Viva la vida

Coldplay se inventó Viva la vida y es de esas canciones que suenan como himnos: coloridas, luminosas, llenas de épica emocional. Una celebración de lo que somos, incluso en la caída. Pero hay algo profundamente humano en que quien la canta Chris Martin, el líder de Coldplay, haya verbalizado en un vídeo reciente que atraviesa una depresión. Que se siente triste y solo, que no siempre está bien, que se pierde en sí mismo.

chris martin

Chris Martin en un concierto en Barcelona en el 2023 

Àlex Garcia / Archivo)

Esa confesión, pronunciada por un hombre que llena estadios y que hace emocionar a medio mundo, vuelve a poner el foco en una idea que incomoda: la felicidad no siempre acompaña al éxito. A veces, incluso, lo contradice. La fama no cura la tristeza ni la soledad. Es peor y más cruel: es visible para todos, pero, aun así, nadie la ve.

Chris Martin asume que ser conocido no te vacuna contra la soledad ni el dolor...

Porque la popularidad, por más que lo parezca, no es ninguna red de seguridad. Al contrario: muchas veces es una trampa. Una cárcel dorada donde se espera de ti que siempre estés bien, que siempre sonrías, que siempre rindas. El famoso (o conocido), sea cantante, actor, deportista, periodista, no puede tener un mal día porque si lo tiene, decepciona. Rompe el pacto invisible con el público. Ese acuerdo que dice: “Hazme soñar, no me muestres tus sombras”.

Y, sin embargo, hay algo profundamente valiente en hacer justo lo contrario. En decir: “Hoy no puedo”. En nombrar la tristeza sin disfraces. En asumir que ser conocido no te vacuna ni contra la soledad, ni contra el vacío, ni contra el dolor.

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Chris Martin no está solo. Detrás del oropel del reconocimiento, hay muchos otros cuerpos cansados, muchas sonrisas de cartón piedra, muchos mensajes no respondidos porque la presión, por mucho dinero que tengas, asfixia. Y no se trata de compadecer al famoso, sino de humanizarlo. De dejar de exigirle que sea lo que no somos nosotros mismos: invulnerables.

Quizá por eso Viva la vida sonará distinta cuando se escuche sabiendo esto. Ya no es solo una canción de estadio. Es un grito, doloroso y bello, de alguien que, en medio del éxito, también suplica por su lugar en el mundo. Y a veces, la única manera de celebrar la vida es confesar que cuesta vivirla.

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