No ha pasado ni una semana del lanzamiento de Dying light: The beast y su calificación roza ya las cinco estrellas en PlayStation Store. La desarrolladora y distribuidora independiente polaca de videojuegos, Techland, ha vuelto a apostar por una nueva entrega de su saga insignia y, de momento, parece que ha salido ganando.
Los incondicionales del titánico Kyle Crane no han fallado y han comprado, una vez más, un título lleno de acción, infectados y parkour para experimentar en primera persona.
Zombis y gore, los principales ingredientes de 'The beast'.
En esta ocasión, la trama vuelve a llevarnos a un planeta donde un virus ha acabado con el 99 % de la población mundial, convirtiéndola en una inmensa colmena de zombis. Al comenzar la partida, Crane, el protagonista, nos procura un poco de contexto mediante un collage de recuerdos amenizados por su varonil voz en off.
Por él sabemos que, en las dos primeras entregas de Dying Light, Crane comienza siendo un exagente del GRE —Global Relief Effort, una supuesta organización internacional de ayuda humanitaria y científica— enviado a Harran, Turquía, para recuperar un archivo comprometedor. Allí, al convivir con los supervivientes y enfrentarse a la epidemia de no-muertos, pasa de ser un operativo frío y obediente a convertirse en un héroe dispuesto a sacrificarlo todo por la gente de la ciudad.
Al convivir con los supervivientes y enfrentarse a la epidemia de no-muertos, pasa de ser un operativo frío y obediente a convertirse en un héroe dispuesto a sacrificarlo todo
'Dying light: The beast'
Inmunidad ante el virus, como arma
Sin embargo, tras saltar al presente, esta vez nos encontramos a un Crane que ha sido capturado y sometido durante trece años a infinidad de experimentos crueles por parte de quien será su némesis a batir: el Barón, un sociópata que ve en la inmunidad de Crane ante el virus una posibilidad de usarlo como arma. Tras escapar del laboratorio, nuestro héroe buscará vengarse del villano valiéndose de sus habilidades de siempre, pero amplificadas tras años de experimentación. Un argumento que bien podría recordarnos a la suerte que corre Alice, la heroína de la franquicia Resident Evil.
El mundo abierto a explorar en The beast se muda a Europa, a una pequeña ciudad llamada Castor Woods, ubicada en la Suiza rural. Los veteranos en la saga podrán constatar que la dinámica de exploración y combate no dista mucho de la que experimentaron en los episodios anteriores, sobre todo en Dying Light 2: Stay human, lanzado apenas tres años atrás. Esto confirma que el desarrollo de esta nueva entrega comenzó, como pasara con Silksong tras Hollow knight, como una expansión más del segundo capítulo, pero que fue ganando entidad propia conforme iba materializándose.
Un fotograma de 'Dying light: The beast'.
Entonces, nos encontramos ante un videojuego que prácticamente goza de las mismas virtudes y adolece de los mismos defectos que su predecesor. Por un lado, el marco de acción resulta muy atractivo. La combinación entre escenarios naturales y urbanos bien detallados y plagados de adversarios favorece la inmersión en el universo posapocalíptico propuesto. Resulta especialmente reseñable el diseño arquitectónico del casco antiguo semiderruido de la ciudad, repleto de posibilidades de exploración, mezclando lo mejor de la recolección de recursos y la lectura entre líneas del lore, propios de The last of us, con la verticalidad y la perspectiva subjetiva de un clásico como Thief.
Resulta especialmente reseñable el diseño arquitectónico del casco antiguo semiderruido de la ciudad, repleto de posibilidades de exploración
Aspectos mejorables
El lado oscuro de 'The beast'
Por otro lado, no obstante, Dying light sigue, o al menos para mí, dando muchos problemas en The Beast con los giros de cámara. Resultan ortopédicos y mareantes, por no hablar de que la primera persona no permite una buena calibración de la escalada, los saltos, las caídas y los recorridos en pared que propone la mecánica del parkour. Si a eso le sumamos la pérdida de puntos de experiencia en cada muerte y la lejanía, sobre todo al principio, entre los puntos de control al revivir —herencia, quizá, de los souls—, los primeros lapsos de la partida se pueden volver bastante tediosos.
Lo más interesante siguen siendo las penurias a las que te somete la caída de la noche en medio de una misión con la zona segura ilocalizable. Ahí la sensación de terror y de estar expuesto perpetuamente a un peligro que puede venir de cualquier parte es sobrecogedora. Una experiencia difícil de jugar, pero arrebatadamente seductora. Mola mucho sentir ese sudor frío cuando el reloj de pulsera empieza a avisarte de que, como no te dé tiempo a llegar al punto de control o a recular hasta la base, casi de seguro vas a palmar porque los rivales se vuelven más rápidos y letales.
Cuando esto ocurre, la mayor novedad que introduce esta entrega y que hace honor a su nombre, la posibilidad de entrar en “modo bestia” —que en sus primeros estertores, a puñetazo limpio, recuerda a la furia berserkr en la que entra Kratos en God of war— puede suponer un gran aliado. La narrativa del juego justifica este estado especial como parte del relato, ya que Crane ha sido sometido a experimentos que mezclan ADN humano y de criatura infectada, lo que da sentido a que tenga habilidades sobrehumanas y pueda, momentáneamente, realizar ataques cuerpo a cuerpo muy potentes, lanzar objetos del entorno y provocar efectos onda que hacen retroceder a los oponentes.
En cualquier caso, viene bien tener a mano Dying light: The beast para simplemente desconectar un rato e imaginar que la cabeza del no-muerto que estás reventando es, en realidad, la de tu jefe. No te va a procurar una trama muy novedosa o evocadora, ni a proponer un giro en la estética de infectados por un virus zombi que no hayas visto ya. De vez en cuando, los bugs harán que quieras precipitar al personaje por algún abismo o dejar que sea devorado por la horda de turno. Pero si lo que quieres es una buena dosis de gore, plantearte un reto y, sobre todo, echarte unas buenas risas en el modo cooperativo —ahí se disfruta mucho más el juego—, no estará de más contar con este título en tu biblioteca.

