Este artículo no pretende resolver el enigma que trae de cabeza a los expertos citados hoy en nuestra sección de Economía, aunque se detiene en algunas de las hipótesis allí sugeridas. Lo que intriga a los economistas es que, pese al inquietante panorama político y económico, la ciudadanía sigue realizando un gran desembolso para viajar durante las vacaciones, tal como se refleja en los estudios del Banco de España.
Según una de las fuentes citadas en el reportaje, nuestra sociedad se parece cada vez más a la Estados Unidos, en el sentido de que está dispuesta a endeudarse para afrontar este tipo de gastos que podríamos considerar superfluos. Es una sociedad cambiante que, sin proponérselo, va encajando bien en la definición de yolo , acrónimo de You only live once (solo se vive una vez), una etiqueta que actualiza viejos lemas como Carpe Diem o Memento Mori .

Turistas frente a la Sagrada Família de Barcelona
Un claro incitador al viaje son hoy las redes sociales. Los sistemas de edición gráfica de las distintas aplicaciones hacen posible que un destino vulgar parezca maravilloso en las fotos, y que los que ya son maravillosos luzcan como la misma arcadia. La red, además, actúa como un recordatorio implacable de lo que te estás perdiendo, porque el algoritmo se encarga de restregarte que todos tus amigos han visitado tal o cual sitio mientras tú matas las horas pasando pantallas con el pulgar. En este punto, yolo combina con otro vocablo en boga: fomo , por las siglas en inglés “de miedo a perdértelo”. Si no haces yolo , te entra el fomo , sería una manera de decirlo en neojerga motivacional.
Pero no hay que sobrevalorar las redes. Antes de Instagram o TikTok, la tentación de la aventura venía de películas con paisajes idílicos y de la literatura de viajes, desde Homero hasta Chatwin. El deseo de viajar es consustancial a nuestra especie. Incluso hay cierta evidencia científica de ello: una investigación de 2008 desarrolló el concepto del gen nómada, a partir del estudio de nuestro gen DRD4 en poblaciones nómadas y sedentarias.
Hay quien prefiere considerarse viajero antes que turista, lo cual es una forma elegante y cultivada de autoengaño. El gran Stendhal se llamaba a sí mismo turista, es decir, alguien poseído por el impulso de darse una vuelta por el mundo, el mismo deseo que ahora constatan las estadísticas del Banco de España.