Dicen que a todo te acostumbras, adaptas o, en el peor de los casos, acabas aceptando. Es lo que me pasa con la evidencia de que hacer ejercicio físico es bueno para la salud, incluida la mental. Envidia me dan todos aquellos con los que me cruzo en un camino que a duras penas completo, a quienes veo trotar como si les fuera la vida en ello.
Estoy apuntada a un gimnasio al que voy dos días por semana, que tampoco hay que exagerar, e incluso, cuando mi economía me lo permite, contrato a un (una, en este caso) entrenador personal, fundamentalmente para no hacerme trampas al solitario. Por más que me marquen una rutina, si lo tengo que hacer sola, no completo ni los quince minutos en la cinta. De modo que necesito un vigilante para no descontarme.
Te levantas por la mañana, rebuscas en la cesta de la ropa para hacer deporte un modelito adecuado, te calzas unas zapatillas deportivas y sales de casa con el ánimo de que ese será el día en el que, por fin, lo que hasta el momento es una tortura se convertirá en algo imprescindible para tu bienestar y equilibrio. Llevo años preguntando a los expertos cuándo llega ese momento y solo un realista de la vida me contestó: “Nunca”. Pues ya me quedo más tranquila al saber que es un horizonte inalcanzable y no una meta, ni que sea volante.
Tenía una amiga rica que siempre decía que no le quedaba vida para gastar todo el dinero que tenía; a mí no me queda vida para corregir todos los malos hábitos adquiridos a lo largo de los años, pero lo estoy intentando.
He dejado de fumar varias veces y cada vez que he recaído, al menos, he reducido el número de cigarrillos al día. Como con lo del ejercicio, necesito que me vigilen, así que agradezco enormemente las restricciones al consumo de tabaco. Cuido la alimentación, quizá ya saturada de tanta comida basura y sobre todo de tanto desbarajuste horario, y limito a vino o cava el consumo ocasional de alcohol. Esto también lo hago con vigilancia, porque me apunté, o me apuntaron ya no me acuerdo, a un macroestudio clínico sobre el consumo moderado de alcohol en los mayores de 65 y, si lo dejo del todo, me quedo sin los controles periódicos en los que una amable investigadora hace el seguimiento de mis hábitos.
Aún no ha llegado el día en el que me desprenda del peor de mis malos hábitos: estar todo el día pendiente de la información; no es excusa que ese sea mi trabajo, pero no puedo evitarlo.
