He recibido, en solo una semana, dos severos avisos de que la democracia puede engendrar monstruos, es decir, gobernantes necios o imbéciles. El primero ha sido “Elegir a un imbécil”, un artículo de José María Ruiz Soroa, abogado bilbaíno al que leí durante años en El País, siempre con gusto y fruto, y hoy ha recalado en El Mundo. El segundo aviso es el libro Democracia para realistas. Por qué las elecciones no producen un Gobierno responsivo, de Christopher H. Achen y Larry M. Bartels, contextualizado para España por Eloy García, catedrático de Derecho Constitucional en la Complutense.
Desconocía la palabra responsivo, que, según el diccionario de la Academia, significa “perteneciente o relativo a la respuesta”, y, según otro diccionario, “que reacciona o responde fácilmente a personas, eventos o estímulos”, de modo que “Gobierno responsivo” sería un “Gobierno que responde fácilmente a las personas y a los eventos”. Todos tenemos en la cabeza ejemplos de necios e imbéciles aupados democráticamente al poder, así como de gobiernos que no responden o lo hacen tan tarde que la pregunta ya se ha agostado.
Tenemos una vida pública éticamente roma, socialmente indecorosa y políticamente rastrera
La síntesis del artículo de Ruiz Soroa es esta: “El problema que atisba el mundo es que se ha elegido a un necio para la más alta magistratura del país hegemónico a escala mundial, (lo que) puede hacer retroceder al globo a una época previa al globalismo liberal”. La razón estriba en “la deriva ‘iliberal’ de las democracias, es decir, en el hecho de que, en nuestro ámbito occidental, las democracias están degradando aceleradamente los valores típicos de su estructura liberal subyacente: la separación de poderes, los controles institucionales, los límites a la invasión de la privacidad por los gobiernos, el respeto a la libertad de expresión (y) la independencia de los representantes”.
Estas democracias iliberales son solo, de hecho, unos regímenes de “selección por elección” de los gobernantes, es decir, unas “autocracias electorales”, puesto que “la democracia no es tal sino cuando se asienta en las instituciones y valores liberales”.

El libro Democracia para realistas se pregunta por qué las elecciones no producen un gobierno “responsivo” (que responda); y sostiene que las elecciones desmienten la imagen idealizada de ciudadanos concienciados, que dirigen el rumbo del Estado desde las urnas, argumentando que los votantes eligen partidos y candidatos en función sobre todo de sus identidades sociales y lealtades partidistas, no de cuestiones políticas. Y concluye que los electores “ajustan” sus opiniones políticas e incluso sus propias percepciones personales sobre asuntos objetivos, para que se correspondan con sus previas lealtades ideológicas. Es decir, no adaptan sus ideas a los hechos, sino estos a su ideología.
En su Estudio de contextualización para España, Eloy García escribe que “pretender reducir la democracia a elecciones libres supone construir una falacia”, lo que es fácil en España porque “la sociedad española se vio abducida de la política (durante el franquismo, lo que), implicaba vivir sin cuestionarse el orden y los valores que lo presidían, (así como) concentrarse en las tareas a desempeñar individualmente. El hombre apolítico, en suma”.
Como señaló Juan José Linz, “lo que diferenciaba al franquismo del resto de los sistemas surgidos de la oleada fascista de los años veinte y treinta (consistía en que) el franquismo era un régimen autoritario, (pero) carecía de ideología”. Y este substrato sociológico perduró tras la muerte del general Franco.
Por lo que, superada una fase inicial magnífica, en la que el miedo de todos y la calidad de algunos dirigentes alumbraron una transición ejemplar, hemos vuelto a las andadas: a una atonía social que, unida al régimen partitocrático, clientelar y de vuelo rasante que padecemos, ha cristalizado en una vida pública éticamente roma, socialmente indecorosa y políticamente rastrera, que hace posible el progresivo desguace del Estado y la erosión de la nación. “¡Somos más!”, como razón única. ¡Qué miseria, qué pena y qué desastre!