Las políticas de Trump para revertir el declive de Estados Unidos pueden llevar a la destrucción de los fundamentos sobre los que se asentó su poder. Tres fueron los factores que hicieron “grande” a Estados Unidos: su capacidad tecnológico-científica, su poderío militar y la inmigración. Los tres están interrelacionados. Lo que determina el poder militar es, sobre todo, la capacidad tecnológica. Y esta depende de la investigación, básica y aplicada, llevada a cabo en las grandes universidades.
La Segunda Guerra Mundial hizo del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) una fuente de innovación tecnológica con aplicaciones militares directas, una trayectoria que se profundizó durante la guerra fría. El proyecto Manhattan fue concebido por los físicos de Princeton (Oppenheimer) y desarrollado por los físicos de Berkeley (Lawrence). La bomba de hidrógeno y la guerra de las galaxias, que representó el salto cualitativo a los satélites y a la misilística, surgieron del Laboratorio Nacional Livermore (Edward Teller), extensión de Berkeley. El Laboratorio Nacional de Lexington (vinculado al MIT) y Los Álamos, continuación del grupo científico creador de la bomba atómica, fueron otras de las piezas clave del complejo científico-militar (con sus derivadas civiles) que se articuló en el conjunto del mapa académico.
Hasta principios de este siglo, la mitad del financiamiento de la investigación en informática llevada a cabo en universidades, en particular en Stanford, Harvard, MIT, Berkeley, Carnegie Mellon, UCLA, provino de Darpa, la agencia de investigación del Pentágono que fue esencial para la revolución tecnológica, incluyendo internet. No era investigación con fines militares (internet no lo fue), pero contribuyó decisivamente al potencial tecnológico y, por tanto, también militar.
Por otro lado, la inmigración siempre ha sido un motor del crecimiento de Estados Unidos desde sus orígenes, tanto cuantitativamente como en términos de calidad: un 40% de los ingenieros y ejecutivos de Silicon Valley son extranjeros (de origen chino e indio en primer lugar) y un 50% de los doctorados en ciencia y tecnología los reciben estudiantes extranjeros que luego se quedan en el país. Buena parte del talento mundial sigue emigrando a Estados Unidos, Musk y Thiel entre otros.
En esta ola destructiva subyace la apuesta por una investigación aplicada y controlada
Ciertamente, la dimensión del mercado interno favorece el crecimiento económico, pero el mercado europeo es mayor. El mercado financiero es más potente en EE.UU., pero esto es consecuencia de la posición ventajosa del dólar y la confianza de los inversores en la estabilidad del país, algo que ahora se tambalea. Dólar e inversión resultan del poder geopolítico que dio seguridad.
La destrucción del sistema universitario por Trump y el cierre de la inmigración atacan elementos esenciales en la base de ese poder. ¿Cómo es posible? Porque el trumpismo es ante todo ideológico, es un movimiento nacionalista-populista dirigido contra las élites culturales del país articuladas en el mundo académico. Musk reconoce la importancia de la tecnología, pero la desliga de las universidades. Thiel creó una fundación para financiar a los mejores estudiantes que abandonen sus estudios. Esa apuesta por una investigación aplicada y controlada es lo que subyace en esta ola destructiva con efectos globales. A menos que Europa, como ya está haciendo China, aproveche la oportunidad para impulsar la innovación en entornos más favorables para una tecnología al servicio de la sociedad.
También hay un cálculo político por parte de Trump para atacar a las universidades. Sabe que hay una creciente movilización popular en contra de su autoritarismo. Y que los estudiantes serían la punta de lanza de esa oposición. Trata, pues, de desactivarlos mediante la intimidación preventiva. Pero no le será tan fácil. Recuerden que Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam en sus propios campus universitarios.
