Toni Comín está dando mucho que hablar últimamente. El que fue conseller de Salut por designación de Carles Puigdemont, y que como él reside en Bélgica desde el 2017, se ha visto envuelto en sucesivos líos. Como el relativo al uso para fines privados de fondos del Consell de la República (cuyas elecciones presidenciales acaba de perder). O, hace dos semanas, el derivado de la denuncia por acoso psicológico y sexual presentada por un exasistente suyo.
Cuando un político pasa por trances semejantes, tiene dos opciones: a) reconocer sin demora los hechos denunciados, pedir disculpas y, si cree que le privan de la confianza del electorado, renunciar a sus cargos; b) rechazar las acusaciones, con la esperanza de reivindicar su honorabilidad y, de paso, conservar la poltrona. Comín parece pertenecer a esta segunda escuela, puesto que respondió a las acusaciones de tocamientos, insinuaciones y propuestas sexuales asegurando que “fueron solo bromas más o menos oportunas”, cuya denuncia, añadió, podría encubrir un delito de odio por homofobia contra él.
Carezco de información suficiente para dar por buena, o no, la denuncia contra Comín o la reacción de este. Pero son numerosos los casos ya conocidos de similar naturaleza, lo cual permite afirmar que la rapidez con la que algunos desenfundan para disparar excusas o desmentidos no acredita que sean inocentes. A veces son lo contrario.
Abundan los políticos de conducta poco ejemplar que se creen facultados para desempeñar cargos que exigen ejemplaridad. Donald Trump sería el paradigma. Tras la colisión entre un vuelo de pasajeros y un helicóptero militar, que a fines de enero causó 67 muertos en Washington, el presidente norteamericano se apresuró a responsabilizar del accidente a Barack Obama y Joe Biden, sus antecesores demócratas en la Casa Blanca, por haber impulsado políticas inclusivas que permitían la contratación de personas con discapacidades intelectuales y psíquicas. Al poco trascendió que el día de autos se había tolerado que un controlador hiciera el trabajo de dos, lo que podría ser causa más plausible de la catástrofe.
Excusas, desmentidos y acusados que se tornan acusadores son moneda corriente en la política
Negar la propia responsabilidad es un recurso tan viejo como la humanidad. Viejo, pero con buena salud. Y que se manifiesta con distintos grados de intensidad. En primer lugar están las excusas, que sugieren la aceptación parcial de la acusación, una vez desprovista, eso sí, de intencionalidad. Es una manera de admitir que ha pasado algo, pero proclamando que no es lo que parece. Eso es lo que hizo un amigo de juventud al ser sorprendido en la cama con su novia por la abuela de esta. Aún nos reímos cuando evocamos el lance.
En segundo lugar está el desmentido. Es decir, la negación categórica de las acusaciones recibidas, que el acusado acostumbra a formular con cara de ofendido, afectando dignidad, y añadiendo que se reserva el derecho de emprender acciones legales. Ya no estamos hablando de una reinterpretación de los hechos, sino de su rechazo frontal. Lo cual puede hacerse con el aval de la verdad o recurriendo, en su defecto, a la mentira deliberada. En este último caso, el acusado estará agregando a la falta denunciada otras responsabilidades generadas por su falso desmentido. De perdidos, al río.
Excusas y desmentidos son recursos de toda la vida. Pero ahora abunda una tercera modalidad: lo que cabe describir como la reatribución al denunciante, por parte del denunciado, de la denuncia recibida, someramente retocada. Me refiero a la acusación que rebota y genera de inmediato una de signo opuesto. La que reduce el debate a una especie de telar en el que las acusaciones van de lado a lado, como la lanzadera. Isabel Díaz Ayuso podría dar un máster sobre la materia. Pero es más de práctica que de teoría.
Con mayor o menor intensidad, se trata siempre de lo mismo: escurrir el bulto. De eludir o esquivar sin vergüenza ni remilgos lo que no conviene, en este caso, acusaciones de conducta inapropiada. Pasa a diario. Y da una imagen lamentable de la escena política.

