¡América, América!

La América de Walt Whitman, el poeta de la democracia. La América de Cochise, y de Toro Sentado. La del Jefe Seattle, la misma América que inventó su hermosa carta al presidente de Estados Unidos (“¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?”).

La América de Jerry Seinfeld, de Andy Kaufman, de Louis CK, de Lenny Bruce, de Sarah Silverman, que nos hacen reír mientras nos desvelan la verdad. La América de Saturday night live. La de Frasier y, por supuesto, la de Cheers (“Quieres estar donde todos conocen tu nombre”). La de Big bang theory. La América de Friends.

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WILL OLIVER / EFE

La América de Bill Bernbach, que inventó la publicidad moderna. La de Dan Wieden, que la llevó a su más hermosa expresión. La América que acogió a Mies van der Rohe, a Alfred Hitchcock, a Douglas Sirk, a Ernst Lubitsch, a Walter Gropius, a Albert Einstein. Y a Billy Wilder (que vive en las oraciones de Fernando Trueba).

La América de los rascacielos. La de Las Vegas, ese absurdo milagro. La América de Yellowstone, de Yosemite, de Monument Valley. La del Gran Cañón. La América que se inventó los grandes parques nacionales.

La América de Cassius Clay. Y también la de Muhammad Ali. La América de Elvis, que nos preguntó si estábamos solos esta noche. La América de Bob Dylan, que nos gritó que los tiempos están cambiando.

La América del hombre que tuvo un sueño y que murió por ello. La América de Jesse Owens. La de Hollywood, que construye nuestros sueños y nuestras pesadillas. La de las dos Hepburn. La de Orson Welles y la de Elia Kazan. La de Marlon Brando.

Cada cual tiene su lista, y es infinita

La América de Harvard, de Yale, de Stanford, de Princeton, de Cornell. La del MIT. La América del Building 20.

La América del jazz. La América del rap; del house. La del blues y el country. Del hip-hop. La América del rhythm and blues y el rock’n’roll. La del funk. Del soul. La América de Ella Fitzgerald. Y la de Beyoncé. La América del Pato Donald. Pero también la del Pato Lucas.

La América de Faulkner, de Melville, de Poe, de Twain, de Philip Roth. La que aún intenta escribir la gran novela americana. La América terrible de Meridiano de sangre.

La América del bisonte (“Montañoso, abrumado, indescifrable”). La América de South Park , de Los Simpsons. La de Calvin y Hobbes. La de Dilbert. La de Krazy Kat y Snoopy. La de Robert Crumb; la de Gary Larson. 

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La Italia de América que nos cuentan Coppola y Scorsese. La América del Rural Studio de Andrew Freear. La de Thoreau. La pequeña América de la grandiosa Emily Dickinson. La América de Nueva York, la ciudad que, como nos recordó Milton Glaser, todos amamos. La ciudad que, como nos recordó Frank Sinatra, nunca duerme.

La América de Dorothy Parker. La América del western, que fue para Borges la épica contemporánea. La América de On the road.

Cada cual tiene su lista, y es infinita. Eso hace necesaria una pregunta para los que tenazmente afirman que hay que hacer América grande de nuevo: ¿a qué América se refieren?

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