Tiene más peligro que un mono con dos pistolas… o que una piraña en un bidet… o que Falete en un bufet libre… Este tipo de expresiones, hijas del gracejo popular, nos alertan ante situaciones o personas que amenazan nuestra salud o nuestros intereses. Pero suelen aludir a hipótesis improbables, porque a pocos se les ocurriría armar a un simio, alojar peces carnívoros donde se asean el perineo o invitar a su fiesta a alguien capaz de zamparse el catering entero. En cambio, no oímos a nadie decir: tiene más peligro que un algoritmo… o que una red social… o que el dueño de una red social… Pese a que lo tienen en gran medida y nos acechan a todos, cada día más y más.

Mark Zuckerberg, presidente de Meta, el conglomerado que posee Facebook, Instagram o WhatsApp, anunció esta semana que las dos primeras iban a eliminar en EE.UU. el programa de verificación de datos de sus contenidos. La medida imita la aplicada por Elon Musk en X y complace a Donald Trump, campeón de la mentira, que nos quiere tener enchufados a las redes y, a poder ser, engañados, manipulados y conspiranoicos.
Debe vigilarse el acceso de los jóvenes a la red, para que algún día sean mentalmente adultos
En sus inicios las redes nos fueron presentadas como espacio de libertad. Y lo son. Pero las redes son también el espacio de una nueva esclavitud hecha de ignorancia y adicción, asumida por unos usuarios que nacieron ya libertos pero parecen querer volver a cargar cadenas. Son el cuadrilátero del odio, donde desconocidos se atizan e insultan con la furia y el desprecio reservados a los viejos enemigos de la familia. Son la carcoma de millones de cerebros que, enganchados al scrolling infinito y el consumo compulsivo de trivialidades, lesionan su salud cognitiva, perdiendo intelecto, concentración y albedrío. Cuando ya no haya vuelta atrás, será imposible alegar desconocimiento: el brain rot (cerebro dañado) es un fenómeno bien estudiado y descrito, que acaba de ser elegido palabra del 2024 por la Oxford University Press.
Las redes tienen mucho, muchísimo peligro. Se aconseja usarlas lo imprescindible, con pinzas. Y controlar el acceso a ellas de los jóvenes, porque solo así podrán llegar un día a ser mentalmente adultos. Si es que les apetece, claro.