¿Quiere usted impresionar a una antropóloga del mismo Boston de paso por Barcelona? ¿Añora la transición democrática? ¿Le gustaría invitar a gambas, solomillo y cava a su novia en Nochevieja, pero carece de posibles?
¡Este es su artículo!

Cautivos y desarmados el sábado por la derrota del FC Barcelona, dos almas en pena dimos, pasada la medianoche, con un establecimiento acogedor, cuyo nombre prometía épica: Bingo Don Pelayo (no confundir con el vino de la casa de una taberna maragata).
¡Cuántos recuerdos al franquear la puerta y ver que no había una mesa libre! Nos sentamos en una ocupada por dos mujeres –el género biológico predominante en la sala– y pusimos sobre la mesa dos billetes de 50 euros como si fuesen sendas postales de Bilbao.
Hay otra Nochevieja posible: el bingo y un menú imperial –cava incluido– por 35 euros
El bingo ya no es lo que era. ¡Qué ritmo! ¡Menudas prisas! De entrada, los números los canta una voz de inteligencia artificial un punto autoritaria y exenta de la sensualidad de las grandes voces del bingo barcelonés del siglo XX. Cada cartón costaba dos o tres euros y además de la línea y el bingo menudeaban premios especiales de cuatro dígitos para quien fuera capaz de pulverizar récords.
Entre partida y partida, una mujer de la mesa leía la última novela de Eduardo Mendoza, y si menciono esto es para dignificar al colectivo binguero y de paso darle una alegría al autor. Su amiga, en cambio, se quedó en dos ocasiones a un número del premio, y por un momento temí que pudiera culparnos del infortunio y le diera por echarnos mal de ojo o echarnos de la mesa, allí donde los cien euros menguaban, y no a la meunière.
Perdimos la pasta en menos de una hora, pero descubrimos que hay otra Nochevieja posible. Por 35 euros, he aquí el menú Don Pelayo para Fin de Año: Snacks, crema de ceps con alcachofa confitada y velo ibérico con huevo a baja temperatura, tournedó de rape bouillabaise, gambot y escamas de vieira, solomillo de ternera Rossini con foie al pedro ximénez, tronquito de San Silvestre, cava y uvas de la suerte.
Casado, insolvente o no, ¿se queja su esposa de que nunca la sorprende? ¡Esta es la suya!