Corría el verano del 2023 cuando las jugadoras del equipo nacional del fútbol femenino se proclamaban campeonas del mundo. Un hito que, apenas unas horas después, se veía eclipsado por ese pico de Luis Rubiales, presidente de la RFEF, a una de las jugadoras, Jenni Hermoso. Corrió como la pólvora hasta llegar a juicio por agresión sexual. Ni ellas pudieron apenas celebrar el juicio, ni él supo reconocer su grave falta en su proceder. La sentencia, que Rubiales ya ha anunciado que recurrirá, le condena por agresión sexual y a pagar 10.800 euros
–“Un piquito no es un besito, tiene carácter sexual, no es una forma de saludar”, soltó el juez José Manuel Fernández-Prieto González–.
Una vez la liebre salta, las opiniones se esparcen. Me sorprende la de Juanma Castaño, que, en un editorial radiofónico, victimiza a Rubiales –agresor– por haber quedado estigmatizado y poco habla de Jenni Hermoso –víctima–, que ha tenido que lidiar con una presión mediática y un juicio también paralelo, lo mismo que sus compañeras.

Cierto es que sentencias como esta son ejemplarizantes para comportamientos hasta el momento consentidos y silenciados, que sobrepasaban cualquier modo de celebración entre un superior y un empleado. Jamás he vivido que ninguno de mis jefes celebre cualquier audiencia con “un piquito”. Esta es una sentencia que –recurrida o no– sienta jurisprudencia para cualquiera que considerara que “un piquito es un mero besito”. Afortunadamente, en nuestro país ya es intolerable de un jefe a un trabajador. Debemos seguir remando a favor de cambiar conductas que, aunque consentidas en el pasado, suponen un abuso de poder o, en este caso, una invasión no consentida de la intimidad de otra persona.
Juanma Castaño también se equivoca: no estoy feliz por la sentencia. Mientras tengamos que llegar a juicio por algo así, no me puedo sentir feliz. Sigo pensando en ese 20 de agosto del 2023, cuando ese gol de Olga Carmona coronó a nuestro equipo femenino a lo más alto. El precio que han tenido que pagar ellas es no poder disfrutarlo ni ser recibidas como se debiera porque planeaba todo una polémica que eclipsó cualquier celebración. Se celebró, sí, pero la procesión iba por dentro. ¡Ellas no podrán olvidarlo jamás! Lo mismo que Rubiales.