Trump escucha poco y habla mucho, cuando el ser humano está dotado de dos orejas y una sola boca, para dedicar el doble del tiempo a oír que a conversar. Pero le vendría bien leer China, el libro que escribió Henry Kissinger, donde explica como, en calidad de consejero de Seguridad Nacional de Richard Nixon (luego lo nombraría secretario de Estado), contribuyó a cambiar la geopolítica mundial, hace medio siglo, iniciando relaciones con la China comunista.

Durante una cena oficial en Pakistán dijo sentirse enfermo y su anfitrión, el presidente del país, le propuso recuperarse en una residencia en las montañas. En realidad, ni se encontraba mal, ni se tomó un descanso, sino que viajó en secreto a China, iniciando la llamada operación Marco Polo, que permitió el encuentro entre Nixon y Mao, así como el posterior establecimiento de relaciones diplomáticas.
Si hubiera leído a Kissinger, Trump sabría que a China no se la doblega con amenazas
Puestos a leer, al presidente estadounidense le vendría bien hojear otro libro de Kissinger, titulado La diplomacia, donde explica cómo desarrollar estrategias basadas en el equilibrio de poder y la negociación de acuerdos. No son estos los argumentos de Trump, que prefiere intimidar a los países a fin de situarse en una posición de fuerza. Pero eso con China no le va a salir bien, pues le está aguantando el pulso sin ponerse nerviosa, aunque haya situado los aranceles de los productos chinos al 145%, lo que ha tenido como respuesta el 125% para los artículos estadounidenses. La subida de los aranceles se dispara por momentos, como hacían Bond y el banquero Le Chiffre con sus fichas en la partida de póquer de Casino Royale.
Entre las reglas de la diplomacia figura tragarse algún sapo. O algún huevo milenario como los que agasajaron a Kissinger en su primer viaje, aunque se mareara. Es posible que el consejo esté en alguna galleta china de la fortuna. Pero Trump solo come los huevos con bacon, no soporta ceder ante el adversario y desprecia las galletitas con proverbios. Olvidando que su país necesita la tecnología china y que, además, es el segundo país, tras Japón, en deuda americana. Lo que es un botón rojo que, de apretarse (con una venta masiva), desplomaría su valor y asestaría un golpe mortal a sus cuentas públicas.