En uno de sus poemas más lúcidos, Philip Larkin formuló una pregunta tan sencilla como esencial: “¿Para qué sirven los días?”. Y respondía a renglón seguido: “Los días son donde vivimos”. Esta reflexión adquiere una resonancia especial a final de año, cuando el cambio de fecha simboliza un nuevo inicio, un momento para recapitular y reenfocar, para dar sentido a esos días que se fueron y a los que están por venir. “Vienen y nos despiertan / una y otra vez”, añadió el poeta inglés, apremiándonos a no olvidar que cada día es una oportunidad para encontrar aquello que da significado a nuestra vida.
            
Porque si los días son un lugar, somos inquilinos de paso que renuevan cada año, a ciegas, su contrato de arrendamiento. Y luego simplemente evolucionamos. Nuestro es “ese deseo de des-ubicarse, de encontrar un lugar distinto, creando si es preciso uno nuevo, uno que nos convenga, que nos represente, que nos articule”, apunta la filósofa Claire Marin en su ensayo Estar en su lugar (Anagrama). Un lugar que nos complació ocupar en el pasado tal vez ya no se ajuste a nuestras necesidades actuales. Hay etapas en las que necesitamos pisar un terreno menos estable, nutrirnos de una energía nueva. A veces, el capullo que nos protegía se convierte en camisa de fuerza.
A veces, el capullo que nos protegía se convierte en camisa de fuerza
Sobre la mesa, la agenda nueva, con sus casillas en blanco, nos invita a abrir un capítulo distinto. ¿Será esta, por fin, la oportunidad de equivocarnos mejor, de abrazar el aprendizaje que hay en cada tropiezo? ¿De abandonar ese lugar que, por muy ideal que parezca desde fuera, se ha vuelto demasiado estrecho para permitirnos crecer? La incertidumbre y el miedo que esto genera pueden frenarnos, pero son parte del proceso de avanzar.
Y si en ciertos momentos nos toca ocupar un lugar incómodo, como esas butacas desde las que apenas se ve el escenario, no hay que dramatizar. Siempre nos quedará la opción de buscar refugio en nosotros mismos, de convertirnos en nuestro propio cobijo, cultivando las pasiones y conectando con nuestros valores. Eso nos ayudará a navegar, sin idealizar la travesía ni demonizar la intemperie que, inevitablemente, traerán consigo algunos días.
            
