Pete Hegseth cumple admirablemente los requisitos para el cargo que ocupa como secretario de Defensa en el actual régimen de Estados Unidos. El jefe del departamento que dirige la fuerza militar más letal del mundo está acusado de ser un borracho perdido y, siguiendo el ejemplo del que lo nombró, un acosador sexual.
Otro de sus méritos es el haber promovido una campaña que resultó en el 2019 en indultos presidenciales (sí, Trump) para tres soldados que estaban a punto de ser juzgados por crímenes de guerra en Afganistán e Irak. Uno de ellos fue acusado de golpear a una niña y a un anciano, de disparar indiscriminadamente contra civiles y de apuñalar a muerte a un adolescente capturado mientras recibía tratamiento médico.
Hoy el mal que combatir es la lectura. El jefe del Pentágono ha retirado 381 libros de la biblioteca Nimitz de la Academia Naval de Estados Unidos, todos relacionados con temas que la Administración en Washington considera “antiamericanos”, como el racismo, el feminismo, el transgénero, la violencia policial y los discapacitados. No se sabe si los libros han sido quemados, pero la lista negra incluye Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, de la célebre autora negra Maya Angelou, y Recordando el Holocausto, sobre mujeres víctimas de los nazis.

En cambio, dos ejemplares de Mein Kampf de Adolf Hitler siguen en las estanterías. Tampoco se ha tocado La curva de la campana, que argumenta que los negros y las mujeres son menos inteligentes que los hombres blancos, pero un libro que refuta la tesis, sí, adiós.
Todo perfectamente coherente con lo que podríamos llamar, con cierta exageración, la filosofía reinante en Estados Unidos. Pero sorprende que no se haya ido más lejos. Prohibir libros en aquel país es poco más que un acto simbólico. Para realmente evitar que las mentes de las masas se contaminen con ideas peligrosas, el régimen debería extender la censura a las películas y a las series de televisión.
Como precedente histórico podrían fijarse en la labor de Roy Cohn, el abogado en jefe del Comité de Actividades Antiestadounidenses que presidió el senador Joseph McCarthy, azote del “comunismo” de Hollywood en los años cincuenta. Más tarde Cohn llegó a representar a dos familias de la mafia neoyorquina, los Genovese y los Gambini, y durante 14 años, al joven Donald Trump.
En su papel de asesor de McCarthy, y anticipándose a las tendencias del actual movimiento MAGA, Cohn identificó no solo libros sino películas que atentaban contra los valores fundacionales de la república. Una de ellas fue El halcón maltés, un clásico que tuvo como protagonista a Humphrey Bogart. Lo que no pudo lograr Cohn fue prohibirla. Hoy la Administración Trump tiene la oportunidad de enmendar el error.
El jefe del Pentágono retira 381 libros de la biblioteca de la Academia Naval, pero conserva ‘Mein Kampf’
¿Qué otras películas se podrían considerar dañinas para la moral del gran público estadounidense?
Bueno, ya que estamos con Bogart, empecemos por Casablanca, que salió en 1942, un año después de El halcón maltés. Para muchos Casablanca es la mejor película de todos los tiempos, pero si vamos a ser consecuentes con los criterios de selección de los libros prohibidos de la biblioteca naval, no nos queda más remedio que reconocer que, en el actual clima político, está muy fuera de lugar. Por dos motivos: el pianista es negro y la temática antinazi no hubiera sido del agrado del autor de Mein Kampf.
La dura realidad es que habría que reconsiderar la validez de casi todas las películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, con particular atención a las que tratan el Holocausto, como La lista de Schindler, El pianista y La vida es bella.
Luego están las que denuncian el racismo, entre ellas Adivina quién viene a cenar, Django desencadenado o, particularmente ofensiva ya que cuenta la historia de un neonazi reformado, Historia americana X. Películas feministas como Thelma y Louise, incluso Kill Bill 1 y 2, fuera también, no sea que se les dé ideas a las chicas. Después tenemos una película absolutamente verboten, como diría Adolf: La chica danesa, con el actor Eddie Redmayne interpretando el papel de una mujer transexual.
Para la ‘filosofía’ reinante sorprende que no se haya ido más lejos, censurando películas y series
Series: Hermanos de sangre, sobre un pelotón del ejército de Estados Unidos que combate al lado de los europeos (también verboten hoy) en la derrota de los nazis; The wire, en la que los protagonistas son en su mayoría negros, y Peaky Blinders. Ya, esta última les puede sorprender, pero justo esta semana vi un episodio en el que el jefe mafioso que interpreta Cillian Murphy trata con sorprendente cortesía y respeto a un homosexual. Mal ejemplo para Pete Hegseth y los demás machitos que se arrodillan a los pies de Don Trumpeone.
Es curioso cómo las cosas han cambiado desde el primer mandato del capo naranja. El secretario de Defensa entonces fue el general Jim Mattis. Dimitió después de dos años, entre otras cosas porque, como dijo en su carta de renuncia, no estaba de acuerdo con la política de su comandante en jefe de romper con sus antiguos aliados europeos. Hubiera dimitido también si se le hubiera pedido retirar libros de las bibliotecas militares.
Un tipo culto que nunca congenió con Trump (más bien ejerció el papel de lo que en inglés llaman “el adulto en la habitación”), Mattis siempre insistió en el valor de la lectura. Dijo una vez que leer las obras del arzobispo sudafricano negro Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz por su lucha contra el racismo del apartheid, tenía tanto valor para un militar, o para cualquiera, como las del clásico teórico de la guerra Carl von Clausewitz. Mattis siempre estuvo a favor de la diversidad en las fuerzas militares, de promover la presencia de gais, mujeres y negros.
Hegseth y su jefe, no, al punto de que además de prohibir libros han exigido la eliminación de los archivos del Pentágono de fotos del avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima porque se llama Enola Gay; de la primera mujer que aprobó el curso de infantería de los marines; de soldados negros que combatieron y recibieron medallas en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que obliga a pensar que las posibilidades que propongo aquí para la futura censura de películas y series quizá no sean tan disparatadas. Hoy en Washington el absurdo y la locura –la locura maligna– son la nueva normalidad.