No cabe duda, a mi entender, de que el triunfo del emperador Donald consolida la escalada de machismo que nos trae la nueva era, anticipada por las imágenes del zar Vladímir, con el pecho descubierto y a caballo, difundidas hace unos años.
Si los dos líderes mundiales, ambos antes en escenarios contrapuestos, aunque hoy, al parecer, en sintonía muy amistosa, reivindican, de palabra y obra, la masculinidad de los valores con que tratan de gobernar –en el caso de Trump, redoblados por su afición a las mujeres barbies con las que se ha ido casando–, creo que cabe pensar en el retroceso que le espera al feminismo. ¿Es posible que los logros conseguidos tiendan a ir desapareciendo, en vez de avanzar para llegar a la igualdad real?

La cuestión me parece preocupante, cuanto más porque un artículo de Carles Castro publicado en La Vanguardia el domingo pasado se hace eco de una encuesta de Ipsos de la que se deduce que: “España se encuentra en una encrucijada en materia de igualdad de género, ya que es el país de Europa que más se define como feminista (un 51% de los consultados), pero la tendencia general apunta a una regresión” en la sensibilidad colectiva sobre la discriminación de la mujer.
Si aquí, en el país de Europa que se considera más feminista, sucede esto, ¿qué pasará en otros lugares menos sensibilizados con la necesidad del logro de la igualdad de derechos y donde la mayoría de los hombres no están dispuestos a compartirlos?
Al parecer, la maquinaria propagandística electoral de Trump tuvo en cuenta esos criterios masculinos para ganar votos. Estados Unidos es un país muy conservador. Los valores del feminismo, defendidos en sus universidades y aceptados en las grandes ciudades, Nueva York, Boston, San Francisco, zonas de voto demócrata, no han impregnado a la inmensa masa social de la América profunda, en la que las mujeres siguen estando, en general, al servicio de los hombres. No sé si más o menos consideradas ángeles del hogar, como muchas películas americanas de los años cuarenta y cincuenta nos mostraron, por cierto, dobladas aquí, intencionadamente, por voces femeninas dulces y aniñadas, para rizar el rizo de su deliciosa y sumisa feminidad casera. No olvidemos que el franquismo presumió de “haber devuelto a la mujer del trabajo y de la fábrica al hogar, donde es la reina”, como rezaba un eslogan de aquella época.
El feminismo debe avanzar porque se trata de una cuestión moral que implica igualmente a los hombres
En cuanto a otros países europeos con tasas de igualdad elevadas, como los nórdicos, parece que han surgido también allí movimientos de hombres descontentos con el papel discriminatorio que las mujeres tratan de otorgarles. Para muestra, un botón, comprobado por quien esto escribe, hace unos años ya: en la televisión danesa, pude ver un programa de éxito en el que los hombres reivindicaban sin tapujos su
machismo.
Volviendo a la encuesta de Ipsos, un 46% de personas cree en nuestro país que “se ha ido demasiado lejos al dar iguales derechos a las mujeres que a los hombres”. Tal consideración produce escalofríos. Además, es falsa. Según datos ofrecidos por los técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) en el 2020, la diferencia del salario anual entre hombres y mujeres era de 4.915 euros. En términos porcentuales, los datos señalan que las mujeres deberían cobrar un 28,6% más para igualar el sueldo y se necesitarían 105 años para cerrar la brecha. Un total de 27 de las 35 empresas que integran el Ibex afirman pagar hasta un 30% menos a las mujeres que a los hombres. Además, las mujeres que ocupan puestos altos en las compañías del Ibex 35 representan el 19%.
A tenor de los datos citados, creo necesario que la lucha de las mujeres siga, que el feminismo avance porque se trata de una cuestión moral que implica igualmente a los hombres.
El pasado 8-M, las ciudades de todo el mundo se llenaron de mujeres “caminando hacia delante”, unidas contra el machismo global, intentando ser la voz de las mujeres que ni siquiera la tienen. Al mismo tiempo que esto sucedía, en un parque chino un cuidador, a mi juicio, descerebrado, regalaba ramos de flores a una tigresa y a una osa panda allí enjauladas para que celebraran el día de la Mujer. ¿Considerando que también era el suyo? Huelgan comentarios. El machismo de la banalización puede ser aún más peligroso que el que hasta ahora conocemos. Habrá que prestarle atención.