El papado del sur global

La muerte del papa Francisco obliga a reflexionar sobre una de las muchas paradojas que reflejan la confusión de los tiempos presentes: a pesar de que aumenta sin cesar el agnosticismo, la influencia del catolicismo en las sociedades occidentales sigue siendo profunda, incluso fascinante. Se ha roto en gran medida la llamada “transmisión de la fe”. Más que distantes al catolicismo, las nuevas generaciones occidentales en realidad lo desconocen. Pero una tradición milenaria no se barre con facilidad, encuentra muchos caminos para rehacer el vínculo con la sociedad. Uno de estos caminos es la personalidad carismática de los pontífices, convertidos en referentes morales de gran influencia global.

Ya Juan XXIII, el papa del reformista concilio Vaticano II, fue una personalidad de gran relieve mediático que proyectó en todo el mundo, de la mano de la naciente televisión, un catolicismo del diálogo y el perdón. En cuanto a Pablo VI, más intelectual, su impulso en favor de la modernización de la Iglesia no escondía el temor. Era consciente de que los cambios aperturistas podían causar perjuicios, no solo a la Iglesia como institución, sino en la fe de los católicos. Y, en efecto, la apertura de la Iglesia al mundo, que se daba en paralelo a la modernización de las costumbres y de los usos sociales, desembocó en una crisis de vocaciones y en la secularización. Las iglesias se vaciaban.

Después del fugaz pontificado de Juan Pablo I, el golpe de timón llegó del Este. Durante su enérgico pontificado, Juan Pablo II aprovechó sus incansables viajes para proyectar una rectificación de la apertura conciliar. Centró la fe católica en sus aspectos doctrinales e inició una decidida batalla contra el materialismo filosófico. Ariete esencial en la caída del Muro soviético, su defensa de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte, le reportó críticas en Occidente, pero le convirtió en el paladín mundial de la dignidad de la persona. Las multitudes que lo acogían en los viajes refrendaban un cambio geopolítico del catolicismo. Mientras los europeos abandonaban los templos, se llenaban los del resto del mundo.

Consciente de la menguante realidad del catolicismo en Europa, Benedicto XVI, respetado por los mayores pensadores laicos, inició una cruzada contra el relativismo contemporáneo. Ratzinger se convertía en el único adversario decidido del desconstruccionismo, que tanta influencia ha tenido en las modas ideológicas actuales. Pero nunca llamó a la guerra cultural, sino al diálogo fértil y honesto en el “atrio de los gentiles”. Propuso una Iglesia de “minorías creativas”, fermento de un nuevo renacimiento.

La influencia del catolicismo sigue siendo profunda pese al aumento del agnosticismo

Con el impresionante gesto de su renuncia, Benedicto XVI sacudió los cimientos de una institución gobernada, en la época de la transparencia, con sospechosa oscuridad. La curia era sospechosa de corrupción y de prácticas non sanctas . El escándalo de la pederastia castigaba asimismo la reputación de la Iglesia. Benedicto XVI llamaba a una reforma en profundidad, que ha intentado y parcialmente conseguido Francisco, el Papa que llegó “del fin del mundo”.

El primer Papa jesuita, el primer Papa periférico, el primero en apelar a la reforma franciscana de 1205, cuando, rezando en una capilla, Francisco de Asís sintió que Cristo le decía: “¿No ves que la Iglesia es una ruina? ¡Repárala!”.

La vocación reparadora, que no revolucionaria, de Francisco ha abrazado todos los frentes posibles. Ha centrado su impulso en la visión de la fe como expresión de tres valores esenciales: caridad, misericordia y esperanza.

La experiencia del amor cristiano, ha sostenido Bergoglio, implica la caridad hacia todos los descartados (del feto al migrante, del anciano al enfermo y al sexualmente distinto). La misericordia encarna la presencia del espíritu, de la experiencia de lo sagrado, que permite superar las contradicciones que dividen a los católicos y a los humanos en general: ricos y pobres, fuertes y débiles, derechas e izquierdas, norte y sur. Y la esperanza como ancla que permite resistir el vendaval desolador de un presente con graves crisis climáticas, bélicas y culturales, con la convicción de que el amor cristiano puede inspirar la concordia y facilitar una salida al laberinto presente.

Francisco ha inclinado la geopolítica del Vaticano hacia el sur global, donde crece la simiente católica

Asia, África y Latinoamérica tendrán muchos representantes en un cónclave para elegir al nuevo Papa imposible de predecir. Puede organizarse una cordada reactiva que sintonice con el sesgo político neoconservador en Occidente. Pero no hay que ­descartar sorpresas. El papa Francisco ha inclinado la geo­po­lítica del Vaticano no a favor de su visión teológica, como se afirma, sino hacia el sur global. La nueva simiente católica fructifica en el sur.

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