Madrid es más Madrid

España no debería ser Madrid. Así lo decíamos desde estas mismas páginas hace cuatro años. Pero lo cierto es que, desde entonces, Madrid es todavía más Madrid por su creciente importancia política y económica en el conjunto del Estado. El peso de la economía madrileña ha crecido desde entonces hasta el 19,56% del producto interior bruto (PIB) del país, medio punto más, y el de Catalunya se ha mantenido prácticamente estable en el 18,8%. Esto demuestra que continúa –y se acrecienta– el efecto aspiradora de la capital en detrimento de la mayoría de las comunidades autónomas.

La ausencia de medidas efectivas de descentralización –prometidas en su día por el presidente Sánchez– y la competencia fiscal desleal que ejerce la comunidad madrileña refuerzan la convergencia política y económica en la capital. Es bueno que Madrid, tanto la ciudad como la comunidad autónoma, progrese año tras año. Pero esta mejora debería producirse en armonía con el conjunto del Estado y no a costa del resto de las comunidades, que no reciben una financiación comparable, que carecen de una adecuada red de comunicaciones y que no pueden competir fiscalmente con sus bajos impuestos.

El fenómeno de expansión de Madrid ha sido constante desde 1980, en que apenas representaba el 14,8% del PIB español, y todo indica que va a continuar en el futuro. Su capacidad de crecimiento es ilimitada, tanto por territorio –tiene toda la Meseta para expandirse sin problemas–, como por potencia económica, ya que concentra la gran parte del poder político y económico del país, así como por la red radial de comunicaciones que le conecta con toda la geografía española.

La capital aumenta su peso en la economía a costa del resto de las comunidades autónomas

El progreso constante de Madrid no es espontáneo, sino que responde a la estrategia de las elites madrileñas, impulsadas en su día por José María Aznar, para convertir la capital y su entorno en una megametrópolis, muy superior a lo que es actualmente con sus 6,6 millones de habitantes, que se consolide como la gran capital del sur de Europa y el principal centro de las relaciones con Latinoamérica y África. El grueso de todas las inversiones públicas y la mayoría de las decisiones políticas han estado encaminadas en los últimos años al logro de este objetivo, incluso bajo los gobiernos socialistas.

La competitiva y desleal política fiscal de la actual presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, acelera la concentración eco­nómica y financiera en la capital, así como la creciente captación de talento. Resulta significativo, en este sentido, que el PIB per cápita de Madrid sea el más elevado del Estado, con 42.198 euros por persona frente a los 35.325 euros, por ejemplo, de Catalunya.

La constante y creciente estrategia centralizadora, con Madrid en el núcleo, rompe los esquemas del Estado autonómico al atraer población y recursos de otras comunidades. Es evidente que esta tendencia, de mantenerse en el tiempo, incrementará los desequilibrios y las desigualdades en el país. El Estado de las autonomías debería crecer de forma más armónica, sin que ninguna comunidad lo hiciera a costa de las otras. Es un objetivo difícil de lograr porque la tendencia de la población, a escala mundial, es concentrarse en las grandes urbes. Pero, pese a ello, en España se hace necesario avanzar hacia el equilibrio a través de una reforma de la financiación autonómica que equipare la presión fiscal, que impida la competencia fiscal desleal entre territorios, junto a una reflexión profunda sobre la concepción de las redes de transporte, que rompa el actual esquema radial, así como con la adecuada redistribución de las inversiones públicas y de las sedes administrativas estatales. La configuración del Estado federal alemán, en este sentido, sería un buen ejemplo.

Catalunya mantiene estable su participación en el PIB español aunque con menor renta per cápita

En cualquier caso, el actual dinamismo económico de Madrid abre un escenario en el que Catalunya debe jugar muy bien sus cartas para no perder competitividad, ni fiscal ni económica. En realidad Catalunya debe competir no solo con Madrid, sino con el resto de regiones europeas, ya que hoy en día la competitividad es global para la captación de las inversiones y el talento que aseguran el progreso y el bienestar colectivo. Tras los largos años del procés, que han supuesto un grave parón, se impone un nuevo liderazgo político y económico para asumir los retos estratégicos del presente y del futuro. Madrid, en este sentido, no debe contemplarse desde Catalunya como un enemigo, sino como un aliado frente a los desafíos globales del país en el marco de un crecimiento económico común, leal, equilibrado y armónico.

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