El centro de la vida

Termina el año, y la pausa habitual en esta época nos incita a reflexionar. ¡Qué agotadora es esa constante invitación a ser feliz! Legítima, sana y deseable, pero conviene aclarar de qué hablamos cuando nos referimos a la felicidad.

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Para ser feliz lo mejor es no obsesionarse con ello. Basta con llevar a cabo lo que uno sabe hacer, lo que le gusta: algo bueno y que no dañe a los demás. La felicidad tiene algunos ingredientes esenciales; buena salud, algo de dinero, un oficio, una afición y un sentido interno que nos mueva. Ser feliz es, sobre todo, ser querido y, más aún, querer. Bergamín dijo: “No tengas más que amor, pero no quieras, ni esperes, nunca nada”. Esperar nos convierte en contables de nuestros propios gestos. En cambio, dar sin esperar nada a cambio es ser poetas, creyentes o humanos de un nivel más trabajado.

Para alcanzar la felicidad hay que buscar muchas cosas inmateriales. Conversaciones enriquecedoras, buena compañía, una gestión adecuada de las expectativas y la aceptación de que, en el fondo, estamos solos. Pero también saber que, a veces, los milagros ocurren e importamos de verdad a alguien, aunque solo sea por un momento.

Conviene aclarar de qué hablamos cuando nos referimos a la felicidad

Ayudar a los demás es fundamental, pero también ser disfrutón. Se dice que el dinero no da la felicidad, mi amigo Emilio del Río añade con sabiduría: “De acuerdo, pero desde luego no la quita”.

Quienes han leído los clásicos, como él, van siempre acompañados de los mejores guardaespaldas. No solo los mejores pensadores nos prestan sus hombros para ir sobre ellos, también nos protegen. Si has ido a hombros de gigantes, nunca te matarán del todo. Seguiremos hablando de ellos porque los grandes siempre perduran. Algunos vivos no viven en la boca de nadie, porque, al optar por no dar, han conseguido no ser.

Para ser feliz también es necesario llegar a los lugares correctos y, si no son buenos, irse. Alejarse de lo tóxico. Huir de lo mortal.

Leo una frase de Turguénev que me interpela: “¿Quieres vivir tranquilo? Relaciónate con la gente, pero no emprendas nada ni te lamentes de nada. ¿Quieres ser feliz? Aprende primero a sufrir”.

Cerramos el año en el que hemos aprendido, disfrutado y sufrido. Hay que sentir empatía y compasión por quien sufre. Quien no sepa hacer suyo el dolor del otro está ya en la sala del taxidermista. “Hay que reinventar el amor”, decía Octavio Paz.

La vida no es una carrera de cien metros lisos, son siempre más de cuatrocientos y con vallas. Todos los días del año tienen obstáculos, pero en el esfuerzo de saltarlos, y levantarse tras caer, está la esencia de la vida: los otros.

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