En Portugal, reina estos días una silenciosa prudencia. Nadie sabe lo que pasará en las elecciones del próximo día 18 de mayo. Algo es seguro: la ciudadanía no quería para nada estos comicios. Se sentía muy bien con un Gobierno dinámico de centroderecha, una oposición socialista sensata, moderada, todo bajo la tutela de un presidente amable; la extrema
derecha, en un rincón del Parlamento, aullando improperios que ya casi nadie escuchaba; la economía, mejorando gradualmente, con buenas notas de las agencias de rating. Pero este hermoso castillo de naipes se ha derrumbado.
Y esto ha ocurrido porque había una carta marcada. El primer ministro Luís Montenegro, el hombre que cumplió su promesa de no pactar con los radicales autoritarios de Chega (Basta, en castellano), el mismo que le dio un nuevo empuje a la gobernación lusa, el que apoyó a su rival socialista, António Costa, para la presidencia del Consejo Europeo, ese hombre con quien los portugueses empezaban a congeniar, ha revelado, en su vida privada y profesional, un perfil ético borroso. Una niebla moral.

Luís Montenegro
Con su mujer y sus hijos, creó una empresa familiar y, llegado a la jefatura del Gobierno, lo único que se le ocurrió fue ceder sus cuotas a la esposa, con la que está casado en régimen de gananciales. De forma que el dinero que esa empresa ha ingresado desde entonces es y no es del primer ministro. Una chapuza incomprensible en un político con tantas tablas. Además, durante estas últimas semanas, se han descubierto, en la vida personal y en la actividad laboral del abogado Montenegro, varias cosas que son y no son. Nada ilegal, de momento, pero existen asuntos que deben ser aclarados.
Ante la debilidad repentina de Montenegro, el líder socialista, Pedro Nuno Santos, propuso una comisión de investigación parlamentaria, en la cual irían asando lentamente al primer ministro, hasta dejarlo achicharrado. Este, confiado en su popularidad, contraatacó anunciando una cuestión de confianza. Le bastó con pocos días para darse cuenta de que esa buena opinión de la gente se estaba evaporando: los sondeos lo consideraban culpable de la crisis.
Luís Montenegro, con quien los portugueses empezaban a congeniar, ha revelado un perfil ético borroso
Hubo intentos del Gobierno para un acuerdo de última hora, pero quedó entonces claro que Pedro Nuno Santos quería elecciones. Su partido se le está escapando de las manos: no ha logrado controlar el debate interno sobre el futuro candidato presidencial para las elecciones de enero del 2026, y las tensiones entre los socialistas son grandes. Por ello, tenía que probar fortuna ahora, aprovechando el mal momento de Montenegro y cohesionando a los suyos a su alrededor. Aun así, después de la caída del Gabinete de Montenegro, un ilustre socialista, Fernando Medina, antiguo alcalde de Lisboa y exministro de Hacienda de António Costa, se ha distanciado de su líder, subrayando que se debían haber evitado las elecciones. Medina ya se está postulando para sustituir a Pedro Nuno Santos.
No hay que dar a Montenegro por muerto políticamente. Dos anteriores líderes de su partido (el PSD, de centroderecha), el legendario fundador Francisco Sá Carneiro, que murió en un accidente aéreo, y Pedro Passos Coelho, el paladín de la austeridad, ganaron elecciones con sospechas de corrupción a sus espaldas. Los socialistas tienen que andarse con cuidado. Los portugueses no aman a los corruptos, pero detestan el puritanismo rigorista.
Si los socialistas exageran, pueden transformar a Montenegro en un héroe de la ciudadanía de a pie que va mirando por lo suyo como puede. Por otra parte, si, hasta el 18 de mayo, siguen surgiendo más temas que son y no son en los misteriosos negocios de Montenegro, este hombre puede hundir a la coalición Alianza Democrática, en la que se integra su partido.
Los horizontes de Pedro Nuno Santos resultan inciertos: quiere ganar las elecciones y reeditar el paradigma del gobierno minoritario, pero, ahora, en versión de centroizquierda, sin darse cuenta, aparentemente, de que los últimos acontecimientos demuestran la fragilidad de esta propuesta. Los portugueses votarán intentando calcular las carambolas que ocurrirán después de las elecciones: si pierde Montenegro, un nuevo líder del PSD, quizás el mismo Passos Coelho, regresado del mundo de los muertos-vivos de la política, puede abrir la puerta del gobierno a la extrema derecha, y así Portugal entraría en la órbita de los países con gabinetes autoritarios; si pierde Santos, un nuevo liderazgo socialista, quizá Medina, permitiría tal vez rearmar de nuevo los pactos en el centro político.
Todo puede pasar. Quizá suba bastante la abstención, como forma de protesta. Quizás haya llegado la hora de algunos pequeños partidos, como Iniciativa Liberal, de derechas, que puede capitalizar el desgaste del PSD de Montenegro. Puede ocurrir incluso que los resultados sean semejantes a los de las últimas generales, como pronostican varios sondeos. Probablemente, no será esta la mejor hora para la extrema derecha de Chega. Esta formación se ha visto sacudida por varios escándalos recientes, entre ellos un delicioso esperpento: un diputado de este partido por las Azores presuntamente aprovechaba sus viajes para robar maletas en las cintas de los aeropuertos, cuyo contenido vendía después a precios de saldo por internet. En fin, hoy, en Portugal, los horizontes son turbios. Veremos en mayo si la misteriosa alquimia del voto popular aclara el panorama.