En 1815, la erupción del volcán Tambora, la más grande de la historia contemporánea, en una isla de Indonesia, causó el “año sin verano” de 1816. Las cenizas y gases afectaron al clima global, dañaron las cosechas y dejaron a personas y animales en un gran estado de debilidad. Faltaban caballos, lo que agravó los problemas de transporte y logística.
El hambre aguza el ingenio. Y un ingeniero alemán, el barón Karl von Drais, inventó en 1817 la primera bicicleta sin pedales. La llamaban draisiana, una “máquina de correr” (Laufmaschine en alemán). Era un vehículo impulsado por los pies, directamente sobre el suelo. El invento precursor de la bicicleta moderna.

Aunque el volcán no fue la causa directa de la invención de la bicicleta, la escasez provocada por la erupción influyó poderosamente en dicha invención. La falta de alimento, especialmente para los caballos, llevó a Von Drais a buscar alternativas de transporte.
Todo gran reto exige, siempre, que los humanos sepamos encontrar grandes soluciones. Cada uno a su nivel y dentro de sus posibilidades. Y cuando estas se van asomando, con mayor o menor rapidez, de un modo más o menos practicable, son casi siempre mejorables: los pedales no se introdujeron hasta 1863, cuando el francés Pierre Michaux y su hijo Ernest los añadieron a la rueda delantera. Nacía el velocípedo, primer diseño de bicicleta con pedales. Lo llamativo es el tiempo transcurrido entre ambos hitos: 46 años. Imaginemos qué habría pasado si hubiésemos tardado tantos años en tener la vacuna de la covid.
Todo gran reto exige, siempre, que los humanos sepamos encontrar grandes soluciones
Durante ese lapso hubo intentos y evoluciones en el diseño. Ante grandes retos, hay que aplicar soluciones innovadoras y no desfallecer. Estalló un volcán y la magnitud del desafío exigió una respuesta humana altamente resolutiva, eficaz y rápida.
La inteligencia aplicada tiene que ver con el talento, la información, el criterio, el contexto, los recursos… Y también, fundamentalmente, con el hambre. No solo física, sino esa necesidad humana tan profunda de superarse ante un reto, de crecerse en la adversidad.
El hambre es apetito de superación. Es no conformarse con una versión mediocre de uno mismo. Es contemplar los obstáculos como pruebas ante las cuales uno debe decidir: ¿Me rindo o avanzo? ¿Me someto y lo acepto o lo desafío y me enfrento al reto? Superarlas tiene que ver con una aspiración fundamental: querer ser mejor, encontrar soluciones, progresar, avanzar. A veces, de tanta abundancia, nos dormimos. ¿Qué nos está pasando que tardamos tanto en poner nuevos pedales a nuevas bicicletas?