Hace ya tiempo que los electores están emitiendo señales de clara fatiga con el funcionamiento del sistema democrático de que nos hemos dotado. Ese malestar se tradujo, en un principio, en un crecimiento de la abstención y ya lleva unos cuantos años derivando en una apuesta por formaciones populistas y extremistas. El único antídoto posible es la existencia de gobiernos fuertes que puedan gestionar con eficiencia los servicios públicos. Y sucede justamente todo lo contrario.
Lo vemos en España y en la mayoría de los países europeos, donde los gobiernos son débiles porque carecen de una mayoría sólida para aplicar sus políticas. Las consecuencias pueden ser que se adelanten elecciones (Alemania), se prorroguen presupuestos (Catalunya), caigan jefes de Gobierno (Francia ha tenido cinco primeros ministros en siete años) o se permita la llegada de la extrema derecha al poder por falta de consenso (Austria).
En España, dos de los problemas más graves con los que se enfrenta hoy el Gobierno son la falta de vivienda y la reconstrucción de las zonas afectadas por la dana en Valencia. En ambos casos, el Ejecutivo tiene problemas para gestionarlo bien por la falta de consenso con la oposición. El domingo, el PP presentó su plan de vivienda y el Gobierno anunció el suyo al día siguiente. Nuestro editorial recomendaba ayer que ambas partes se pusieran de acuerdo y tratasen de consensuar un pacto para que el tema no quedara paralizado. Pero
es algo tan imposible como querer atrapar el viento con las manos. Lo mismo sucede con la cuestión de la dana.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijoo
Ahora, la última hora de las negociaciones entre el PSOE y sus socios independentistas catalanes apunta a que los acuerdos están a punto de naufragar. La consecuencia será que se tendrán que prorrogar los presupuestos en Madrid y en Barcelona, con la consiguiente merma económica que ello conlleva.
El mensaje que llega a la ciudadanía es de desconfianza y de descrédito, pero no solamente afecta a los partidos que están en el Gobierno, sino a toda la clase política en general. Es una derrota sin paliativos porque anima a muchos votantes a buscar otras fórmulas. Así han ganado Donald Trump o Javier Milei. No demos más munición al populismo.