Menos Trump y más UE

Desde ayer la amenaza ya es una realidad: Donald Trump vuelve a presidir EE.UU. Ahora, con mayor control del legislativo y, por si fuera poco, con un Partido Demócrata sin li­derazgo ni estrategia definidos. ¡Más no se puede pedir! En el ámbito institucional, el poder es absoluto, y si se quiere mesurar su supremacía más allá de la política, basta observar como las big tech (que en tiempo pasado fueron sus acérrimas enemigas) hoy compiten en adulación y genuflexión ante el líder.

President-elect Donald Trump participates in a wreath laying ceremony at Arlington National Cemetery, Sunday, Jan. 19, 2025, in Arlington, Va. (AP Photo/Evan Vucci)

 

Evan Vucci / Ap

La inmensidad de su poderío y su particular idiosincrasia a la hora de ejercerlo producen razonables recelos y, en algunos casos, un auténtico pánico a lo que su nuevo mandato pueda suponer. Para entenderlo basta recordar algunas de las muchas opiniones norteamericanas. The New York Times estima que EE.UU. se asoma al precipicio de un “ejercicio autoritario del gobierno nunca visto en su historia”. Y quien fue su jefe de gabinete, el general John Kelly, cree que Trump “se ajusta a la definición de fascista” y que “gobernará como un dictador”.

Si seguimos aparcando por complejos nuestros problemas, la que no tendrá solución es la UE

Con tales presunciones resulta juicioso plantearse si Trump conseguirá convertir una democracia liberal en una iliberal y, en consecuencia, si la garantía tradicional del sistema de checks and balances será suficiente para que EE.UU. no se sume al incremento progresivo de autocracias en el mundo. No sería la primera vez en la historia que un líder establecido desde la libre voluntad popular ejercida en las urnas transita desde la democracia hasta el ejercicio del poder al servicio del terror. En consecuencia, hay que preocuparse por una posible transformación de la democracia de EE.UU., pero con un matiz: Trump, guste mucho, poco o nada, hoy por hoy merece el respeto que implica haber sido elegido por más de la mitad de los estadounidenses. ¡América y sus problemas, para los americanos!

Ya sé que los problemas de los estadounidenses son y pueden ser problemas de los europeos. Pero ¿y si como europeos, en lugar de invertir nuestras energías en condenar las maldades de Trump, las dedicamos además a resolver nuestras debilidades, que no son pocas? En la política europea es costumbre dejar en el cajón aquellos problemas que se creen irresolubles, y Trump debería obligarnos a abordar de manera inmediata y definitiva los nuestros, por irresolubles que parezcan. Si seguimos aparcando por complejos nuestros problemas, la que no tendrá solución es la UE.

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¿Y cuál ha sido la reacción de la UE ante la nueva presidencia de Trump? ¿Ha fortalecido la necesaria unidad de acción política de los europeos? Más allá del pugilato verbal a raíz de las amenazas de Trump sobre Groenlandia, México o Panamá y la reiteración de sus tesis sobre la OTAN, ¿se ha reforzado la conciencia europea acerca de una indispensable defensa común? ¿Se ha fortalecido la convicción en lo referente a la necesidad de una defensa y seguridad comunes que asuma que el paraguas norteamericano forma ya parte del pasado? Frente al potencial tecnológico, las amenazas comerciales y la política in­dustrial de EE.UU., ¿se vislumbra una respuesta europea que asuma las propuestas del informe Letta respecto a un mercado único en telecomunica­ciones, en energía… sobre la unión bancaria, los mercados de capitales o en relación con el imperativo de acompasar la transición energética a la necesaria reindustrialización?

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Sé que es poco útil ser pesimista, pero como Paul Valéry señalaba en la Europa de entreguerras, “la esperanza es vaga y el temor es preciso”. ¿O puede ser de otra manera cuando se observa la prisa de Macron para invitar a Trump a Notre Dame o la visita de Meloni a la residencia de Mar-a-Lago…? ¿O cuando en el ámbito energético, ahora que se habla de nuevo de las nucleares, cada país de la UE hace lo que más le conviene no solo en relación con la energía nuclear, sino también respecto al carbón? ¿O cuando en España se pretende justificar una opa bancaria presentándola como embrión de un campeón europeo, mientras lo que se persigue es solo crear un campeón nacional, postulando con ello la vía equivocada e inversa a las necesidades europeas? Así, la UE no será nunca campeona en lo político, ni en lo energético, ni en lo bancario. Eso sí, podremos continuar siendo durísimos con Trump.

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