No digo que sean las únicas, pero, al comienzo de su pontificado, León XIV ha hecho reiterada referencia a san Agustín, a León XIII y a su antecesor Francisco. La primera y la tercera eran previsibles. A fin de cuentas, León XIV es agustino y ha tenido una relación profunda con el papa Francisco, gozando de su confianza. La de León XIII es sorprendente, salvo seguramente para quienes le conocen bien. Y las tres son reveladoras del talante del nuevo vicario de Cristo.
Benedicto XVI dijo de Agustín, en el año 2008, que “es el Padre más grande de la Iglesia latina, (…) un hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral, (que) dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo”. Lo que anticipó Pablo VI, en 1970, al decir que “se puede afirmar que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal de los siglos posteriores”.
Su biógrafo, Posidio, dice de él que parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto durante su vida. Las Confesiones, su extraordinaria autobiografía espiritual, han sido un modelo único en la literatura occidental hasta la modernidad, precisamente por su atención a la interioridad y a la psicología. Esta atención a la vida espiritual, al misterio del yo, al misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin precedentes, y permanecerá para siempre, por decirlo así, como una cumbre espiritual. Su legado quizá pueda concretarse así: interiorización para encontrar a Dios, el amor como esencia de la vida espiritual, la experiencia de la gracia divina, y la vida cristiana como una conversión continua. No son malos fundamentos.
Pasemos a León XIII. Mientras el socialismo marxista era la influencia ideológica más importante entre los trabajadores industriales con conciencia de clase y los profesionales laicos, durante el papado de León XIII (1878-1903), la Iglesia católica propugnó una doctrina del catolicismo social , que influyó en la clase media conservadora, el campesinado que acudía a misa y una minoría de trabajadores urbanos que mantenían sus vínculos religiosos.
El Papa debe afrontar los temas de su tiempo, como León XIII, y pensar primero en los últimos, como Francisco
Su encíclica más importante (Rerum novarum, de 1891) condena la base filosófica materialista del socialismo, reafirma la propiedad privada y condena la perversión de la competitividad económica irrestricta y la creciente acumulación de capital en unas pocas manos. El mismo uso del término cristianismo social, en lugar de la vieja caridad cristiana, es revelador, por amparar la exigencia de derechos. Y, si bien se manifiesta en contra de los sindicatos materialistas, que considera vinculados a los partidos socialistas, León XIII aboga por la creación de asociaciones que defendiesen los derechos de los trabajadores.
Cierto es que León XIII había sido precedido por una parte del clero alemán, que, en 1871, fundó el Partido Centrista con el fin de defender los intereses católicos dentro del imperio alemán (1870). Y, a lo largo de las siguientes décadas, ese partido abogó por la libertad sindical, la liberación fiscal de las ventas que cubrían las necesidades básicas y la implantación del impuesto sobre la renta, así como apoyó las leyes de seguridad social aprobadas en tiempos de Bismarck.
Del legado de Francisco basta decir que tuvo el coraje de enfrentar el desafío de una Iglesia que había perdido relevancia desde hacía décadas, tanto en número de feligreses como en su influencia en un mundo cada vez más secularizado. Hizo lo que pudo y como pudo, dejando, como es lógico, mucho por hacer.
Y ahora llega León XIV, que, como agustino, tiene interiorizado lo que decía san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Que, como hizo León XIII, debe afrontar los temas de su tiempo. Y que, como continuador de Francisco, ha de pensar primero en los últimos. Todo ello con conciencia clara de estar al frente de una institución que funda su existencia, su fuerza y su permanencia en la Palabra revelada. Es decir, cuyo eje axial es la Fe.
