La tarde de la fiesta de los aranceles en la Casa Blanca, callejeo por el centro de mi ciudad europea. He llegado demasiado pronto a la zona en la que está ahora mi puesto de trabajo, hoy el tren ha decidido ser raramente puntual. Una nueva era nos acecha misteriosa, pero Cercanías rige la existencia de millones de personas que corremos desesperadas de un andén a otro. Especialmente en Chamartín, con sus obras infinitas, y la megafonía y los letreros dando números de vías contradictorios. Esta estación es una prueba de resistencia psicológica. Con todo, lo prefiero a los atascos en la autopista de los desgraciados que vemos, a diario, desde la ventanilla del tren, adelantándolos con pena.

El caso es que callejeo pero me entra hambre y recalo en una de esas tiendas turísticas de turrones que proliferan últimamente. Unas azafatas turroneras me ofrecen trocitos en bandejas doradas, empeñadas en tomarme por una guiri. Me dejo llevar y pruebo los turrones que quiero, con mi inglés precario, confiando en que el suyo es aún peor. Digo solo “thanks, this, please”. Pero me acabo creyendo el personaje y entro en una tienda de artículos de lujo. En una vitrina hay un pañuelo azul que vale 400 euros. Me lo pruebo en inglés. Soy una turista rica que no da conversación y se va sin comprar nada porque es muy exigente con el producto. Me pregunto si, con los aranceles, ese pañuelo será más caro o al revés.
¿Por qué hacemos esta cola? Porque aquí siempre hay cola, dice una chica
Tropiezo con una cola de gente que espera para comprar un pastelito de nata típico portugués, aquí en Madrid. A los de los turrones no descarto verlos desaparecer pronto, pero esta nueva pastelería, que vende solo este pastelito, va como un tiro. Me pongo en la cola. Aprovecho para hacer unas entrevistas. ¿Por qué hacemos esta cola? Porque aquí siempre hay cola, dice una chica. Pienso si lanzaron el negocio con una cola simulada, contratando figurantes. Quizás vea por aquí a alguna colega actriz, disfrazada de persona. ¿Por qué quieres este pastelito? Porque es famoso, dice un hombre. ¿Dirías entonces que hay gente que vota, por ejemplo, trumpismo arancelario, porque es famoso?, pregunto.
Espero que nadie me dé una torta. Pero solo hay alguna risa. Aquí somos gente de paz y pastelito, que no se sabe si hace cola porque hay cola o porque está desesperada y aún no se ha dado cuenta.