avatares a bailar”

“Queríamos crear un juego que tuviese 100 finales”: La narrativa del futuro ya está aquí y se escribe en formato videojuego

Padre e hijo jugando a 'Roblox'.

Padre e hijo jugando a 'Roblox'.

Diseño: Selu Manzano

Esta última Navidad se me ocurrió castigar a mi hijo con el visionado de una peli de Jonás Trueba. ¿Qué delito pudo cometer un niño de entonces ocho años para semejante sanción? Ni sé ya. Sí recuerdo, en cambio, que en un momento la pena fue mayor: antes de pinchar Volveréis, abrí Filmin y puse Los Bundenbrook (en aquel entonces estaba yo leyendo a Thomas Mann), pero al comprobar que la cinta solo estaba en V.O.S.E (alemán con subtítulos en español), consideré justo rebajar la condena, y en su lugar seleccioné la última del director español. 

Contra todo pronóstico (o no, pues mi hijo es hijo de padres divorciados), la película nos gustó a ambos. La acción se enmarcaba en lo que nosotros referimos como «noche de chicos», que básicamente consiste en cenar comida chatarra y ver una peli o una serie juntos, y como solo una de cada diez veces soy yo quien elige la cinta, aproveché un desliz suyo para imponer mi criterio. Aún hoy recuerda esa película cada vez que me toca elegir a mí.

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Más allá de la «noche de chicos», existe una actividad conjunta que nos entusiasma a ambos: Roblox, una plataforma que a su vez permite programar otros juegos dentro de sí misma, y en la cual se incluye Brookhaven, una especie de (al menos así me lo cuento yo a mí mismo) Sims donde uno se pone a caminar y hacer cosas simples por una ciudad.

Cuando mi hijo está en casa de su madre, me escribe un mensaje al chat con la palabra «Roblox» y entonces me sumo a su servidor y nos ponemos a pasear por Brookhaven. Ahí mi actividad preferida es poner a nuestros respectivos avatares a bailar, sin más: entiendo la imagen como una especie de declaración de cariño donde corregimos nuestra incapacidad motriz en la vida real al proyectar en el videojuego aquello que nos gustaría hacer de verdad. 

Niños jugando a Roblox.

Niños jugando a 'Roblox'.

Getty Images

Cuando mi hijo está en casa de su madre, me escribe un mensaje al chat con la palabra «Roblox» y entonces me sumo a su servidor

Otras actividades favoritas consisten en subirme a hombros de mi hijo (de su avatar, digo, por si las dudas), o montarme en su coche y dejarme conducir por él. Seguramente, Brookhaven es el único lugar del mundo donde puedes subirte a un coche pilotado por tu hijo de nueve años y acabar en una isla pirata. Para mí, que trabajo todo el rato con palabras, también eso constituye un episodio importante en la construcción de mundos imaginarios.

Su último cumpleaños lo acabamos él, su padrastro y yo echando un Fortnite, cuando el resto de niños se había marchado de la casa ya. Pensé a propósito que el videojuego cobra verdadero sentido cuando uno logra despegarse de la materialidad del mundo, un poco como cuando meditas, y entonces recordé que uno de mis mejores recuerdos de infancia era jugar a Sonic a la Sega Mega Drive con mi padre los domingos por la mañana, hasta el punto de que mi padre y yo no éramos ya mi padre y yo, sino dos puercoespines ultramegarrápidos, que en dos ocasiones llegaron a pasarse el cartucho.

Roblox.

Roblox.

Getty Images

Su último cumpleaños lo acabamos él, su padrastro y yo echando un 'Fortnite', cuando el resto de niños se había marchado de la casa ya

Anoté esto en las notas del móvil: «Ítaca es, casi que para cualquier hombre, la memoria de un domingo por la mañana jugando a videojuegos con su padrehijo».

Si dejas pasar el tiempo suficiente, cualquier dispositivo tecnológico acaba convirtiéndose en una pieza de museo. En Los innovadores, Walter Isaacson narra la invención de juegos fundacionales como Spacewar, de principios de los sesenta, o el Pong de Atari, que coincide con el momento en que los ordenadores empezaron a abandonar sus funciones profesionales para romper la industria del entretenimiento.

«Para probar Pong —cuenta Isaacson—, instalaron el prototipo en un bar ubicado en el pueblo de clase obrera de Sunnyvale, con el suelo lleno de cáscaras de cacahuete y chavales jugando al pinball en la parte trasera. Tras uno o dos días, Alcorn recibió una llamada del dueño del bar quejándose de que la máquina había dejado de funcionar. Tenía que arreglarla de inmediato porque se había vuelto sorprendentemente popular. Así que Alcorn corrió a arreglar la máquina. En cuanto la abrió descubrió el problema: la caja de monedas estaba tan llena que había reventado».

Portada de 'Roblox'.

Portada de 'Roblox'.

Roblox

'Brookhaven' es el único lugar del mundo donde puedes subirte a un coche pilotado por tu hijo de nueve años y acabar en una isla pirata

Como la historia de la ideación de muchas empresas, la historia de muchos videojuegos a menudo consiste en un montón de chicos jugando por amor al juego... hasta que finalmente se lo pasan. Con su estética analógica y sus connotaciones a otro tiempo, Spacewar y Pong bien podrían ocupar hoy instalaciones en museos de arte contemporáneo, de lo que inevitablemente deducimos que la tecnología de hoy construye la memoria y el sentimiento del mañana.

Horas antes de abrir este documento de texto, mi hijo me escribió por el chat la palabra Roblox, así que abrí el juego y entré a Brookhaven. Ahí dimos una vuelta por la ciudad y luego fuimos a su casa en el juego. 

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Entonces se le ocurrió apagar las luces del salón. Encendió la tele y sacó una pizza, y a continuación escribió por el chat del videojuego: «Noche de chicos». (Lamentablemente, no hay pelis de Jonás Trueba en Roblox, pero lo que está claro es que si la ficción imita a la vida, esta merece la pena, incluso si solo un poco, pensé). O, en palabras de Enrique Lihn, en un poema que se titula El arte y la vida y que leí recién días atrás: «Somos obras de arte momentáneamente vivientes». Sí.

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