Las librerías están repletas de textos, algunos buenos y otros no tanto, de toda clase de interpretaciones sobre el éxito de los populismos y el fracaso de los grandes partidos tradicionales en nuestras democracias. Quizás todo es más sencillo si analizamos los errores que cometen algunos grandes dirigentes que no paran de tirarse tiros en el pie y parece que quieran hacer un pasillo a las fuerzas más extremistas para que ocupen su lugar.
En este grupo de mandatarios destaca con luz propia Emmanuel Macron. Es inexplicable lo que ha sucedido en Francia en los últimos meses. El presidente francés decidió, en pleno recuento de las elecciones europeas el pasado 9 de junio, anticipar las elecciones legislativas, al ver que los sondeos pronosticaban una clara victoria del Reagrupamiento Nacional de Marie Le Pen. Una decisión extraña y arriesgada, ya que el adelanto podía provocar el triunfo de esta formación de extrema derecha. Los franceses se conjuraron para evitarlo y Macron logró su objetivo, a costa, eso sí, de que ganase un nuevo frente amplio de izquierdas.
Todo parecía señalar una cohabitación entre el presidente y un primer ministro de este grupo, pero hete aquí que Macron rechazó a cuantos candidatos le presentó la izquierda y alargó el proceso de forma incomprensible. Al final designó al centrista Michael Barnier, miembro de Los Republicanos, que solo tienen 47 escaños de los 577 de la Asamblea Nacional. Barnier pudo llegar a ser elegido gracias a los votos de Le Pen. O sea, fíjense: Macron anticipa elecciones para que no gane la extrema derecha, luego triunfa la izquierda y le acaba dando el Gobierno a un centrista que necesita el apoyo de los primeros. Jugada maestra.

Emmanuel Macron
Era cuestión de tiempo que Barnier cayera. Al final fue por una moción apoyada por la izquierda y la extrema derecha, que no estaban de acuerdo por la forma en que se aprobaron los presupuestos. Ahora, Macron deberá buscar otra alternativa porque no se pueden convocar elecciones hasta junio. Y debería basarse en uno de los dos grandes grupos y abstenerse de fórmulas milagrosas. Macron ya se ha enredado bastante en sus jugadas de audacia El final de Barnier estaba cantado.