Las columnas del Reino

EL RUEDO IBÉRICO

Las columnas del Reino
Catedrático de Geografía Humana de la UV

Si ustedes pasean por la madrileña calle de Atocha, cerca ya de la plaza Antón Martín, no duden en situarse ante el teatro Monumental. Cierren los ojos por un instante e imaginen que se encuentran en realidad ante la iglesia y hospital de Nuestra Señora de Montserrat. Allí, desde mediados del siglo XVII, se hallaba el lugar donde cualquier necesitado de los reinos de la Corona de Aragón podía acercarse para recibir cobijo, sustento y cura a sus enfermedades. O, en caso de necesidad extrema, atención espiritual y reposo eterno. De hecho, en 1631 allí fue enterrado, de limosna, es decir, en pobreza extrema, el gran escritor valenciano Guillem de Castro, bravo soldado de la guardia costera en la València del tránsito al barroco, militar osado en los conflictos italianos, literato y amigo y competidor de Lope de Vega.

LA PELL DE BRAU

 

Perico Pastor

¿Un hospital para ciudadanos de la Corona de Aragón en pleno centro de Madrid? A alguna dirigente política de la Puerta del Sol le puede sobrevenir una urticaria. Pero así era. Uno de los símbolos de la tozuda, secular e inherente pluralidad de la realidad española estuvo en este lugar hasta 1903, año en el que el edificio fue derribado. Pero de aquella destrucción sobrevivieron testimonios que, todavía hoy, pueden ser admirados. Acérquense a las colecciones de las Galerías Reales, cerca de la Almudena y del Palacio Real, en el nuevo edificio diseñado por el arquitecto Emilio Tuñón Álvarez que se abre al poniente madrileño. Nada más penetrar en su primera sala, encontrarán cuatro enormes columnas salomónicas, de fuste retorcido, hojas de pámpano, racimos de uva, con fondo de lapislázuli y decoraciones de pan de oro. Estas columnas, de seis metros de altura y 600 kilos, custodiaban el retablo mayor del templo en el que la Virgen de Montserrat ocupaba el camarín central, escoltada por estatuas de san Vicente Mártir y san Lorenzo. En el remate o ático, una escultura de san Jorge matando al dragón. Había, además, sendas capillas dedicadas a la Virgen del ­Pilar y a la de los Desamparados. Ricos jaspes procedentes de Tortosa –ya conocidos desde época romana– y provenientes del puerto de Alicante debían cubrir sus paredes. El conjunto debía de ser espectacular. Por documentos de la época, exhumados en parte por la profesora Yolanda Gil, sabemos que la obra “había de corresponder a la Magnificencia de cinco Reinos que gobierna el Consejo Supremo de Aragón”. Y así fue. Además de las imágenes devocionales, había pinturas notables, como las de Ribalta sobre originales de Sebastiano del Piombo.

Las joyas de la colección de las Galerías Reales simbolizan el origen plural de la identidad española

En realidad, esta era la segunda casa de acogida de valencianos, catalanes, aragoneses y baleares (¡y sardos!) en Madrid. Sobre 1616, Gaspar de Pons, un noble catalán al servicio de Felipe III en su Consejo de Hacienda, legó dinero y casas en el barrio de Lavapiés para construir un hospital de acogida de necesitados de la Corona de Aragón. Solo puso dos condiciones para ello: que el altar lo ocupara la Virgen de Montserrat (“Patrona de los dichos reynos”, dice un documento de 1694) y que sus administradores y rectores fuesen naturales de los reinos de la Corona de Aragón. El traslado de Lavapiés a la calle de Atocha se realizó unos cuarenta años más tarde de la fundación originaria.

Las cuatro columnas que pueden admirarse en las Galerías Reales están ­conformadas por ocho troncos de pinos de los bosques de Valsaín y son joyas indiscutibles de la colección. Pero a su vez son el símbolo de una historia compuesta, plural y alejada de la simplificación política de una supuesta uniformización del país desde los visigodos. Las hermosas columnas son los pilares que debían sustentar, nunca mejor dicho, una historia que, desgraciadamente, no aparece contextualizada en la explicación de este nuevo museo de Patrimonio Nacional. Dedicar una sala adjunta a explicar qué diantre hacían una iglesia y un hospital de la Corona de Aragón en Madrid abriría una brecha de curiosidad en quienes se acercan por allí y permitiría empezar a comprender el origen intrínsecamente plural de la identidad española. Nadie explica estas historias hoy.

Las cuatro columnas representan un hilo conductor entre los reinos de la Corona de Aragón, los Austrias y los Borbones. La monarquía española de hoy debería estar más atenta a la exploración y reconstrucción consciente de sus fuentes de legitimidad, que, en lo dinástico, pueden provenir de Felipe V, pero en lo político se retrotraen a siglos anteriores. Gaspar de Pons, en su documento de donación, rubricado ante el notario catalán Miquel Beltran, escribano del Consejo Supremo de Aragón y notario público de los reinos de su corona, especificó que hacía entrega “pura, perpetua e irrevocable al Señor Rey Don Felipe III” (hasta aquí todo normal), pero añadiendo “y sucesores en la Corona de Aragón”. La legitimidad real de la propiedad donada se obtenía en tanto en cuanto monarca en la Corona de Aragón. De esta manera se entendía una monarquía compuesta, fuertemente territorial, fuente de pluralidad y, al tiempo, de ­vínculo.

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En el corazón del viejo Madrid, se hallaba hasta 1903 la representación material de la soberanía compartida que ha caracterizado la mayor parte de la historia española. Merecería depositar allí una corona de laurel. Cuatro columnas salvadas in extremis son testimonio de un pasado y símbolo de un futuro. Son los pilares que deberían sostener un devenir más plural de España. Pero es preciso reconstruir el relato que nos explica su existencia y su presencia.

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