De la decencia no se presume, sino que se asume. No es una bandera, sino una actitud moral. Nunca vale para un colectivo, porque se trata de una virtud individual. Y antes de dar batalla por la decencia ajena, hay que revisar primero el grado de decencia propia. Es decente quien observa las normas morales establecidas socialmente, actúa con honradez y se desenvuelve con rectitud.
            
El PP convoca a una manifestación en Madrid, el próximo día 8, por la degradación de España, poniendo en valor la decencia de los populares. La camiseta de la decencia es como el maillot amarillo del Tour, que permite que el resto de los corredores le vea a uno mejor de lo que es. Pero la historia reciente del partido no permitiría escribir con letras mayúsculas la palabra decencia, cuando la obra de la sede de Génova se pagó con dinero negro, lo que fue confirmado por el Tribunal Supremo el año pasado. Y cuando Luis Bárcenas, su tesorero, acabó en prisión por la corrupción en el gobierno de Mariano Rajoy.
El psiquiatra y filósofo vienés Viktor Frankl, que sobrevivió a los campos de exterminio de Auschwitz y Dachau, escribió en su Tratado de la decencia que solo hay dos clases de hombres: los decentes y los indecentes. Unos construyen puentes, los otros los dinamitan. Los primeros confían ciegamente en la colaboración, la cooperación y en aunar voluntades, en el nosotros. Los últimos se mueven como pez en el agua en la crispación y el conflicto, en el dualismo de blancos y negros que obvia el resto de la paleta policroma y en las trincheras de la verdad única e incuestionable.
Este PP deslenguado que llama al Gobierno “grupo de mafiosos”, al presidente “capo de la mafia” y al PSOE “grupo criminal” no parece encajar en la definición de decencia de Frankl, uno de los humanistas más prestigiosos del siglo XX. El Gobierno debería explicarse más, aclarar algunas actuaciones y hacer mea culpa por algunos errores. Pero eso no le convierte en una banda delictiva. Es posible que el PP abrazado a Vox gobierne un día y que sean un ejemplo de decencia para el mundo, pero resulta razonable que haya gente (decente) que tenga dudas.
            