El error y el fracaso de Macron

El presidente Emmanuel Macron había organizado los actos de reapertura de la catedral de Notre Dame como una muestra de orgullo nacional de Francia, aunque también de reafirmación política personal y de liderazgo. Pero cuando hoy reciba a los diversos líderes mundiales en París, entre ellos el presidente electo Donald Trump, lo hará con un Gobierno en funciones y con su mente más puesta en encontrar una salida a la crisis institucional en que se halla Francia. Una situación de la que él es el máximo responsable, cosa que nunca reconocerá, como tampoco ha admitido el error de llevar el país a la inestabilidad al convocar elecciones anticipadas. El Gobierno del primer ministro Michel Barnier ha tenido el dudoso honor de pasar a los libros de historia de Francia como el más breve –tres meses– de la V República. Después de que, el miércoles, la extrema derecha y la izquierda se unieran para hacer caer al Ejecutivo, Francia está inmersa en un limbo institucional que, de rebote, puede acabar originando un terremoto económico y financiero.

El único precedente de la caída de un primer ministro se remonta a octubre de 1962, y el derrotado fue Georges Pompidou. La defenestración de Barnier era cuestión de tiempo desde el mismo día en que Macron lo nombró, ya que su supervivencia estaba totalmente en manos de la ultraderecha de Marine Le Pen. La líder de Reagrupamiento Nacional ha creído llegado el momento de derribar al Ejecutivo, como primer paso de una estrategia de caza mayor cuyo objetivo es el propio jefe del Estado, para forzarlo a dimitir. Algo que no sucederá, como dejó claro Macron en su discurso del jueves al país, al rechazar tajantemente que vaya a renunciar, al tiempo que lanzaba duros ataques a la extrema derecha y a la izquierda, acusándolas de formar “un frente antirrepublicano”.

El Gobierno Barnier nació débil, pues no disponía de mayoría parlamentaria, y el responsable de ello es el presidente. El gran error político y estratégico de Macron de convocar elecciones legislativas anticipadas supuso un enorme revés para la mayoría presidencial. Luego el presidente se negó a nombrar un primer ministro de la coalición de izquierdas, pese a que había ganado los comicios. Optó por un gobierno claramente derechista que dependía del apoyo implícito de la extrema derecha. Ha durado tres meses y el panorama que se presenta al país vecino es ciertamente complicado, política y económicamente, pues Francia tiene un déficit y una deuda pública fuera de control y una prima de riesgo que no deja de crecer, situación que los presupuestos fallidos intentaban paliar.

El jefe del Estado es el principal responsable de la actual inestabilidad política que vive Francia

Todas las miradas están puestas en Macron, contra quien van todas las balas disparadas desde la ultraderecha y la izquierda radical. Se equivocó adelantando unas elecciones en las que el macronismo perdió un centenar de diputados, tampoco dio respuesta positiva a la petición del Nuevo Frente Popular, ganador en las urnas, de encabezar el gobierno, y erró al apostar por uno minoritario sin margen de maniobra y a merced de Le Pen. Su apuesta fue un gran error que se ha convertido en un gran fracaso.

Los buenos tiempos de Macron son ya historia, su estrella ha entrado en declive, su liderazgo parece tocado definitivamente, su popularidad es la más baja desde que llegó al Elíseo y ahora se refugia en la política exterior y la defensa, competencias que le reserva la Constitución. Pero está obligado a tomar una decisión clave: elegir un nuevo primer ministro y formar un gobierno a la mayor brevedad posible para aprobar unos presupuestos.

Macron inició ayer los contactos en búsqueda de un candidato. El PS le dijo que está abierto a una amplia coalición de gobierno con un premier de izquierdas, lo que ya desató tensiones en el bloque del Nuevo Frente Popular, cada vez menos sólido. El presidente podría optar esta vez por un político de su órbita macronista o bien por uno de izquierdas moderado, un “conciliador” que pueda ser aceptado por la Asamblea y así intentar que se aprueben unos nuevos presupuestos. Si no logra hallar un candidato que reúna el suficiente consenso, podría nombrar un gobierno formado por técnicos, sin capacidad para aprobar leyes ni presupuestos –aunque sí para prorrogar los actuales– y que solo serviría para despachar los asuntos básicos y llegar a julio del año próximo, cuando se pueden convocar las elecciones. Y la última carta de Macron sería acogerse al artículo 16 de la Constitución, que permite al presidente aprobar de modo excepcional y con urgencia medidas presupuestarias sin pasar por el Parlamento. Esa sería la solución in extremis.

El presidente está obligado a formar gobierno lo antes posible para poder aprobar los presupuestos

Un escenario de caos, de polarización y de profunda inestabilidad política, con graves derivadas económicas, cuyo principal responsable es el presidente de la República.

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