La maledicencia se viste estos días de irrefutable. Isabel Preysler ya ha enterrado a todas sus parejas, salvo a Julio Iglesias, que resiste en Miami y anda el hombre algo solo. Al decir de amigos comunes, vive en esa reclusión típica de los varones en el otoño cuyo epitafio podría decir: “¡Con lo que yo he sido!”.
Ciertamente y por orden de desaparición, Miguel Boyer, Carlos Falcó y Vargas Llosa han pasado a mejor vida y solo queda un marido superviviente, el citado Julio Iglesias, que se divorció de Isabel Preysler en 1979, tras ocho años de matrimonio, justo cuando el cantante empezaba a hacerse de oro, dato relevante para quienes profesamos simpatía y no tirria por esta dama filipina de la misma Manila, la perla de Oriente.

Nunca he terminado de entender por qué cae mal Isabel Preysler a tantas amigas, a diferencia de los amigos, más bien filosimpatizantes. Mujeres de izquierdas, mujeres de derechas, ninguna me ha hablado bien de la Preysler aunque tenga una virtud que debería dar puntos: se ha puesto a los hombres por montera. Y ha tenido luz propia a pesar de lo eclipsable que hubiese podido quedar con unos consortes tan notables.
Yo no digo de formar un club de fans de Isabel Preysler ni una peña madridista La Dama de Puerta de Hierro, pero de ahí a tratarla como si fuese un poco tonta o demasiado lista...
La maledicencia se viste de irrefutable: Preysler ha enterrado a todos, salvo a Julio
–¡Los hombres sois tontos!
En eso estamos de acuerdo, pero... ¿acaso hay relación empírica entre lo tontos que somos los hombres y el ascenso y brillo de Isabel Preysler en la esfera pública en los últimos cincuenta años? ¿Qué culpa tiene la pobre de que ellos se mueran y ella siga tan divina, radiante y pimpante, dando de qué hablar en una España que bosteza en Semana Santa? ¿Acaso no tiene mérito sobrevivir a tres consortes, más allá de que no parece gustarle vivir sola quizás porque las mujeres casadas miran con superioridad moral a las que carecen de pareja, cumplida cierta edad?
Yo no desespero de contraer nupcias con Isabel Preysler el día de mañana aún a riesgo de que me entierre y herede mi piso en el Guinardó. Aunque digan que hay amores que matan, exageran.