Las guerras culturales que vivimos –la pugna por ver qué relato de la realidad o qué cosmovisión se impone– no se realizan, como las batallas de antaño, en escarpadas colinas, vastas llanuras o neblinosos puertos. Las trincheras se cavan en el ciberespacio, donde, bajo la apariencia de neutralidad, late una poderosa estructura con fines políticos o comerciales.
Tres son los grandes modelos que marcan el terreno. Uno, el de Estados Unidos, basado en un mercado desregulado –las empresas establecen sus propios límites– y la libertad de expresión como bien supremo. El segundo es el chino, donde el Estado lo controla todo, y la tecnología permite tanto reprimir al disidente como combatir la delincuencia. Y el tercero es el de la Unión Europea, centrado en los derechos individuales y la privacidad y que ha desarrollado un imponente aparato legislativo frente a abusos de las corporaciones.

Las dos grandes potencias son antagónicas. EE.UU. cree que una internet desregulada (libre, con poca moderación de contenidos) muscula la democracia, y China piensa que la armonía social y la sumisión a las directrices del Partido Comunista son el recto camino. La profesora Anu Bradford, autora de Imperios digitales (Shackleton), ha indicado las complejidades y cruces de los tres modelos esenciales (el presidente electo Trump, por ejemplo, presenta ramalazos del modelo chino). Para las empresas que quieren ser globales, resulta un quebradero de cabeza, pues es imposible respetar a la vez la legislación de EE.UU., la china y la europea: la americana Google no podía defender la libertad de expresión y mantener su motor de búsqueda en China. Y a la china DiDi no le es posible cotizar en la Bolsa de Nueva York revelando solo los datos que Pekín le permite revelar.
Estos modelos no siempre están apoyados por los ciudadanos de sus países. Díganselo al neoyorquino Matthew Herrick, que vio cómo su exnovio utilizaba la plataforma de citas Grindr para, con un perfil falso suyo, enviarle a casa, a lo largo de diez meses, a 1.400 hombres ávidos de sexo (en ocasiones, llegó a 23 al día). Los tribunales estadounidenses dieron la razón a la plataforma, que se negó a borrar el contenido y expulsar al acosador, al considerarla no responsable de lo que en ella publican otros.
A Europa la caricaturizan como productora de legislación inútil (véanse los chistes sobre los tapones de botellas de agua), pero, en los temas realmente importantes, como el medio ambiente, el desarrollo económico y la equidad, o la defensa de la competencia y la privacidad, su labor es merecedora de aplausos. Si un día faltaran sus directivas, no nos haría ninguna gracia. Y volveríamos a pagar roaming.