Cuando se habla o escribe sobre una religión, no es obligado, pero sí oportuno, apuntar desde qué posición personal se hace. En mi caso, soy católico, procuro ser practicante y acepto el magisterio del Romano Pontífice, a quien respeto, sea quien sea, sin idolatrías ni excesos. Dicho esto, aclaro el propósito de este artículo, para facilitar su abandono a quien no interesen los temas que trato: 1) El abrumador tono apologético de la inmensa mayoría de las informaciones, comentarios y semblanzas posteriores a la muerte del papa Francisco. 2) El perfil que –a mi juicio– debería tener el próximo obispo de Roma.
Es sabido que Jorge Bergoglio denunció como males de la Iglesia, desde antes de ser Papa, su mundanidad, su autorreferencialidad y su “narcisismo teológico”. Y también se dijo entonces de él que no era un reformador liberal, sino un reformador radical, en el sentido de que quería reformar la Iglesia desde la raíz, es decir, desde el Evangelio. Por tanto, no es extraño que, bajo su pontificado, se recrudeciese muy pronto la siempre latente dialéctica entre las dos almas de la Iglesia: conservadora y progresista.

Otro jesuita, Pedro Miguel Lamet, ha sintetizado así lo sucedido: “El pontificado de Francisco, por su autenticidad y acercamiento al Evangelio, ha provocado una tensión interna en la Iglesia. Porque predicar la misericordia y la vuelta al mensaje de Jesús, que es signo de contradicción, provoca rechazo. Y Bergoglio, a pesar de su bondad y de ese regreso al Evangelio, que no es un acercamiento a la izquierda, sino al auténtico mensaje de Jesús, ha generado la reacción del sector más conservador. Y sin quererlo, ha dividido a la Iglesia. Eso es un hecho palpable”.
Tal vez esta visión sea incompleta. En la ejecutoria del papa Francisco deben distinguirse, como en toda acción humana, lo que se hace y la forma como se hace. Y así, en mi opinión, las reformas ejecutadas por el Papa no constituyen, por su contenido y alcance, la causa que ha azuzado la actual división de la Iglesia. Considero que dichas reformas han estado justificadas, son moderadas e, incluso, cortas en algún caso. ¿Cuál es entonces el motivo de una confrontación innegable? ¿quizá han influido el modo de hacer y el talante de Francisco?
El talante del Papa pudo dar la sensación de que estaba con unos y enfrente de otros
Según Loris Zanatta, catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia y autor del libro Bergoglio, una biografía política , el papa Francisco, lejos de ser un pontífice progresista, ha encarnado un catolicismo antimoderno, enemigo del pensamiento ilustrado, un catolicismo que sostiene que, por encima de las instituciones democráticas, está la catolicidad del pueblo; y este pueblo está representado en primer lugar por la Iglesia, que tiene un derecho implícito a tutelar el orden político y social.
Esto implica –según Zanatta– un rechazo de la Ilustración y una visión tercermundista. Así, en sus viajes al Sur Global, Francisco contraponía la religiosidad de estos pueblos pobres, puros y virtuosos, al norte irrecuperable, descristianizado, secularizado y pecaminoso. Lo que acentúa la desvinculación del catolicismo de sus raíces culturales europeas, haciéndolo más permeable a formas políticas irracionalistas.
No entro en el debate de estas ideas, pero sí considero que el talante del papa Francisco pudo provocar en muchos fieles la sensación dominante, sin duda indeseada pero no por ello menos real, de que el Papa estaba con unos y enfrente de otros o, si no enfrente, sí más lejos. Todo ello apelando a la pobreza, a la modestia y a la humildad.
Y, como la historia es continuidad en forma de acción-reacción, ¿qué perfil, qué talante pienso que debería tener el sucesor del papa Francisco, para mitigar la polarización actual en la Iglesia? Quizá –pienso– debería ser alguien que quisiera a todos por igual, a los últimos y a los primeros, sin olvidar, por supuesto, que esta igualdad en el amor comporta una mayor exigencia para con los que mandan y los que más tienen, más saben y más pueden. Sin crear banderías. Sin romper con la tradición de Occidente.