La condición inhumana

Es insoportable. La matanza diaria. La rutina del horror en cada noticiario. La fría contabilidad de los muertos. Una cifra y una pena más. Familias sin futuro. Una generación amputada. La incesante siembra del odio. Mujeres, niños, viejos… no importa: Dios se fue de vacaciones. Lo peor de la condición humana, o inhumana, está ya enquistado en nuestras vidas. Un terror metabolizado lentamente. Los sátrapas saben que la insistencia de imágenes de ruina, desolación y muerte acaba por anestesiar las conciencias de la buena gente; quizá se equivoquen, o no.

A Palestinian woman, Hind Al-Nawajha, and her sister, Mazouza, walk in search of the United Nations aid trucks entering northern Gaza, in Beit Lahia, in the northern Gaza Strip, June 18, 2025. REUTERS/Ebrahim Hajjaj

  

Reuters

Estamos todos demasiado ocupados en sobrevivir. Pero el horror y el riesgo están por todas partes. Una negra impiedad global acecha. La gigantesca sombra del apocalipsis. Ya nunca nada será igual. Una implacable bruma gris de polvo y destrucción, y de desplazamientos y de hambre, son una acusación imposible de justificar como una venganza sobre pobres inocentes. ¿Sería igual si fueran ricos? El lobby económico de una guerra, unas guerras de acaudalados.

Estamos todos demasiado ocupados en sobrevivir, pero el horror y el riesgo están por todas partes

Estamos individualmente conmovidos, pero colectivamente indiferentes. Sentimos un vínculo de carne y sangre que nos une, o debería, unirnos a la tribu global de nuestros semejantes, al dolor cercano y al remoto. Una comunidad internacional que no sirve para nada, paralizada y presa de complejos y timorata ante el genocidio –que algún cursi duda que lo sea–, del vampiro de Tel Aviv sediento de sangre y de lujuria asesina. Algún tipo de potestad colectiva debería impedir o denunciar semejante barbarie que encabrona las raíces de la moral de la gente decente. Pero ahí están también: el ultracongelado Putin, la Bestia azafranada…

Qué difícil es ser neutral y qué estúpido intentar serlo. “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales…”, escribió Gabriel Celaya y canta Paco Ibáñez. Cierto. La objetividad imposible asaltada por la emoción y el dolor, el crimen de la guerra, de las guerras. La impotencia de una ciudadanía que sí reaccionó cuando lo de Vietnam e Irak. Eran otros tiempos en los que aún no nos habían robado la esperanza. El poder colectivo, la presión social eran escuchados. Parecían útiles. Hoy algunos lo creen.

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Y sentados con los niños ante la pantalla, a ver quién les dice sin vergüenza que no, que lo que ven no es un videojuego, que es la consecuencia de la crueldad humana, de la que, queramos o no, formamos parte. Que lo que ven es la realidad y que los muertos son de verdad. Que el hombre deje de ser el principal depredador muy en parte dependerá de esos niños. Pero la condición inhumana seguirá… asesinando palabras y conciencias. Una negra pena.

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