Unos restos mortales para la paz

La ceremonia funeraria de los restos mortales del papa Francisco ha sido sobria, como siempre lo fueron desde la muerte de Pablo VI. Presidía la ceremonia el decano de los cardenales, el anciano Giovanni Battista Re. Unos 250.000 fieles se habían ido acercando a las inmediaciones de la Santa Sede desde la primera luz del alba. La mayoría de ellos tuvieron que seguir el funeral más allá de la columnata de Bernini, a lo largo de la Via della Conciliazione, donde se habían instalado varias pantallas gigantes. La mayor parte de los fieles se incorporaron a los cantos y plegarias por el Pontífice difunto, de cuerpo presente, colocado en un féretro sencillo de madera clara con una cruz blanca. Millones de fieles o interesados de todo el mundo pudieron seguir la ceremonia a distancia a través de la televisión o de los canales digitales. Así lo hicieron muchos de nuestros lectores a través de la web de La Vanguardia.

El ataúd fue conducido al exterior de la basílica y colocado en el parvis de la explanada porticada. Frente al féretro, un altar flanqueado, por un lado, por el rojo de los cardenales y, por el otro, por el negro de las autoridades mundiales que asistían a la ceremonia, un negro protocolario que solo rompía, en primera fila, Donald Trump, con traje azul (también el ministro español Bolaños vestía ese color). El resto de los dignatarios, los reyes de España, el presidente Milei de Argentina, el presidente italiano y los demás altos dignatarios europeos, africanos, americanos o asiáticos, comparecieron de negro riguroso.

Trump y Zelenski hablan en San Pedro: incluso fallecido, Francisco logra una oportunidad para la paz

La dimensión geopolítica del funeral alcanzó el clímax instantes antes de la ceremonia, cuando los presidentes Zelenski y Trump se sentaron en un rincón de la basílica de San Pedro. Incluso fallecido, Francisco lograba favorecer un contexto pacificador, una oportunidad para la paz. Más tarde, pudieron verse imágenes de una conversación a cuatro, pues a los presidentes de EE.UU. y de Ucrania se añadieron el premier Starmer y el presidente Macron. Lástima que ni Rusia ni China enviaron delegaciones de alto nivel. Hasta el polémico Julian Assange, fundador de Wikileaks y liberado el año pasado, estaba en la plaza de San Pedro. Ahora que la ONU, en este tempestuoso momento mundial, se encuentra totalmente sobrepasada, resulta importante remarcar el carisma universal de la Iglesia católica. Ninguna otra institución es capaz de congregar una tan alta representatividad política internacional, que hallaba eco en los miles y miles de personas congregadas alrededor de la Santa Sede, que se expresaban en una gran diversidad de lenguas.

El cardenal decano, Giovanni Battista Re, condensó la vida y las obras de Francisco, partiendo de sus años de formación en Argentina y con la Compañía de Jesús, y subrayando el compromiso durante años con los más desvalidos. No es casualidad que estallaran aplausos al recordarse que la Iglesia es un hospital de campaña abierto a todos. A pocos metros del presidente Trump, el cardenal Re recordó que Francisco celebró “una misa en la frontera entre México y Estados Unidos” que ponía el acento en el drama de los migrantes. También recordó el viaje a Irak en el 2021, sin duda el más significativo, entre los muchos emprendidos, “desafiando todos los riesgos”. El decano de los cardenales glosó “aquella difícil visita apostólica” como “un bálsamo para las heridas abiertas de la población iraquí, que había sufrido tanto por la labor inhumana del Estado Islámico”. La plaza llena a rebosar era el testigo más fiel de que Francisco fue, por encima de todo, un evangelizador: La primacía de la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo, con una clara huella misionera, la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera exhortación apostólica: Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza los corazones de todos los que se confían a Dios”.

Al recordar el oficiante que la Iglesia es un hospital de campaña abierto a todos, estallan los aplausos

La ceremonia duró un par de horas y acabó con un largo aplauso por el difunto Pontífice. Después de la santa misa, el ataúd de Francisco cruzó el centro de Roma, sobre el papamóvil, hasta la basílica de Santa María la Mayor. Mientras iba pasando­, el gentío aplaudía. Quizá este desfile resultaba contradictorio con la sobriedad del acto, ya que recordaba más bien el poder temporal de los antiguos papas. Recibido por presos, marginados y transexuales, los restos mortales de Francisco insistían en su mensaje central: acompañando a los desvalidos y descartados es como los católicos encontrarán el rostro de Dios.

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