El papa Francisco parece haber entrado en esa penumbra que marca la fase final de muchos pontificados. Es, en este caso, una penumbra con un suave, íntimo resplandor, si pensamos en todo lo que Bergoglio representa: una fe cristiana y católica más abierta, más metida en el mundo, con capacidad de “salida”, palabra que tanto le gusta a Francisco, más empática, acogedora y, al fin y al cabo, humana. Mientras la salud de este Papa simpático y luminoso renquea, hay oscuridades espirituales que regresan a nuestro mundo. La vejez de Francisco es como una velita encendida, cuya llama bailotea y sobrevive a los vientos de esas tinieblas.
Y es que vuelve el paradigma de los políticos autoritarios con un prelado formando parte de la escenografía dictatorial. Como en los tiempos de las monarquías absolutas, pintados por grandes maestros del pasado. Y, más cerca de nosotros, como en el franquismo y en el salazarismo. Ahí está el patriarca ortodoxo de Moscú y de toda la Rusia, Cirilo I, apoyando a Vladímir Putin, cuya presidencia considera “un milagro de Dios”. En Hungría, el régimen iliberal de Orbán cultiva sus complicidades con el cristianismo, a cambio de apoyo político.

Y una imagen más, muy impactante, fruto del actual delirio norteamericano: Marco Rubio, el secretario de Estado, dando una entrevista por televisión el miércoles de Ceniza, con una espectacular cruz de esa misma ceniza en la frente. Rubio parecía un ternero que hubiese sido marcado en la cabeza con un hierro al rojo vivo por una cuadrilla de vaqueros en las llanuras texanas.

Marco Rubio, con la cruz de ceniza en la frente en una entrevista en Fox News
Nos basta con recordar esta pasada Semana Santa para comprender que nada de esto tiene que ver con los Evangelios. Jesús es alguien cuyo único trono fue una cruz de infinitos dolores; cuya única corona fue de espinas. Rechazó el poder político y toda su pompa y tampoco quiso ser un jefe libertador del pueblo de Israel. No le interesaron para nada personajes poderosos de su tiempo como el rey Herodes y solo habló con Pilatos, el gobernador romano de Judea, lo estrictamente necesario.
En la lectura del Evangelio del miércoles de Ceniza, el hijo de María nos dice que los actos de piedad deben ser clandestinos, invisibles: precisamente lo contrario del exhibicionismo de Rubio. De hecho, lo de Rubio es pornografía espiritual. Uno de los peligros de la actualidad occidental consiste en este regreso cortesano de la religión a lugares donde nunca debía haber estado.
El futuro de la Iglesia no debe ser un regreso a sombrías complicidades con el poder político autoritario
Por descontado, a pesar del ejemplo diáfano de Jesús, a lo largo de la historia de la Iglesia se han pisado esos terrenos pantanosos de mandar o de, con expresión seráfica, estar al lado de los que imperan. De hecho, los errores de nuestro presente tienen un largo pasado, que es como una fuerte raíz que alimenta las secuoyas altísimas del disparate contemporáneo. La historia se ha dado la vuelta y corre hacia atrás, a toda mecha. Tenemos que volver a caminar hacia delante. Y sería muy triste ver a la fe, en forma de altar, colocarse al lado de los tronos actuales, recomponiendo una alianza muy antigua, que viene por lo menos del año 380, cuando el cristianismo fue proclamado religión oficial del imperio romano.
En realidad, el único reino que Jesús buscó fue el corazón de cada persona. Intentó que descubriéramos todo el amor que puede existir en nuestro interior. Una ternura que late en el cosmos, en sus matemáticos misterios, en su sobrecogedora hermosura, y que puede transformarse, a lo largo de nuestra vida, en pura felicidad. Para demostrar que este rumbo era posible, Cristo concentró sobre sí mismo toda la maldad del mundo, le dio la forma de una cruz –y de toda la ignominia que este tipo de ejecución conllevaba–, y el resultado final fue la más hermosa explosión de luz de la historia humana. Como ha escrito el poeta y físico catalán David Jou, algún día la ciencia se acercará a la fórmula de este nuevo big bang. Porque la oposición entre fe y conocimiento resulta artificial. Lo que ha pasado es que los científicos y los técnicos han querido ocupar el lugar que había al lado de los poderosos y que antes copaban los eclesiásticos. El físico Elon Musk es un digno sucesor del dominico Torquemada.
Después del ninguneo social de las últimas décadas, comprendo que haya creyentes cristianos sensibles al destaque que conceden a la fe algunos de los nuevos autoritarismos. Pero se equivocan. Esas cruces de ceniza modelo Rubio se hacen con rotulador, con el carbón que los Reyes Magos dan a los niños malos, y forman parte del maquillaje previo que se le realiza a quien pisa un plató de televisión.
El lugar de Dios, lo repetimos, está en el corazón de las personas y en la acción de los cristianos. Solo así el Espíritu estará por todas partes. Y así crece el cristianismo en China; así se extiende en el Lejano Oriente. Resulta curioso: los orientales primero quisieron nuestra tecnología y ahora van a por nuestra espiritualidad. La Iglesia se ha dado cuenta, y las próximas Jornadas Mundiales de la Juventud serán en Seúl, en el 2027.
Mientras el papa Francisco, anclado en una silla de ruedas, habla con la voz agarrotada por la enfermedad, uno reza para que el futuro de la Iglesia no sea un regreso a sus sombrías complicidades con el poder político autoritario. Porque lo que da aliento a la fe cristiana es ese océano de amor que nos anega por dentro y se derrama por fuera en todo lo que hacemos. Ese es el reino de Dios. En él deben vivir los creyentes cristianos, y no en la cohorte de los dictadores, bendiciendo políticas a menudo criminales.